Tras
una dolorosa confesión, la familia -aun consternada por la noticia- tomaba té
caliente con manos temblorosas, mientras escuchaban el relato de Luis. Este
explicaba sus experiencias en la universidad y no escatimaba en detalles, a la
hora de contar sus travesuras y sobre todo, al hablar sobre cómo conoció a
Luciana. La joven se veía sinceramente avergonzada, pero ellos no se veían
capaces de dejar de escrutarla.
En
primer lugar, no se trataba de una noticia que pudiera lanzarse tan
descuidadamente y esperar que la tomaran con alegría y sin hacer preguntas.
Desde el punto de vista de sus padres, su hijo se estaba dejando llevar por
sentimientos pasajeros. Sin embargo, les era difícil asegurarlo con convicción,
ya que este se negaba a apartar sus manos de la joven.
Natalie,
marginada de la conversación y dibujando el perfil de aquella relación con la
cabeza fría, no podía encontrar una brecha entre ellos. Para ella resultaba una
molestia que la cercanía de esa mujer con Luis usurpara el lazo que ellos habían
creado con los años y que ahora, se desmoronaba rápidamente.
En
toda la tarde su primo no le había dirigido la palabra y retrocedía
cobardemente, cuando Natalie se atrevía a dar su opinión sobre un tema
específico. Era realmente irritante y no sabía en cuál de los presentes volcar
todo su rencor.
- ¿No
les parece que la idea de casarse es un poco repentina? Apenas llevan unos
meses de novios -intentaba razonar Anabel.
-No
veo por qué razón debemos esperar -contrarrestó Luis-. En un par de meses nos graduaremos
y seguido de eso, la universidad les facilitará puestos de trabajo a los
alumnos más destacados.
-Solo
será una plaza de prueba -intervino Luciana-. Pero con eso podremos
independizarnos de nuestras familias, hasta que llegue el momento de tomar el
control de nuestras respectivas empresas.
-Pero
independientemente de eso –Anabel no daba su brazo a torcer-, casarse no es un
requerimiento para ser independiente. Ustedes dos aún son muy jóvenes para una
responsabilidad como esa.
Luciana
se mostró afectada por esas palabras, debido a que las interpretó como un
rechazo hacia su persona.
- ¡Madre,
ten cuidado con tus palabras! -Por primera vez en su vida, Luis le elevó la
voz- Solo estoy haciéndolos participes de esto, pero no les doy el derecho de
intervenir.
- ¡Luis!
–El grito de su padre le heló la sangre.
Se
arrepintió inmediatamente de su actitud, pero su orgullo no consentía una
disculpa frente a tantos testigos.
-Cariño,
no debes tomártelo así –Luciana lo tomó de la mano.
La
tensión del momento no les permitía ni un gesto o parpadeo. Tragar saliva era
un acto de cobardía y mover la cabeza, una declaración de guerra.
-Ella
tiene razón –secundó Natalie de la nada.
Todas
las cabezas se giraron en su dirección, pues ella era la única valiente del
escenario.
-No
solo nos preocupamos por ti, Luis. También estamos pensando en Luciana -esta
vez era ella quien le rehuía la mirada al moreno-. No nos habías comentado nada
de esta relación y aun así, tienes la poca vergüenza de presentarte aquí y
dejárnoslo saber de esta forma.
Nadie
tuvo valor para replicar, pues su voz estaba cargada de rencor y serenidad. Una
combinación peligrosa en las rubias de esa familia.
-Es
verdad que puedes hacer de tu vida lo que se te venga en gana, pero sería mejor
para todos, que Luciana se quedara con nosotros el resto del año. Después de
todo –se encogió de hombros-, solo serán unos días.
-No
veo la necesidad -alegó Luis, confundido y extrañamente agobiado.
-Taly
tiene razón, hijo -apoyó el patriarca-. Si Luciana está de acuerdo, nos
gustaría que se quedaran con nosotros un tiempo y de esa forma -además de
conocernos-, ustedes dos podrán experimentar lo que es la convivencia.
-Como
ya dije, no creo que… -fue cruelmente interrumpido.
-A
mí no me molesta en lo absoluto -aseguró la morena-. Creo que ellos tienen
razón, Luis. Los dos necesitamos esto -sonrió con convicción-, para
demostrarles que estamos en lo correcto.
En
una democracia en la que tenía a todos en su contra, Luis no tuvo más remedio
que ver como su plan se escurría entre sus dedos. Por una cuestión de educación
y compromiso con sus mayores, quiso que todo se llevara a cabo con elegancia
pero con cada uno en su sitio y sin entorpecer.
Pasar
el fin de año en Londres, no se apegaba en nada a su propósito original y
Luciana no podía comprender el apuro en el que se encontraba. Pero su padre con
esa mirada pícara, desconfiada y maquiavélica, posiblemente ya lo había descubierto.
Que
sus sentimientos -se giró para ver a Natalie -, no habían cambiado en lo
absoluto. Suspiró resignado y con una desagradable sensación en la boca del
estómago.
Después
de ponerse de acuerdo y planificar sus actividades para el día siguiente, los
cinco pasaron al comedor, donde disfrutaron de un almuerzo no engalanado, pero
delicioso. Así transcurrió el resto de la tarde entre anécdotas graciosas,
recuentos de la vida en el campus o hablando de temas poco trascendentales. Cualquier
cosa que lograra romper el hielo, entre la nueva integrante y su nueva familia.
Luis
deseaba que la joven pasara por todo el proceso sin traumas innecesarios, pero luego
descubrió que no valía la pena preocuparse. Independiente del hecho de que su
familia no le ponía las cosas particularmente difíciles, Luciana era
perfectamente capaz de ingeniárselas sin su ayuda y esa era una de las virtudes
que más le gustaba de ella.
Sincera,
firme, competente y segura en lo que decía y hacía. No se esforzaba por ser perfecta
y aun así, era difícil encontrarle defectos; lo cual causaba la envidia y falta
de confianza en el resto de las féminas. Afortunadamente las mujeres de su
familia se caracterizaban por ser de carácter dominante y orgulloso, por lo
cual su madre y Natalie serian perfectamente capaces de congeniar con ella.
Pero
su conclusión se vio opacada en el momento en que Natalie se incorporó de la
mesa y sin pedir permiso a los comensales, se retiró del comedor con un visible
gesto de desaliento. Todos los ojos presentes la vieron salir con pose decaída
y desanimada.
- ¡Buena
idea! –Disimuló Anabel- Un paseo por el jardín será refrescante. ¿Nos
acompañas, Luciana?
-Por
supuesto.
La aludida
dejó la servilleta junto a su plato y con un movimiento delicado y preciso, se
alejó de su silla y acompañó a la rubia al jardín.
Luis
y su padre se vieron descolocados, ya que no se esperaban una fuga tan
repentina y pese a que deseaban hablar en privado y compartir opiniones,
consideraron que su lugar era acompañando a sus respectivas parejas y
asegurarse de que todo estuviera en orden entre ellas. Apenas el sol golpeó sus
rostros, buscaron con los ojos la ubicación de las mujeres, encontrándolas no
muy lejos del atrio.
-Natalie
se ve diferente –comentó inesperadamente.
Albert
lo escrutó de reojo.
- ¿Tú
crees? –Ubicó a su sobrina- ¿Qué tan diferente?
-Callada.
Marginada. Madura –enumeró-. Es difícil creer que alguien tan explosiva como
ella, pueda pasar más de quince minutos sin llamar la atención a gritos.
Su
padre no dijo nada.
- ¿Le
sucedió algo? ¿La incomodaron? –Insistió, levemente irritado- No me dejes
pensar lo peor, papá.
-Ha
sufrido desengaños por parte de gente en quien confiaba.
- ¿Quiénes?
–Apretó los puños, con rabia.
Albert
gruñó por la frustración que sentía y por la torpeza que su hijo exhibía.
-Tienes
mucha desfachatez para preguntarme eso, Luis. ¿Te parece poco lo que le
hiciste?
-Tal
vez yo tenga algo de culpa –admitió-, pero eso no es motivo para que me ignore.
Como mucho, esperaba una rabieta de su parte.
-Tampoco
te he visto muy afable con ella –bufó-. ¿Te remuerde la conciencia?
-No
sé de qué me hablas.
Tratando
de ocultar sus verdaderos pensamientos intentó darle la espalda, pero Albert no
se lo permitió.
-Si
lo sabes –entrecerró los ojos-. Primero la ignoras por dos años y ahora
regresas de la mano de una extraña, como si nada hubiera pasado. Como si ella
no se mereciera una disculpa.
- ¡Ten mucho cuidado en cómo te refieres a Luciana!
-Luis lo encaró, molesto- Estas hablando de mi futura esposa.
-En
ese caso deberías regresar con ella -Albert se alejó de él, rumbo a las
mujeres- y de paso, alejarte permanentemente de Natalie. Tus acciones egoístas
me están haciendo sentir profundamente decepcionado.
- ¡¿Cómo
puedes decirme eso, cuando sabes perfectamente la razón por la cual me fui y corté
el contacto con ella?! –Lo detuvo en el acto.
- ¿Y
te sirvió de algo? –Preguntó cínico.
Luis
no pudo rebatírselo.
-Si
tan preocupado estas, Luis. ¿Por qué volviste? Hasta ahora has hecho tu vida
según tu voluntad y nos has mantenido al margen; por lo que no puedo entender
el motivo de tu regreso.
El
joven no daba crédito a lo que escuchaba.
-Por
favor, no me malinterpretes hijo -se apresuró a decir-. Estoy feliz de verte y
ansiaba por este regalo. Pero francamente, no comparto tu punto de vista en
todo esto.
De
lejos, podían ver a las mujeres caminando entre los rosales que circundaban el
laberinto de hiedras. Anabel y Luciana conversaban amenamente y aparentaban
llevarse estupendamente; pero a pocos metros de ellas, Natalie parecía ajena a
su entorno.
-Hubiera
preferido mil veces, pasar por encima de los convencionalismos sociales y
darles a ustedes una oportunidad de estar juntos; antes que ver esa cara de
amargura en ella.
-Después
de que me case…
-… te
iras a vivir a Estados Unidos y entonces no podrán volver a como estában antes.
No te esfuerces demasiado en buscar una solución hijo, porque no la hay.
Su
padre se alejó de él y tomando la mano de su sobrina, la ayudó a cortar las
rosas que más le llamaban la atención a esta, las cuales –debido a la estación-
carecían de brillo y de vida.
A la
mañana siguiente, los habitantes de la mansión se despertaron con la insensata
sensación de que los últimos eventos formaban parte de un mal sueño. Incluso
Luis, se sentía fuera de lugar en una habitación que no veía en años y solo el
hecho de tener a Luciana a su lado, lo ubicaba en su actual realidad.
La
joven aparentaba estar muy cansada y dado que no quería incomodarla, se levantó
y acondicionó por su cuenta. Abandonó la habitación sigilosamente y una vez que
alcanzó el pasillo, se tomó su tiempo en apreciar el encanto de su hogar.
Las
paredes parecían gritar su nombre y la mansión en su totalidad, vibraba de
gusto al tenerlo de regreso. Cada rincón le provocaba nostalgia y aquellos
adornos que sobrevivieron décadas en la familia, nunca brillaron tanto como en
ese momento.
De
repente sintió que solo había estado lejos de su hogar por unas escasas semanas
y que de la nada, los miembros de su familia iniciarían sus respectivos
itinerarios del día.
No
se sorprendería si se encontraba con Andrew y este lo empujaba al comedor, para
que desayunara temprano. O que su padre intentara atragantarse con una tostada,
para no llegar tarde a su reunión con los accionistas de Escarlata.
Natalie
ya se habría despertado de primera y probablemente estaría adornando la sala
con objetos aptos para la navidad y su madre, cuidaría que ninguno de los
miembros de la familia muriera en el intento de sobrevivir un nuevo día.
Todos
estos escenarios formaban parte de sus recuerdos y de lo que él esperaba aun
fuera una tradición diaria. No quería volver a perder la ocasión de verlos en
su apogeo, así que aceptó la idea de madrugar.
Una
sonrisa apagada se colocó en su rostro, cuando paso junto al salón de música y
no descubrió a Natalie torturando alguno de los instrumentos. Añoraba el último
día que pasó en esa habitación, intentando que su prima abandonara sus ideales
autodestructivos. Inmediatamente, se sacudió esa imagen.
Sus
pasos lentos y perezosos lo llevaron hasta el comedor y apenas coló su cabeza
por la puerta entreabierta, comprendió que no era el único madrugador de ese
día. Pensó en dar marcha atrás debido a que no había sido descubierto, pero
comprendió que no podría evitar situaciones como esa por el resto de su vida. Tardó
un par de segundos en decidirse, pero finalmente abrió la puerta y se descubrió.
-Buenos
días –saludó con voz grave.
Obviamente
había tomado a su interlocutora por sorpresa, puesto que la vio brincar
levemente.
-Buenos
días –Natalie perdió el hilo de lo que estaba haciendo-. Me asustaste –intento
sonreír.
-No
fue mi intención –metió sus manos en los bolsillos-. ¿Necesitas ayuda?
Miró
significativamente las manos de la rubia, las cuales sostenían platos y
servilletas.
- ¡No
hace falta! Ya casi termino.
La
joven tomó los platos entre sus brazos y los elevó en el aire, pero debido a su
falta de coordinación y a los nervios poco faltó para que los dejara caer al
suelo. Su cuerpo se tambaleó peligrosamente y perdió el control de sus
acciones.
-¡Cuidado!
Apenas
notó el inminente desastre, Luis corrió a su lado y sostuvo el peso de la
cerámica. Cuando se aseguró de que ya no
había peligro, se permitió carcajearse bajito.
-Sigues
siendo una testaruda –susurró cerca de ella-. No has cambiado nada, Taly.
Ella
levantó la mirada, para descubrir que la distancia entre ellos se había cortado
drásticamente.
-Extrañaba
que me llamaras así –confesó.
Sus
ojos se prendieron de los contrarios y estudio con detenimiento, las facciones
del hombre que la sostenía. Luis había cambiado en muchos aspectos, pero se
deleitó al comprobar que aun la observaba como si ella fuera lo más importante
de su universo. Su pecho se hinchó de orgullo, al comprobar que una parte del
moreno le seguía perteneciendo.
Luis
carraspeó al vislumbrar un deja vu e
inmediatamente, restauró el espacio personal de ambos. Natalie se descolocó al
notar el evidente rechazo y recordó que no era la primera vez que Luis le
rehuía a su cercanía. Ella aun no era capaz de dilucidar la razón de ese
comportamiento.
-Si
puedes esperar unos minutos, te sirvo el desayuno –tanteó-. Solo tengo que
recalentarlo.
Él
negó con la cabeza.
-Esperaré
a que Luciana despierte –comentó-. No quiero que se sienta incomoda más tarde.
- ¡Oh!
¡Por supuesto! –Asintió torpemente- En ese caso, deberías ir a despertarla.
-Si
–concordó.
Pese
a sus palabras, tardaron más de treinta segundos en recordar lo que debían
hacer. No se veían capaces de darse la espalda y una fuerza invisible le ataba
los pies al suelo.
- ¿Te
veré luego? –Preguntó él.
Natalie
sonrió de lado.
- ¡No
seas tonto! ¡Por supuesto que te veré más tarde!
Famosas
palabras, que no presagiaban nada bueno.
La
situación era deplorable para Albert y Luis, quienes se habían embarcado en la
misión más penosa de sus vidas. Condenados a caminar kilómetros sin hacer uso
del auto y bajo la prohibición de usar el teléfono, se dejaron caer bajo el
yugo de dos mujeres insatisfechas.
Si
bien Albert creyó que la temporada había llegado a su fin, la repentina
aparición de Luciana en su vida lo obligaba a pasar por el mismo trauma una vez
más. Ir de compras con sus respectivas parejas, era -en efecto- una tortura.
Principalmente,
subir y bajar las escaleras de una tienda a otra causaba fatiga y mareo entre
los hombres. Era agobiante ver sus idas y venidas o quizás, el enfrentarse a la
dura prueba de dar su opinión con respecto a algo.
Se
podría decir que tuvieron suerte de que Natalie se hubiera quedado en casa, ya
que la joven no tenía piedad a la hora de ir de compras. En su caso, la rubia
no se detenía a hurgar entre los percheros, sino que los hacia correr
directamente a lo que deseaba sin tener un plan de acción anticipado. Podía
entrar dos y tres veces a la misma tienda y aun así nunca quedaba satisfecha,
pues su sentido de la moda respondía a condiciones muy específicas.
Actualmente,
Anabel cargaba entre sus brazos un hermoso vestido azul eléctrico y
aprovechando que era el color preferido de su sobrina, había tomado la decisión
de dárselo como regalo.
-Este
es perfecto –decía, mientras lo acunaba como a un bebe recién nacido.
- ¿No
es un poco simple? -Preguntó la morena.
-Así
es como los prefiere -explicó la mayor-. Luego se explaya poniéndole accesorios
y dándole su toque personal.
Luciana
abrió los ojos impresionada, al ver el precio del vestido.
-Es
un desperdicio que eche a perder algo tan bello.
Luciana
observaba la pieza con pesar, al imaginarse a una niña innovadora pretendiendo
hacer vestidos de muñecas con él.
-No
deberías subestimarla -se carcajeaba su suegro-. Desde pequeña siempre ha
tenido el pasatiempo de confeccionar o modificar su propia ropa.
- ¿En
serio puede hacer eso? -Preguntó incrédula- Debe ser muy hábil con esas cosas.
- ¡Desde
luego! Después de todo, quiere seguir los pasos de su madre.
El
solo comentario, llamó la atención de la chica y sin poder contener su
curiosidad, pregunto:
- ¿Su
madre, era diseñadora de ropa?
-Diseñadora
de joyas- especificó Albert, orgulloso-. En cuanto escuchó eso, Natalie empezó
con sus propios bosquejos; pero finalmente se decantó por los vestidos de gala.
-Debe
tenerle mucho cariño, al recuerdo de su madre.
Luciana
estaba al tanto del pasado de Natalie y de la desafortunada muerte de sus
padres.
-Desgraciadamente,
en los últimos años no ha sido capaz de recordar nada y ya nos hemos hecho a la
idea de que eso no sucederá –aseguró Anabel.
-Es
una pena –entrecerró los ojos-. No es que
quiera entrometerme, pero ¿qué les sucedió?
-No
nos lo tomes a mal linda, pero ya fue bastante traumático para ella escuchar la
historia por parte de nosotros, como para ventilar sus asuntos privados sin su
consentimiento.
-Lo
comprendo.
Desde
ese entonces, Luciana hizo su mejor esfuerzo por encajar en la familia, acorde
a las expectativas de su prometido y de sus futuros suegros. Afortunadamente,
no le resultó muy difícil conseguirlo, aunque no todo estaba a su favor. Sin
importar cuanto lo intentara, no conseguía intimar con Natalie.
Esa
rubia era obstinada -por no decir más- y al parecer, la consideraba a ella como
una intrusa. Lo curioso era que Natalie no se esforzaba en incomodarla, pero la
chica era un libro abierto para quien se tomara el tiempo de leerlo.
Por
lo general era inofensiva, pero Luciana empezaba a sentir que, por su causa,
Luis ya no le prestaba atención.
A su
lado se sentía irremediablemente opacada y si bien gozaba de la atención de
todos, no contaba con el compromiso de Luis por hacerla sentir bienvenida. Al
menor descuido por su parte, el moreno se resbalaba de sus manos e
inmediatamente buscaba la atención de la joven, para seguidamente ponerse en
plan infantil y fingir ignorarla.
Ese
juego por parte de los dos comenzaba a irritarla y siendo un observador
externo, podía apreciar que ninguno de los dos disfrutaba con eso. Ella no
podía comprender las dimensiones de su pequeña riña, pero de alguna forma
sentía que era en parte responsable.
Regresó
su atención al presente y tratando de ignorar la desesperación de su novio,
siguió los pasos de Anabel hasta el mostrador. El vestido de Natalie fue
delicadamente envuelto en una caja de regalos, la cual fue adornada con cintas
de colores y cadenitas de aluminio estrellado.
-Me
alegra ver que mi hijo supo escoger a una joven tan centrada y linda como tú,
Luciana -dijo la rubia, sincerándose-. Me tomaron de sorpresa, pero no podría estar
más conforme contigo.
La
morena dejó de observar el trabajo sobre el regalo, para recibir gratamente los
halagos de Anabel. Durante las horas que habían pasado juntas se habían compenetrado
perfectamente y eso en su relación, era motivo de envidia para muchas novias.
Tener
a la madre de su pareja como cómplice, le aseguraba a la gran mayoría de las
mujeres una aliada en caso de conflictos posteriores. No precisamente aseguraba
la victoria, pero si una presión constante para el novio en caso de que este
presentara alguna resistencia. Luciana sin embargo -burlándose de las artimañas
aprendidas a lo largo de los siglos por las mujeres-, se tomaba la libertad de
hablar con ella como si esta fuera su amiga y confidente.
-Es un
alivio escuchar eso –aseguró-. Ya no recuerdo porque estaba tan nerviosa, antes
de llegar a Londres.
-Siempre
es bueno dejar el protocolo para los eventos sociales, querida -se carcajeó la
mayor-. No somos tan diferentes de los norteamericanos, porque de puertas para
adentro tenemos los mismos problemas que cualquier familia.
-Mi
padre siempre me ha mantenido al margen de sus negocios y no sé si sentirme
agradecida con él o reprocharle el hecho de que no me permitiera adquirir más experiencia.
-Nosotros
hicimos lo mismo con Natalie.
Annie
dejó el resto de sus compras en el mostrador, dando instrucciones de enviarlas
a su dirección. No estaba dispuesta a trasladarlo todo
en un solo día y el regalo de su sobrina, era lo único que ocupaba sus brazos.
-Tarde
o temprano Luis heredará la empresa, así que no pudimos consentirlo mucho en
ese aspecto. Pero debido a que Natalie se inclina más por el arte y la moda, le
damos más libertad y de paso la mantenemos alejada de los medios.
-Eso
tiene sentido y más sabiendo que no es el tipo de chica que se mete en
problemas.
-Yo
no estaría tan segura de eso.
Anabel
sonrió, al notar la confusión de la morena.
-Aparenta
ser muy tranquila e introvertida -insistió Luciana.
-Últimamente
se comporta así, pero por lo general es una alborotadora incorregible. Si te
soy sincera, al principio no me creí capaz de lidiar con ella –gesticulaba con
las manos-. Estaba más acostumbrada a las travesuras inocentes de Luis, que a
las ocurrencias de Taly.
- ¿Pero
de qué habla? En la universidad Luis es muy popular, tanto por ser galante con
todos, como por su carácter activo y dicharachero. Es muy carismático y
posiblemente un alborotador, como bien dijo usted.
- ¿Si
te digo que esa doble personalidad suya es culpa de Natalie, me creerías?
-Difícilmente
-aceptó, ansiosa por escuchar más sobre el tema.
-Son
tantas las cosas que tengo que contarte, que no me alcanza lo que queda de año.
Entre
risas e intercambio de anécdotas, las féminas decidieron mostrar misericordia
por sus parejas y concederles la amnistía.
El dúo se estremeció de miedo al verlas acercarse e igualmente,
suspiraron aliviados al recibir la noticia de que las compras habían llegado a
su fin. Ahora era su turno de arrastrarlas hasta el coche y llevarlas a casa,
antes de que cambiaran de opinión.
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