Por
un corto lapso de tiempo, Anabel fue incapaz de respirar o -siquiera- sentir
los latidos en su pecho. No era una reacción nueva para ella, sino todo lo
contrario. La reconocía a la perfección y por ello, le temió.
Cuando
la vio allí parada frente a ella, con esa mirada tímida y a la vez confiada, no
pudo evitar sentir los estragos causados por la esperanza. Sus experiencias
pasadas dejaron de tener importancia y solo fue consciente de los ojos verdes
de esa niña.
Aquella
criatura parecía sentir curiosidad por su persona y la examinaba con suma atención;
obviamente satisfecha con lo que veía. Esa pequeña sonrisa en la comisura de
sus labios la delataba y se sintió dichosa, de cumplir con sus expectativas.
Ella
también quedó satisfecha, al ver que las fotografías no consiguieron captar la
vitalidad de la pequeña y mucho menos, el brillo que sus ojos desprendían. El
moño alto, enmarcaba graciosamente sus delicadas facciones y un largo vestido
azul cielo, ayudaba a desviar la atención de su palidez.
Era
una chiquilla preciosa.
Su
cabello dorado, los ojos verde turquesa y el porte autoritario que poseía,
definitivamente eran puntos a su favor. En su momento, fueron características
propias de su hermana y ella misma llego a apreciarlas en Evelin.
Sintió
el impulso de acercarse y ganarse su confianza, pero se recordó a si misma que
debía ser prudente, si no quería sufrir una vez más. No estaban seguros de su
identidad y en sus circunstancias, guiarse por los sentimientos era muy
peligroso.
A
duras penas, consiguió recomponer su rostro inescrutable y frio.
La
Madre Superiora tomó la palabra, al notar que ninguna de las dos se decidía a
dar el primer paso.
-Muchas
gracias, hermana Zoraida –se acomodó a un lado de la menor-. Yo me hare cargo
desde aquí.
La
aludida acató la orden implícita y se retiró en silencio, mientras que la mayor
aprovechaba la oportunidad de impulsar a la pequeña hacia adelante y que una
vez más, fuera el centro de atención.
-Señor
y señora Britch…, les presento a Natalie -anunció expectante.
La
presentación siempre se sentía algo vacía, cuando detrás del nombre no seguía
un apellido y eso era algo a lo que nunca se acostumbraría.
Los aludidos
hicieron un gesto tímido a forma de saludo, demostrando que ninguno de los tres
sabía a ciencia cierta, como debía actuar. Se estudiaban con curiosidad,
precaución y parecían querer decirse tantas cosas, que se callaban por no pecar
de inoportunos.
Henry
pudo comprobar con sus propios ojos, lo que se temía desde hace días.
No
era rechazo lo que veía en el rostro de sus dos amigos; sino miedo a enamorarse
de esa inocente y volver a caer en un ciclo vicioso.
Albert
observó a su mujer y notó en sus ojos, que esta deseaba acercarse a la menor.
Su cuerpo se contraía en pequeños espasmos, como si el esfuerzo por no avanzar
fuera titánico y eso le complació. Al
menos no era el único, que sentía simpatía por esa criatura.
Seguro
de lo que debía hacer, la tomó de la
mano y -superando su reticencia- la guio junto a Natalie, para que rompieran el
hielo de una vez y por todas. La rubiecita los vio acercarse -imponentes- y su
timidez fue rechazada, por la enorme sonrisa que le estaba regalando el mayor.
-Estamos
encantados de verte por fin, Natalie –se inclinó a su altura-. ¡Eres mucho más
bonita de lo que pensé!
Se
trataba de un hombre muy alto y moreno, cuidadosamente afeitado, de contextura
delgada y ligeramente ejercitado. Llevaba un traje italiano un tanto informal,
que lo hacía ver incluso más elegante y sus gestos eran desenfadados y
espontáneos.
Ella
quedó encantada ante sus palabras y le consintió peinar sus cabellos.
-¡No
agasaje a la rosas, señor!
Tras
unos segundos de perplejidad, todos -incluida Anabel- rieron por su ocurrencia.
Especialmente, por tratarse de un momento tan incómodo como aquel.
La
chica se había relajado ante ellos, por una simple muestra de cariño y eso les
encantó.
A
los Britch les resultaba refrescante su inesperada actitud, al no poder
compararla con ninguna de las candidatas anteriores. No parecía la típica niña con
sueños imposibles y tampoco se veía desesperada por ser aceptada. Simplemente era
feliz con lo que tenía a su alrededor y tomaba del mundo, lo que podía alcanzar
con su mano.
Cuando
fue el turno de Annie, esta no pudo evitar sonreír ampliamente, al descubrir lo
rápido que fue aceptada por su supuesta sobrina. La menor le sonreía pletórica
de alegría y seguidamente dio un paso adelante; ansiosa y a la vez abrumada. Un
calor abrasador ya conocido, se instaló en el pecho de las dos y el magnetismo
de sus miradas hizo todo el trabajo.
Instintivamente,
la mano de la mayor fue a parar a su mejilla y se enterneció al ver que Natalie
se apoyaba en ella dócilmente. Su tacto cálido y la suavidad de su piel, la
hicieron evocar escenas del pasado y asentir -nostálgica-, al percibir en ella
los rasgos de su difunta hermana. Era como presenciar la ternura de Emma una
vez más y recibir la luz que su sonrisa irradiaba.
-Te pareces
tanto a ella –murmuró bajito.
Natalie
no comprendió a que se refería y por ello, se vio obligada a abandonar su
estado de embriaguez.
-¿A
quién?
Los
testigos, se tensaron en el acto.
Antes
de que su mujer cometiera una imprudencia, Albert posó una mano sobre su hombro.
Cuando esta finalmente levantó la mirada en su dirección, negó levemente con la
cabeza y Annie comprendió que estuvo a punto de echarlo todo a perder.
Se
había repetido decenas de veces que no actuaria temerariamente -en esta ocasión-
y sin embargo, estuvo a punto de aceptar a Natalie como su sobrina legitima.
Sin necesidad de un examen o de escucharla decir “cuanto deseaba formar parte
de su familia”, ya la quería.
Quería
a aquella chiquilla inmensamente y solo pudo comparar la sensación, con la
primera vez que tuvo a Luis –su hijo- en sus brazos.
Su
mirada confundida y la devoción que parecía profesarle la menor, la tenían
completamente hipnotizada. Le sonrió dulcemente -para alejar su propia inseguridad-
y dejándose llevar por la emoción, la abrazó con fuerzas.
Acarició
sus cabellos dorados con mimo y se concentró en la respiración de la niña; la
cual se había sorprendido tanto por su
gesto, que su corazón comenzó a latir con fuerzas.
Todos
los presentes quedaron en shock ante la muestra de afecto y sonrieron
conmovidos, al ver caer las lágrimas de Natalie, al sentirse rodeada por el
cariño de la mayor. Su pecho se encogió dolorosamente y un nudo se le formo en
la garganta, mientras que su alegría se seguía desbordando por sus ojos.
-Te
pareces a la niña más bella, que he visto nunca -se separó de ella y le seco
las lágrimas amablemente-. Estoy ansiosa por llevarte a casa con nosotros,
Natalie.
Después
de la reunión, la presión por conseguir una respuesta verídica se tornó
asfixiante.
Todos
se sentían comprometidos después de escuchar a Anabel asegurarle a la pequeña –sin
ningún tipo de tapujos-, que se iría a vivir con ellos. Lo había declarado con
tanta naturalidad y vigor que por un momento, creyeron que todos los planes
para ese día se habían cancelado.
Henry
no pudo evitar llevarse una mano a la cabeza -incrédulo y aterrado-, al pensar
en los problemas que le ocasionaría la adopción de una niña en Francia. Esa se
consideraría la mayor hazaña en su carrera como abogado y el comienzo de una terrible
jaqueca. No era lo mismo reclamarla por el derecho de sangre, que adoptarla con
todos los trámites pertinentes.
¡¿En
qué habría estado pensando, Anabel?! Nunca la había visto actuar de forma tan
precipitada.
Albert
por otro lado, estuvo en shock por un cuarto de hora y cuando por fin fue
consciente de su situación, las dos chicas se encontraban jugando y hablando
como si se conocieran de toda la vida. Su esposa, prácticamente le había
garantizado a la pequeña que se iría con ellos a Inglaterra, independientemente
de si se trataba de Evelin o no.
Estaba
a punto de tener una hija en lugar de una sobrina y daba fe, de que la noticia
no le desagradaba en lo absoluto. La cuestión era que no estaba plenamente
seguro de que Annie fuera consciente de sus acciones y las implicaciones que
estas tenían.
Lo
que sea que la hubiera llevado a comprometerse de ese modo, estaba ligado a una
reacción primitiva llamada “instinto maternal” y teniendo en cuenta su devoción
hacia Evelin, temía que esto acarreara consecuencias irreversibles. No podían
tomarse como un juego el futuro de una inocente y tratar de imponerle la tarea
de sustituir a alguien, para beneficio de otros.
El
juez Michael y la Madre Superiora, casi se fueron de espalda al escuchar tal
afirmación. Las piernas les temblaron en su lugar, al no saber cómo se desarrollarían
los acontecimientos a partir de ese entonces y ser conscientes, de que habían
perdido el dominio de la situación.
El
plan era muy claro y conciso. Solo cederían la custodia de Natalie, si ellos
demostraban ser su verdadera familia. De lo contrario, cesaría cualquier avance
y lo dejarían todo en manos del hospicio.
Era
bastante simple de entender y sin embargo, la monja quiso echarse a llorar al
ver que con unas pocas palabras, la Sra. Britch
lo había echado todo por tierra. Más aun, al notar que -por primera vez-
Natalie no parecía molesta con la idea. ¡Todo lo contrario!
Parecía
más que feliz, contándole a Anabel anécdotas de su vida en el orfanato y
tuteándola con naturalidad; cuando anteriormente, la pequeña siempre se había
mostrado respetuosa con los desconocidos. Obviamente tenían todas las de perder
y ella conocía a una monja en particular, a quien no le haría ninguna gracia.
Poco
fue lo que tardaron en llevarlas al laboratorio para que se llevara a cabo el
examen y de esta forma, quitarse un peso de encima. Sin embargo, las cartas ya
estaban echadas sobre la mesa y tanto la monja como los ingleses, observaban
nerviosos como la sangre pasaba a través del suero y caía a borbotones en el
tubo de ensayo.
Era
entretenido pensar que unas pocas gotas de ese líquido rojo, pudieran decidir
el destino de una persona. Decidir quién era y quien seria, a partir de ese
día.
Anabel
también se encontraba nerviosa y no podía dejar de desear que esta vez, no
hubieran cometido otro error. Por una parte, estaba en paz consigo misma, pues estaba
convencida de llevarse a Natalie, ya fuera su sobrina o no. Pero por otro lado,
no deseaba fallarle a su hermana menor y si el examen daba positivo, mataría
dos pájaros de un tiro.
Ganaría
una hija y quedaría en paz con su conciencia.
-¿Te
duele mucho? -Preguntó, al ver a la menor hacer un gesto de dolor.
-Es
la primera vez que me hacen esto -confesó-. Escuece un poco.
La
mayor le peinó los cabellos.
-Sopórtalo
un poco más. A esta hora mañana, ya tendremos los resultados.
-¿Estarás
aquí conmigo?
-¡No
me lo perdería por nada del mundo!
-¿Y
qué pasa conmigo?
Albert
se acercó a la pequeña, una vez que terminó la extracción.
-Yo
también vendré a verte -fingió estar ofendido-. ¿Acaso no me extrañarás a mí
también?
-¡Claro
que sí! -Se apresuró a decir- Me la he pasado muy bien con ustedes y con Henry.
¡Él es muy divertido!
El
aludido se sintió incómodo, al recordar cómo había dejado de lado sus
responsabilidades para jugar con la familia. Se había entretenido demasiado; pero
si ella resultaba ser parte de la familia Britch, entonces su comportamiento no
habría estado fuera de lugar.
-Yo
también me divertí con usted, madame
-intentó ser diplomático, pero sus palabras fueron tergiversadas por la niña.
Esta
estalló en limpias carcajadas y mientras se dirigían al parking del hospicio,
no perdió la oportunidad de disfrutar con su -presunta- familia.
-¿Madame?
¡Es la primera vez que me llaman así!
-¡Pues
acostúmbrate! -Sentenció Annie- En casa, siempre te llamaran así.
-Suena
divertido.
Cuando
llegaron frente al auto negro, la pareja se giró para despedirse una vez más.
Abrazaron a Natalie y después de un fuerte beso en cada mejilla, se subieron al
vehículo junto a Henry y Michael.
Cuando
este se alejó hasta perderse en una curva, Natalie paso de largo a la Madre
Superiora y corrió dentro del edificio. Joset debía estar retorciéndose de la
ansiedad por saber cómo había salido todo y ella moría por contárselo con lujo
de detalles. Reforzó la marcha e ignoró a todo aquel que le preguntaba a su
estela, que tal le había ido. No se detuvo, ni siquiera para saludar a un grupo
de monjas en el pasillo.
Calculó
donde podría encontrarse su hermana a esa hora de la tarde, por lo que sin
dudarlo, se desvió hacia el patio.
Estaba a punto de llegar, pero al girar en una esquina, se sorprendió al
ver a Carolina caminando en su dirección.
¡Dios!
¡Cuánto la había echado de menos!
Intentó
detenerse para poder estar junto a ella y ni aun así, sus piernas se decidieron a parar.
-¡Hermana
Carolina, cuidado!
Ignorando
la advertencia y entre risas gozosas –provocadas por la escena-, Carolina se
interpuso en su carrera y abriendo ambos brazos, la recibió en el aire. El
impacto la hizo retroceder, pero consiguió mantener el equilibrio por las dos.
-¡No
sabía que me extrañabas tanto! -Bromeó.
-Por
supuesto que te extraño. ¡Llevo días sin verte! -Le recriminó con un puchero, a
la vez que no dejaba de abrazarla.
-Lo
siento, cielo. Pero he estado peleando con una montaña de papeles atrasados -se
excusó-. ¿Me perdonas?
Natalie
se alejó un poco e intentó torturarla.
-No
lo sé. ¿Qué me darías a cambio?
Carolina
rio complacida, al ver que -efectivamente- la niña no estaba molesta.
-¿Qué
tal, si te doy una estrella por cada día que no jugué contigo?
-No
me convence -presionó.
-Obviamente,
Joset también tendrá sus estrellas -probó con eso.
-Todavía
no, pero ya casi.
-Entonces,
solo me queda esto -fingió resignación y seguidamente, le dio un beso en la
mejilla.
Natalie
rio tontamente y la abrazó, eufórica.
-Me
has convencido.
-No
fue una batalla sencilla -dijo sarcástica.
-Joset
te la hará incluso más difícil. Te ha echado de menos.
-Lo
sé. Yo también a ustedes -confesó amargamente-. ¿A dónde ibas recién?
-¡Al
patio! Ella me debe estar esperando -empezó a caminar.
-Entonces
voy contigo. De esa forma, hago las paces con ella también.
-Eres
muy valiente, hermana Carol –la tomó de la mano.
Avanzaron
en silencio por unos minutos, pero cuando alcanzaron a ver a la morena, Carolina abordó el tema que
la ocupaba.
-Dime.
¿Cómo te fue en la reunión?
-De
maravilla -dijo, a la vez que le hacía señas a Joset-. Ella es muy bonita y
amable. Tal y como me la imagine.
-¿No
te reconoció?
-No.
Dijo que yo era muy pequeña la última vez que me vio y que por eso no lo sabía
con seguridad –sonrió, quitándole peso al tema-. Pero la verdad, es que creo
que me reconoció enseguida.
-¿Por
qué lo dices? -Preguntó, imperceptiblemente alterada.
-Porque
cuando me vio, se emocionó mucho y me abrazó muy fuerte. Dijo que estaría feliz,
de llevarme a Inglaterra con ella.
-Pero
los resultados no estarán listos, hasta mañana -insistió-. ¡No pudo decir algo
tan irresponsable!
-Pues
ella estaba muy segura, cuando lo dijo -le extrañó la actitud, de su madre
adoptiva.
A
Carolina se le encogió el corazón, al ver la ilusión en esos ojos verdes. Por
un momento, la embargó el pensamiento de que Natalie deseaba abandonar el
orfanato, aun si Joset le pedía lo contrario y eso la envenenó por dentro.
-Entiendo
-bajo la cabeza, pensativa-. Cariño, discúlpame con tu hermana.
-¿No
vendrás con nosotras?
-No
puedo -se excusó-. ¡Las veré más tarde, en la cena!
Carolina
echo a correr tan rápido como sus hábitos se lo permitían.
Atravesó
los pasillos sin ninguna discreción y empujó sin reparos, a cuanta monja o
alumno se le atravesara. Cuando alcanzó a ver la gran puerta de la oficina, no
se detuvo a tocar o avisar de su intromisión.
-¡Madre
Isabel!
La
anciana se encontraba leyendo el perfil de los Britch, en el momento en que fue
interrumpida. Observó a su subordinada por encima de sus anteojos y no pudo
evitar sonreír lastimeramente, a la vez que empuñaba sus manos con frustración.
-Pase
y cierre la puerta, hermana Carolina -invitó-. La estaba esperando.
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