Cuando
Luis y Albert regresaron a la mansión, se sintieron gratamente sorprendidos al
ver que las mujeres habían acabado sus obligaciones y se dejaban mimar por el
viento invernal que soplaba en el portal. Reían muy animadas y libres de todo
rencor hacia los hombres -por su anterior grosería-, los invitaron a unirse a
sus cotilleos.
Albert
aprovechó y se acurrucó en el sofá de mimbre junto a su esposa, pero la
satisfacción le duró muy poco.
- ¿Dónde
pasaron la tarde? -Indagó Anabel.
-Nos
refugiamos en casa de Henry -respondió-. Nos rogó por un poco de compañía y
fuimos por unos tragos.
- ¿Por
qué no habré pensado en eso? -Murmuró la mujer, mientras rodaba los ojos.
-Espero
que tengan hambre, porque la cena ya esa lista -declaró Luciana, jocosa-.
Natalie y yo pasamos por muchos problemas tratando de hacer el postre, así que
lo menos que pueden hacer es comer hasta hartarse.
Luis
tragó con dificultad, mientras que su padre se encorvaba en actitud sumisa ante
la mirada reprobadora de su esposa.
- ¿Qué
hicieron de postre? -Preguntó Luis, ya sabiendo la respuesta de antemano.
Como
un acto reflejo, la más joven de las rubias respondió con una ligera exaltación
en su tono.
- ¡Pastel
de manzana!
Él
dejo escapar una sonrisa divertida, ante su reacción.
-Hasta
la pregunta es estúpida, hijo -lo acompañó Albert en el festejo.
-Se
mostró muy insistente con eso -aclaró Luciana, con una sonrisa condescendiente.
- ¡Luciana!
-Se quejó ella por lo bajo y con algo de vergüenza- También hicimos los
pasteles de fresa y chocolate que tanto querías. No me pongas el cartel de niña
caprichosa solo a mí.
-Las
dos son igual de exigentes con los dulces, así que no discutan por eso -las
regañó la matriarca de los Britch.
Conmovidas
por las palabras de la mayor y la clara burla en sus facciones, las aludidas le
reclamaron inmediatamente:
-Tía
por insistencia tuya, Luciana y yo tuvimos que hacer todo el trabajo de cocina
porque a ti, se te antojó el pato al horno. Tú solo te encargaste de la
ensalada y la pasta de relleno.
-Además
de que tuvimos que ir a comprar los ingredientes por nuestra cuenta -añadió la
morena.
- ¡Esta
bien! ¡Ya entendí!
Gritó
la mujer –avergonzada-, ante la deliberada indiscreción de las jóvenes.
Los
cuatro rieron por su marcado sonrojo y seguido de eso pasaron al recibidor,
donde se sentaron a ver alguna que otra película que pasaban por el televisor y
aprovechando el ambiente familiar que habían creado, no se cortaron a la hora
de tomar sus alimentos sentados en el suelo. Para los cinco era una experiencia
muy agradable, el compartir un momento tan íntimo y alegre como aquel; ya que
incluso Natalie participaba de la conversación y para congoja de unos de ellos,
esta se mostraba muy abierta y amigable con la nueva integrante.
-Debo
admitir que el pato les quedó exquisito -admiró Albert, con un aire formal no
acorde con la ocasión.
-Aunque
estaba un poco pasado de pimienta. ¿No crees?
Agregó
Luis, con el único fin de molestar a la cocinera -entiéndase Natalie-, pero la
bomba impactó en el objetivo equivocado.
-Pues
será mejor que te acostumbres al sabor, querido -intervino su prometida-. Porque
ahora que me aprendí la receta, será lo único que te cocine en adelante.
-Estoy
algo confundido -admitió Albert-. ¿Cuál de las dos, cocinó?
-Natalie
se guio por la receta que le dejó la cocinera, pero creo que al final
terminamos improvisando -admitió.
-La
letra de Margaret casi no se entiende y a duras penas, me acuerdo de todo lo
que le eché a ese pato –se encogió de hombros.
La
descarada confesión por parte de una novata en el tema, solo consiguió que
padre e hijo miraran a la víctima -el pato asado- con cierta desconfianza. El
sabor no era malo, pero nunca se sabía a qué atenerse cuando Natalie metía sus
manos en el asunto.
En
un acto mal disimulado, apartaron el plato a una distancia prudente.
-Ustedes
dos, ya dejen de hacer payasadas y terminen de comer de una buena vez –Anabel
hacia hasta lo imposible por no carcajearse.
-Nunca
creí que diría esto, pero creo que prefiero la ensalada de mamá.
-Si
tanto odias mi comida primo, tal vez debería darte de comer la carne para
perros que hay en el sótano. Como esta caducada, tal vez no notes la
diferencia.
Una
sonrisa socarrona, sumada a los brazos cruzados de la joven, lo hicieron temer
que en su próxima cena, la antes menciona carne seria parte del plato fuerte.
Incluso Luciana se estremeció al imaginar un sabor que hasta los perros
llegaban a odiar. Parecía ser que Natalie estaba más que dispuesta a darle una
lección a su primo y este sudaba copiosamente, al ser el blanco de sus
amenazas.
-Natalie,
no lo presiones –se carcajeaba Anabel.
-Es
su castigo por dejarnos solas todo el día, en lugar de ayudarnos.
-En
ese caso, deberías castigar a Albert también -sugirió frescamente.
- ¿Cielo,
de lado de quien estas tú?
Le reclamó
su esposo, atragantándose con la carne.
-Yo
tampoco puedo perdonar que nos dejaras solas, para ir a tomarte un trago con
Henry -fingió estar ofendida-. Debería mandarte a dormir a su casa. Tal vez de
esa forma, aprendas a apreciarme un poco más.
- ¡No
digas eso ni jugando!
En
un arrebato la atrapó entre sus brazos, dándole a entender que no estaba
dispuesto a soportar ese castigo en particular.
-Yo
que pensé que te estaba haciendo un favor -le guiñó un ojo a los testigos de
esa escena.
Los
jóvenes le rieron la gracia, pero Albert no pretendía arriesgarse y mucho menos
cuando sabía que Anabel no estaba bromeando.
-Tío,
de ahora en adelante será mejor que mantengas un bajo perfil.
-No
me lo digas dos veces -murmuró.
Anabel
se volteó a verlo sonriente y como único premio, se permitió corresponder el
abrazo de su esposo. Luciana no pudo evitar soñar despierta con la misma escena,
pero teniéndolos a Luis y a ella como protagonistas. Si le preguntaban qué tipo
de vida deseaba, admitiría que una en la que pudiera compartir momentos como
este con su familia y Luis, era perfecto en ese sentido.
Por
otra parte, el joven se estremeció al recordar con quien pasaría el resto de su
vida y se cuestionó capaz de soportar un matrimonio, en el que se vería
obligado a fingir sus emociones. Apreciaba a su prometida, pero siempre se
sintió atraído por su capacidad de escuchar y comprender a las personas.
Luciana era mucho más valiosa como amiga, que como esposa.
-Estoy
agotada -anunció la morena, al momento de caer sobre la cama.
Luis
se dedicó a acomodar su ropa en el armario, antes de unirse a ella. Ya estaba
bañado, envuelto en un pantalón negro de satín y solo le quedaba recostarse junto
a la chica, para dar por terminado el día. Sin embargo, algo le impedía tomarse
esa confianza con ella, independientemente del hecho de que ya debería estar
acostumbrado a ello. Conforme pasó el tiempo en su relación, obviamente la
intimidad entre ellos había alcanzado otro nivel y a estas alturas, verla
desnuda en su cama –esperándolo- no era nada nuevo para él.
-No
debiste dejarte influenciar por esas dos -comentó por lo bajo, evitando mirarla
de frente-. Tienen la mala costumbre de arrastrar a todo el mundo en sus
proyectos.
La
joven se arrodilló en la cama –coqueta- y fingiendo molestia en su voz, le
dijo:
- ¿Eso
significa que no soy la primera mujer que traes aquí? –Se colgó de su cuello,
haciendo caso omiso a su evidente pasividad.
Ella
se mostraba dispuesta a complacerlo y para ello, mostraba sus atributos sin un
mínimo de vergüenza. Senos turgentes y firmes, una cintura estrecha que hacia
resaltar aún más sus curvas y unos labios que le prometían el cielo en la
tierra. Realmente era magnifica y no había hombre sobre la tierra que no lo
envidiara en esos momentos.
Pero
la dulzura mezclada con sensualidad era lo que lo ponía en un aprieto a la hora
de tomarla; porque en esos momentos, no se sentía capaz de traicionar su
confianza de la forma más vil.
-Eres
única para mí, Luciana -admitió él, rodeándola por la cintura.
La
agasajada, no pudo menos que sonreír.
- ¿Por
qué me resulta tan difícil creerte? -Se recostó sobre él.
- ¿A
qué te refieres?
-Desde
que regresaste a esta casa, has actuado muy distante conmigo.
- ¿No
son imaginaciones tuyas?
-Dímelo
tú -murmuró contra su pecho-. ¿Por qué ya no me tocas?
-Te
estoy tocando justo ahora -apretó su abrazo, para darle énfasis a sus palabras.
- ¿Por
qué ya no me besas?
Acorralado
por las demandas de su prometida, tomó su barbilla con cuidado y la obligó a
verlo. Los ojos de ella estaban extrañamente en calma y por más que rebuscó en
ellos, no pudo encontrar nada que le hiciera sentir deseado. La atmósfera que
se supone debía ser creada por ellos en un momento de intimidad, nunca había
existido.
Luciana,
no esperaba nada de él.
Luis
se inclinó lo suficiente para capturar sus labios, sin encontrar en ellos el
sabor que esperaba. Era algo mecánico y carente de pasión, lo cual le dio la
respuesta que había estado buscando. Si no era capaz de despertar el deseo de
su futura esposa y mucho menos el suyo propio, tampoco sería capaz de
conseguirlo dentro del matrimonio.
Sus labios
se movieron con delicadeza, mordiendo y lamiendo los contrarios en un acto
desesperado. Aprisionó a la mujer con fuerza y Luciana –dejándose llevar- lo rodeó
por el cuello. también ansiosa y conmovida por el repentino cambio. Él acariciaba
todo el largo de su espalda, deleitándose con su calor, su aroma y la suavidad
de su piel.
Pero
no era suficiente.
- ¿Qué
es lo que pasa contigo, Luis?
Se
separó de él, sin romper por completo el contacto entre los dos.
- ¿Por
qué tienes que esforzarte tanto, para corresponderme un simple beso?
-Luciana…
Ella
lo cayó con un corto beso en los labios y Luis sin embargo, no pudo evitar
desviar su rostro al instante.
-No
quiero a mi lado, a alguien que realmente no me desea en su cama.
-No
es mi intención…
Pero
nuevamente fue interrumpido.
-Me
duele que precisamente tú, me desprecies y me mientas de esta forma -lo acusó-.
Si no eres capaz de decirme la razón de todo esto, al menos dime cuáles son tus
sentimientos hacia mí.
-Ya
te dije que eres especial para mí, Luciana –desvió la mirada.
Ella
tomó su rostro entre sus manos y lo obligó a mirarla a los ojos.
- ¿Cómo
amiga o como amante?
La
pregunto lo subyugó y los ojos de la mujer no le dieron tregua. Era una pregunta
bastante directa y dependiendo del punto de vista, daría inicio a una nueva
etapa en su vida. Responderla significaba dejar salir sus sentimientos por
Natalie, ya que Luciana era la única persona de quien podía aferrarse para no
ser envuelto en su mayor pecado.
Incapaz
de mostrarse franco con ella, vio con frustración como la morena se colocaba
una bata azul, para cubrir su desnudez.
-No
sé si sentirme ofendida o agradecida de que me hayas respetado todo este tiempo
-suspiró molesta-. Me imagino que son tus dudas las que te han mantenido
alejado de mí y no cualquier hombre tendría tal cortesía.
Sus
palabras amables, no en sincronía con sus acciones y con las expectativas del
momento, lo dejaron desorientado. Ella pretendía mostrarse estoica ante la
situación y Luis no podía decir con certeza si la joven estaba fingiendo.
-No
era mi intención hacerte pasar por esto -admitió derrotado- y mucho menos
arrastrarte conmigo.
-Solo
quiero que seas honesto conmigo y me respondas algo.
Él
asintió, conforme.
- ¿Es
por Natalie por quien has cambiado tanto?
Luis
retrocedió, ante la perspicacia de la joven.
- ¿Por
qué me preguntas eso?
-Porque
toda tu atención se ha volcado en ella y además, Natalie me comentó que tú
comenzaste a evitarla justo antes de viajar a los Estados Unidos.
Luis
no podía sentirse más miserable.
-No es
que quiera echártelo en cara –se cruzó de brazos-. Mucho menos si tenemos en
cuenta la situación en la que me encuentro ahora. Pero no es justo que las
hicieras pasar por tanto sufrimiento, solo porque no supiste confiar en tu
familia.
- ¡Tú
no lo entenderías! Ya una vez te dije que mi relación con ellos no es tan
sencilla.
-Y
yo te dije que no me tomaras por idiota -levantó la voz-. Si no me equivoco e
interpreto correctamente los hechos, tu situación no es la mejor en estos
momentos; pero te prohíbo usarme como método de escape para tu irresponsabilidad.
Si estoy mostrándome firme y comprensiva contigo ahora mismo, es porque ya
llevo un par de días preparándome para esta conversación.
- ¿No
podías avisarme con tiempo? -Intentó sonreír.
-Nuestra
relación ya estaba agonizando, desde mucho antes de que me pidieras matrimonio
–dijo, sin una pizca de remordimiento- y por otra parte, no podía esperar que
fueras honesto conmigo, cuando no lo eres con la persona que amas.
Luis
se acercó a ella, aun respetando su espacio personal.
- ¿Quieres
hacerlo oficial?
-No
tengo estomago para esas cosas -sonrió divertida y algo despectiva también-.
Mañana a primera hora, me regreso a Estados Unidos. Ya tengo el pasaje y las
maletas listas.
- ¿Lo
tenías todo preparado? -Exclamó sorprendido.
Luciana
se le arrimó y lo abrazó en un impulso.
-No
quiero convertirme en un obstáculo, Luis -admitió en susurros-. Me siento como
si fuera la protagonista de un drama y si te soy honesta, no siento que esté
perdiendo algo.
-Supongo
que sonará extraño, pero yo tampoco creo que esté perdiendo algo -le devolvió el
abrazo-. Gracias.
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