2 años más tarde:
Tras la partida de Luis años atrás, la monotonía en la
mansión recibió un impacto crítico. Darse por enterada horas después, de que su
hijo había abandonado el país para asistir a otra universidad, fue más que
suficiente para que Anabel hiciera de Albert el único responsable de todo lo
acontecido.
Naturalmente, los ánimos se tensaron y se desató una
batalla en la que los padres se culpaban unos a otros. Falta de comprensión o exceso
de confianza eran desde el punto de vista de Albert y Anabel los factores desencadenantes
del cambio en el joven.
Esto originó una discusión de dimensiones astronómicas,
razón por la cual él decidió abandonar su hogar por más de dos meses.
Sin comunicación alguna y sin hacer el intento de
reconciliarse, se cubrieron de una capa impenetrable hecha a base de orgullo y
así tal cual siguieron un nuevo sistema. Una encerrada en la mansión,
arrastrándose por los rincones como alma en pena y el otro, buscando una nueva
forma de llevar su empresa a la quiebra. Estaban devastados -emocionalmente- debido
al enfrentamiento más extremo de su matrimonio y dejaron a una rubia inexperta
en el tema, encargarse de todo lo referente a la mansión.
Haciendo acopio de toda su entereza y vigor, Natalie se
hizo con el control de todo y a duras penas consiguió organizar al servicio con
ayuda de Andrew. No era una tarea sencilla pero tampoco podía decir que era
complicada, ya que simplemente debía
guiarse por las tareas realizadas durante años y con un poco de suerte,
lograría que todo volviera a la normalidad.
Pero por otro lado, aun debía conseguir un apaciguamiento
entre sus tíos.
Sin hablarse directamente y usando a Henry como mediador
entre ellos, Natalie y Luis hicieron todo lo posible por restaurar la paz entre
Anabel y Albert.
Reuniéndolos en conferencias ligadas a Escarlata o pretendiendo que hablaran
por corto tiempo, lograron completar la misión. Aun así, algo se había roto entre
ellos y era debido a eso que Luis se hacía responsable de todo lo ocurrido.
Sin embargo, no le dieron la oportunidad de enmendar su
error por teléfono.
Anabel –gravemente ofendida- se negó a recibir las llamadas
de Luis y testarudamente, exigía que su hijo regresara a casa, negándose con
ello a escuchar las excusas que este le daba para no atender a su petición. Indistintamente
y sin dar mayor explicaciones, el moreno se negaba a recibir las llamadas o
cartas de Natalie, por lo que su padre se tuvo que hacer cargo de las
negociaciones.
El líder de la familia quedó encerrado en medio de aquel dúo
de orgullosos inconscientes y Natalie, se convirtió en su único apoyo. La joven
no podía adivinar el motivo escondido detrás de aquella odisea y para Albert,
era refrescante no tener que dar explicaciones para variar. Dejaría que las
piezas tomaran su respectivo lugar y llegado el momento, se preocuparía por el
bienestar de sus herederos.
Pero ya habían pasado dos años desde ese entonces y estar
sin el joven dando vueltas por los alrededores y causándole migrañas a su
madre, se trocó en algo corriente y fácil de asimilar. Riendo de temas
diferentes a los de antes, siguiendo un nuevo programa y encontrando placer en
variadas actividades, la familia había superado la prueba inicial y actualmente
gozaban de la paz que no hace mucho creyeron perdida.
Era una visión gloriosa para Albert, ver a su esposa
riendo de gusto y a Natalie afanándose en desenredar las luces del árbol de
navidad. Las blondas colocaban los adornos con sumo cuidado y constantemente,
daban un paso atrás para ver el cuadro al completo.
Independientemente de que faltaban pocos días para
navidad, los tres decidieron vestir sus ropajes más selectos con el fin de
crear el ambiente adecuado. Era más una cuestión de diversión que de elegancia.
Anabel había optado por un conjunto blanco de encajes,
que evocaba a las míticas hadas de hielo. Con sus rubios cabellos cuidadosamente
colocados en un moño alto, dejando su nuca a la vista y sus manos moviéndose
con soltura por entre las ramas del árbol, hacía gala de una sofisticación
inalcanzable para la más joven.
Natalie por otro lado, vestía un traje color crema que
creaba la ilusión de un ligero broceado en su piel y ella lo lucía espléndidamente.
La melena suelta le devolvía su encanto de niña
inmaculada y su sonrisa sincera y sugestiva, activaba la faceta sobreprotectora
de Albert. Con sus diecinueve años, Natalie ya se había convertido en su
principal dolor de cabeza y eso solo lo admitía frente aquellos que aún se
atrevían a dudarlo.
Después de su presentación -oficial- en sociedad, la
joven pasó a ser la atracción principal. Aun cuando su mediocridad en la música
era públicamente conocida, su popularidad no bajó en lo absoluto debido a ello.
Todo lo contrario.
Era la rival número uno de media población femenina y esa
era la razón por la cual carecía de amistades u otras personas de confianza,
que no constaran en la familia.
“No tiene sentido tener amigos,
si no puedes confiar en ellos”.
Es lo que le había dicho la moza meses atrás, después de
que una de sus “amistades” se dedicara a difamarla frente a la sociedad y
frente a las cámaras. Después de eso, Natalie se volvió extremadamente
perceptiva y desconfiada. No porque se viera perjudicada, sino porque sabia que
los ataques contra su persona irían escalando paulativamente.
Otro de sus motivos para la marginación, era la traición
sufrida por parte de Luis. Pese a que este fue debidamente notificado e
invitado a la iniciación de la joven, nunca se presentó en el establecimiento.
Para cuando llegó su momento de brillar, la chica se vio obligada a
dedicarle su primer baile a un desconocido y posible pretendiente; así que por
primera vez en su vida tuvo que colocarse una máscara de indiferencia que asustó
-incluso- a sus mayores. Toda la noche, hizo gala de una frialdad impropia en
ella y pese a que esto le sirvió para alejar a los más atrevidos de sus
pretendientes, también hizo obvia la razón de su mal humor.
Pero el verdadero problema se había presentado horas
después, cuando en un momento de negligencia Natalie desapareció junto a su
pareja de baile y aconteció que el muy canalla, intentó propasarse con la
joven. De sobra está decir que al instante dejó de lado su inocencia, para
defender su integridad como mejor sabía hacerlo.
A base de gritos y mordidas rabiosas.
Para cuando los encontraron, la situación del joven era deplorable
y habría sido muy difícil apuntar cuál de los dos fue la verdadera víctima. Aun
así, todos los implicados acordaron que era conveniente no ventilar los
hechos y así mantener a Natalie lejos de
la prensa.
Pero Henry era un poco más perverso y como todo buen
abogado, buscó la forma de sortear el acuerdo e informar a Luis. Partiendo de
ese punto, Albert no sabría cómo describir la reacción de su hijo puesto que
sus acciones se salieron por completo del esquema.
Tras cerciorarse de que Natalie se encontraba
perfectamente y de que no había sufrido daño alguno, afirmó que no metería sus
manos en el asunto. Sin embargo, semanas más tarde se enteró de que a petición
suya, Henry había investigado a cabalidad los negocios más oscuros de la
empresa de la cual era heredero el infortunado delincuente.
Una llamada anónima bastó y en menos de veinticuatro
horas la empresa había caído en desgracia.
-Tío. ¿Qué te parecen estas?
Natalie le mostraba unas guirnaldas de color rojo y
esperaba su aprobación.
-Mejor prueba con el verde. El año pasado usaste rojo y
no te gustó -dejó su libro de lado para observarlas trabajar.
-Es cierto, pero no recuerdo donde las deje -la joven se
incorporó, para buscar dentro de un baúl de colores brillantes-. Si mal o
recuerdo estaban por aquí.
-¿Por qué razón, no dejamos que lo decoraran unos profesionales?
-Preguntó, tratando de recordar el motivo- ¿No era más sencillo de esa forma?
-Cariño, así es más divertido y le damos un toque más
personal -intervino su esposa-. Además, no esperamos ninguna visita. ¿Verdad?
La mujer lo observó inquisitivamente, debido a que su
esposo aprovechaba ocasiones así para invitar a sus socios.
- ¡Claro que no! -Se apresuró a decir- Es solo que me
resulta difícil de creer que hasta año nuevo no tendremos empleados que nos
ayuden con las tareas de la casa.
-Tío, acordamos que no era justo que ellos no disfrutaran
de las fiestas.
Natalie regresó con una estrella de cristal, entre las
manos.
- ¡Pero incluso Andrew nos abandonó!
Las mujeres rieron divertidas.
-Te ves gracioso haciendo rabietas -comentó Natalie-.
Pensé que solo yo las hacía.
-Cariño, Andrew también tiene una familia que atender y
hacernos de niñera no es su única ambición en la vida.
-No me creo capaz de sobrevivir sin el -murmuró.
- ¡Que significa eso! –Su esposa se ofendió por el
comentario.
Natalie intercedió a tiempo.
-Margaret -la cocinera- nos dejó la cocina abastecida
para toda la semana. Lo único que tenemos que hacer, es guiarnos por las recetas
y estaremos bien -levantó un libro de cocina que la mujer les había
facilitado-. No se ven difíciles de elaborar.
-Si cocinas igual que como tocas el violín, paso -se
burló Albert.
- ¿Me lo vas a recordar toda la vida? -Se cruzó de
brazos, ofendida- ¡No fue para tanto!
- ¡Fue terrible! Tienes que admitirlo -Albert no daba
tregua-. Durante semanas no se habló de otra cosa.
Natalie enrojeció por el bochorno.
-No te enojes con él, linda -la mayor reía disimuladamente.
- ¿Qué tiene de divertido contar la misma historia una y
otra vez? -Preguntó enfurruñada- Ya sabemos cómo terminó el concierto.
-Tienes razón. Lo siento -Albert intentó reconciliarse
con ella-. Es una pena que no sirviera de nada.
-Una pérdida de tiempo total -concordó frustrada-. Joset
no dio señales de vida y a estas alturas, ya estará irreconocible.
Con los años, Natalie había aprendido a tomarse el tema
con más calma, pero cuando descubrían alguna pista de su hermana su agresividad
regresaba instantáneamente. Su fibra sobreprotectora la llevó a hacer locuras
aún más reprochables que la anterior, pero siempre acababa divirtiéndose y
disfrutando de esas experiencias.
-Hablando de eso, cariño. ¿Enviaste los regalos?
Las mujeres colocaron la escena del nacimiento a los pies
del árbol, dándole el toque de amor a la decoración.
-Esta mañana lo hice sin falta –se acercó a su esposa-.
No te preocupes. Esta vez calculé que no faltara nada.
- ¿Otra vez enviaron regalos de navidad?
- ¡Por supuesto! -Exclamaron al unísono.
-De no ser por ellos, quien sabe que habría sido de ti -explicó
Annie.
-Están siendo muy sentimentales con ese tema -se burló
ella-. En siete años, no han dejado de tratarme como si recién me hubieran
encontrado.
Aprovechando que Anabel estaba distraída con la plática y
que tenía a Natalie como cómplice, Albert se colocó detrás de su esposa y la
agarró de la cintura.
- ¡Arriba!
De repente la había tomado en brazos y tomando ventaja de
su ligereza, la elevó tan alto como sus brazos se lo permitieron. La razón era
que el árbol de navidad los superaba en tamaño, por lo que esa se había
convertido en la parte más divertida de la temporada. Ver como a duras penas,
la mujer conseguía colocar la estrella de cristal en la punta del árbol.
Un divertido chillido, fue la instintiva respuesta de
Anabel.
- ¡Albert! –Se carcajeaba.
La pareja se esforzaba al máximo por alcanzar su meta,
pero Albert estaba perdiendo condición para soportar su peso. Natalie por su
parte, disfrutaba tanto de la escena que pasó por alto la presencia de dos
intrusos en el salón. Estos aprovechaban el anonimato del que gozaban para
deleitarse con las peripecias de la mujer sobre la punta del árbol de navidad y
de como el hombre anunciaba el final de su resistencia.
Temerosos de causar un alboroto por su repentina llegada,
esperaron a que la rubia pusiera los pies sobre la tierra antes de hacerse
notar. Sin embargo, cuando Anabel terminó su tarea satisfactoriamente y
sintiéndose ligeramente ofendida por las quejas de su esposo, desvió la mirada hacia
la puerta y descubrió a los fisgones.
Un potente grito escapó ferozmente de sus labios en el
momento en que alcanzó a identificarlos e inmediatamente, corrió a su
encuentro. Natalie y Albert se voltearon automáticamente y los dos quedaron en
condiciones similares, al descubrir a una madre abrazando a su hijo.
-¡Luis! –Exclamaron al unísono.
El aludido alzó en brazos a Anabel con una facilidad que
su padre envidió y seguidamente, ambos festejaron el tan esperado reencuentro. La
mujer se admiró al verlo mucho más alto, maduro y su voz delataba que ya no era
un muchacho, sino que se había convertido en un apuesto hombre.
Pero su sentido del humor y gallardía, permanecían
intactos.
- ¡¿Por qué no avisaste que vendrías?! -Gritaba eufórica.
-Quería darles una sorpresa -colocó a su madre en el
suelo, para finalmente besar su mano con devoción-. No tendría gracia, si te
avisaba con tiempo.
-No cambiarás nunca -se quejaba la mujer-. ¡Darme una
sorpresa así! ¡A mis años!
- ¿Pero de que estás hablando? No hay mujer más bella que
tú –besó su mejilla.
Albert no se cortó a la hora de tomar en brazos a su
primogénito y en medio de estruendosas risas y amistosas palmadas en la
espalda, decidieron por mutuo acuerdo olvidar su último encuentro y pasados
desacuerdos.
-Es bueno tenerte en casa, hijo.
-Es bueno estar en casa, papá.
Al vislumbrar su oportunidad, Natalie reclamó la atención
de su primo e ignorante de su tedio, dejó que sus brazos lo rodearan y su
cuerpo se acoplara al suyo.
- ¡Luis! –Gritó eufórica.
Él la tomó de la cintura, para amortiguar la fuerza de su
colisión.
Para Natalie, el contacto desató una catarsis en sus
emociones y el calor de Luis, la hizo sentir a salvo y llena de una paz que no
sabía que había perdido. Por esa razón, no supo cómo interpretar el tácito rechazo
del mayor.
-Hola, Natalie –la tomó suavemente de las muñecas, antes
de alejarla-. Mírate. ¡Ya eres una mujer!
Su trato fue amable, discreto e impersonal, creando con
esa acción una barrera entre los dos.
Poco a poco la distancia física se acrecentó, en
solidaridad con el desconcierto de la joven.
Natalie cuestionó con sus ojos el proceder de Luis, pero cuando el
rabillo de su ojo izquierdo capto una segunda presencia la joven comprendió el
motivo de tanta indiferencia.
Se desentendió de la algarabía de su familia alrededor de
Luis, para prestarle atención a la joven que esperaba bajo el marco de la puerta
y que observaba la escena, conmovida.
Morena. Cabello largo y rizado. Ojos pardos, alta y
presumiblemente, tendría la edad de Luis.
Se notaba a leguas que no era una mocosa ingenua e
inexperta, sino una mujer en toda la extensión de la palabra. Sin embargo,
cuando sus ojos se encontraron, Natalie recibió un leve cabeceo a modo de saludo
y una suave sonrisa.
Respondió al gesto automáticamente, pero el shock no la dejó
asimilar la información a tiempo.
-Perdona, cielo. No pretendía hacerte esperar.
Repentinamente, Luis entró en su cuadro de visión y tras
colocarse junto a aquella intrusa, la tomó posesivamente de la cintura.
-No te preocupes –respondió ella, orgullosa-. Lo
entiendo.
Irracionalmente, el corazón de Natalie comenzó a gritar
de dolor al ver la forma en se miraban esos dos. Ya no había margen para la
duda.
Anabel y Albert tampoco necesitaban una explicación rica
en detalles, para deducir la relación entre ellos. Se veían extremadamente
cómodos cogidos de la mano y sus ojos revelaban una complicidad, que solo los
amantes podían compartir.
-Mamá. Papá –comenzó-. Quiero presentarles a Luciana.
Ella es una compañera de la universidad y también –estudió la futura reacción
de Natalie-, mi prometida.
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