Tuesday, July 3, 2018

La Dama Perdida ~ Cap 17


Cuando Luis y Albert regresaron a la mansión, se sintieron gratamente sorprendidos al ver que las mujeres habían acabado sus obligaciones y se dejaban mimar por el viento invernal que soplaba en el portal. Reían muy animadas y libres de todo rencor hacia los hombres -por su anterior grosería-, los invitaron a unirse a sus cotilleos.
Albert aprovechó y se acurrucó en el sofá de mimbre junto a su esposa, pero la satisfacción le duró muy poco.
- ¿Dónde pasaron la tarde? -Indagó Anabel.
-Nos refugiamos en casa de Henry -respondió-. Nos rogó por un poco de compañía y fuimos por unos tragos.
- ¿Por qué no habré pensado en eso? -Murmuró la mujer, mientras rodaba los ojos.
-Espero que tengan hambre, porque la cena ya esa lista -declaró Luciana, jocosa-. Natalie y yo pasamos por muchos problemas tratando de hacer el postre, así que lo menos que pueden hacer es comer hasta hartarse.
Luis tragó con dificultad, mientras que su padre se encorvaba en actitud sumisa ante la mirada reprobadora de su esposa.
- ¿Qué hicieron de postre? -Preguntó Luis, ya sabiendo la respuesta de antemano.
Como un acto reflejo, la más joven de las rubias respondió con una ligera exaltación en su tono.
- ¡Pastel de manzana!
Él dejo escapar una sonrisa divertida, ante su reacción.
-Hasta la pregunta es estúpida, hijo -lo acompañó Albert en el festejo.
-Se mostró muy insistente con eso -aclaró Luciana, con una sonrisa condescendiente.
- ¡Luciana! -Se quejó ella por lo bajo y con algo de vergüenza- También hicimos los pasteles de fresa y chocolate que tanto querías. No me pongas el cartel de niña caprichosa solo a mí.
-Las dos son igual de exigentes con los dulces, así que no discutan por eso -las regañó la matriarca de los Britch.
Conmovidas por las palabras de la mayor y la clara burla en sus facciones, las aludidas le reclamaron inmediatamente:
-Tía por insistencia tuya, Luciana y yo tuvimos que hacer todo el trabajo de cocina porque a ti, se te antojó el pato al horno. Tú solo te encargaste de la ensalada y la pasta de relleno.
-Además de que tuvimos que ir a comprar los ingredientes por nuestra cuenta -añadió la morena.
- ¡Esta bien! ¡Ya entendí!
Gritó la mujer –avergonzada-, ante la deliberada indiscreción de las jóvenes.
Los cuatro rieron por su marcado sonrojo y seguido de eso pasaron al recibidor, donde se sentaron a ver alguna que otra película que pasaban por el televisor y aprovechando el ambiente familiar que habían creado, no se cortaron a la hora de tomar sus alimentos sentados en el suelo. Para los cinco era una experiencia muy agradable, el compartir un momento tan íntimo y alegre como aquel; ya que incluso Natalie participaba de la conversación y para congoja de unos de ellos, esta se mostraba muy abierta y amigable con la nueva integrante.
-Debo admitir que el pato les quedó exquisito -admiró Albert, con un aire formal no acorde con la ocasión.
-Aunque estaba un poco pasado de pimienta. ¿No crees?
Agregó Luis, con el único fin de molestar a la cocinera -entiéndase Natalie-, pero la bomba impactó en el objetivo equivocado.
-Pues será mejor que te acostumbres al sabor, querido -intervino su prometida-. Porque ahora que me aprendí la receta, será lo único que te cocine en adelante.
-Estoy algo confundido -admitió Albert-. ¿Cuál de las dos, cocinó?
-Natalie se guio por la receta que le dejó la cocinera, pero creo que al final terminamos improvisando -admitió.
-La letra de Margaret casi no se entiende y a duras penas, me acuerdo de todo lo que le eché a ese pato –se encogió de hombros.
La descarada confesión por parte de una novata en el tema, solo consiguió que padre e hijo miraran a la víctima -el pato asado- con cierta desconfianza. El sabor no era malo, pero nunca se sabía a qué atenerse cuando Natalie metía sus manos en el asunto.
En un acto mal disimulado, apartaron el plato a una distancia prudente.
-Ustedes dos, ya dejen de hacer payasadas y terminen de comer de una buena vez –Anabel hacia hasta lo imposible por no carcajearse.
-Nunca creí que diría esto, pero creo que prefiero la ensalada de mamá.
-Si tanto odias mi comida primo, tal vez debería darte de comer la carne para perros que hay en el sótano. Como esta caducada, tal vez no notes la diferencia.
Una sonrisa socarrona, sumada a los brazos cruzados de la joven, lo hicieron temer que en su próxima cena, la antes menciona carne seria parte del plato fuerte. Incluso Luciana se estremeció al imaginar un sabor que hasta los perros llegaban a odiar. Parecía ser que Natalie estaba más que dispuesta a darle una lección a su primo y este sudaba copiosamente, al ser el blanco de sus amenazas.
-Natalie, no lo presiones –se carcajeaba Anabel.
-Es su castigo por dejarnos solas todo el día, en lugar de ayudarnos.
-En ese caso, deberías castigar a Albert también -sugirió frescamente.
- ¿Cielo, de lado de quien estas tú?
Le reclamó su esposo, atragantándose con la carne.
-Yo tampoco puedo perdonar que nos dejaras solas, para ir a tomarte un trago con Henry -fingió estar ofendida-. Debería mandarte a dormir a su casa. Tal vez de esa forma, aprendas a apreciarme un poco más.
- ¡No digas eso ni jugando!
En un arrebato la atrapó entre sus brazos, dándole a entender que no estaba dispuesto a soportar ese castigo en particular.
-Yo que pensé que te estaba haciendo un favor -le guiñó un ojo a los testigos de esa escena.
Los jóvenes le rieron la gracia, pero Albert no pretendía arriesgarse y mucho menos cuando sabía que Anabel no estaba bromeando.
-Tío, de ahora en adelante será mejor que mantengas un bajo perfil.
-No me lo digas dos veces -murmuró.
Anabel se volteó a verlo sonriente y como único premio, se permitió corresponder el abrazo de su esposo. Luciana no pudo evitar soñar despierta con la misma escena, pero teniéndolos a Luis y a ella como protagonistas. Si le preguntaban qué tipo de vida deseaba, admitiría que una en la que pudiera compartir momentos como este con su familia y Luis, era perfecto en ese sentido.
Por otra parte, el joven se estremeció al recordar con quien pasaría el resto de su vida y se cuestionó capaz de soportar un matrimonio, en el que se vería obligado a fingir sus emociones. Apreciaba a su prometida, pero siempre se sintió atraído por su capacidad de escuchar y comprender a las personas. Luciana era mucho más valiosa como amiga, que como esposa.

-Estoy agotada -anunció la morena, al momento de caer sobre la cama.
Luis se dedicó a acomodar su ropa en el armario, antes de unirse a ella. Ya estaba bañado, envuelto en un pantalón negro de satín y solo le quedaba recostarse junto a la chica, para dar por terminado el día. Sin embargo, algo le impedía tomarse esa confianza con ella, independientemente del hecho de que ya debería estar acostumbrado a ello. Conforme pasó el tiempo en su relación, obviamente la intimidad entre ellos había alcanzado otro nivel y a estas alturas, verla desnuda en su cama –esperándolo- no era nada nuevo para él.
-No debiste dejarte influenciar por esas dos -comentó por lo bajo, evitando mirarla de frente-. Tienen la mala costumbre de arrastrar a todo el mundo en sus proyectos.
La joven se arrodilló en la cama –coqueta- y fingiendo molestia en su voz, le dijo:
- ¿Eso significa que no soy la primera mujer que traes aquí? –Se colgó de su cuello, haciendo caso omiso a su evidente pasividad.
Ella se mostraba dispuesta a complacerlo y para ello, mostraba sus atributos sin un mínimo de vergüenza. Senos turgentes y firmes, una cintura estrecha que hacia resaltar aún más sus curvas y unos labios que le prometían el cielo en la tierra. Realmente era magnifica y no había hombre sobre la tierra que no lo envidiara en esos momentos.
Pero la dulzura mezclada con sensualidad era lo que lo ponía en un aprieto a la hora de tomarla; porque en esos momentos, no se sentía capaz de traicionar su confianza de la forma más vil.
-Eres única para mí, Luciana -admitió él, rodeándola por la cintura.
La agasajada, no pudo menos que sonreír.
- ¿Por qué me resulta tan difícil creerte? -Se recostó sobre él.
- ¿A qué te refieres?
-Desde que regresaste a esta casa, has actuado muy distante conmigo.
- ¿No son imaginaciones tuyas?
-Dímelo tú -murmuró contra su pecho-. ¿Por qué ya no me tocas?
-Te estoy tocando justo ahora -apretó su abrazo, para darle énfasis a sus palabras.
- ¿Por qué ya no me besas?
Acorralado por las demandas de su prometida, tomó su barbilla con cuidado y la obligó a verlo. Los ojos de ella estaban extrañamente en calma y por más que rebuscó en ellos, no pudo encontrar nada que le hiciera sentir deseado. La atmósfera que se supone debía ser creada por ellos en un momento de intimidad, nunca había existido.
Luciana, no esperaba nada de él.
Luis se inclinó lo suficiente para capturar sus labios, sin encontrar en ellos el sabor que esperaba. Era algo mecánico y carente de pasión, lo cual le dio la respuesta que había estado buscando. Si no era capaz de despertar el deseo de su futura esposa y mucho menos el suyo propio, tampoco sería capaz de conseguirlo dentro del matrimonio.
Sus labios se movieron con delicadeza, mordiendo y lamiendo los contrarios en un acto desesperado. Aprisionó a la mujer con fuerza y Luciana –dejándose llevar- lo rodeó por el cuello. también ansiosa y conmovida por el repentino cambio. Él acariciaba todo el largo de su espalda, deleitándose con su calor, su aroma y la suavidad de su piel.
Pero no era suficiente.
- ¿Qué es lo que pasa contigo, Luis?
Se separó de él, sin romper por completo el contacto entre los dos.
- ¿Por qué tienes que esforzarte tanto, para corresponderme un simple beso?
-Luciana…
Ella lo cayó con un corto beso en los labios y Luis sin embargo, no pudo evitar desviar su rostro al instante.
-No quiero a mi lado, a alguien que realmente no me desea en su cama.
-No es mi intención…
Pero nuevamente fue interrumpido.
-Me duele que precisamente tú, me desprecies y me mientas de esta forma -lo acusó-. Si no eres capaz de decirme la razón de todo esto, al menos dime cuáles son tus sentimientos hacia mí.
-Ya te dije que eres especial para mí, Luciana –desvió la mirada.
Ella tomó su rostro entre sus manos y lo obligó a mirarla a los ojos.
- ¿Cómo amiga o como amante?
La pregunto lo subyugó y los ojos de la mujer no le dieron tregua. Era una pregunta bastante directa y dependiendo del punto de vista, daría inicio a una nueva etapa en su vida. Responderla significaba dejar salir sus sentimientos por Natalie, ya que Luciana era la única persona de quien podía aferrarse para no ser envuelto en su mayor pecado.
Incapaz de mostrarse franco con ella, vio con frustración como la morena se colocaba una bata azul, para cubrir su desnudez.
-No sé si sentirme ofendida o agradecida de que me hayas respetado todo este tiempo -suspiró molesta-. Me imagino que son tus dudas las que te han mantenido alejado de mí y no cualquier hombre tendría tal cortesía.
Sus palabras amables, no en sincronía con sus acciones y con las expectativas del momento, lo dejaron desorientado. Ella pretendía mostrarse estoica ante la situación y Luis no podía decir con certeza si la joven estaba fingiendo.
-No era mi intención hacerte pasar por esto -admitió derrotado- y mucho menos arrastrarte conmigo.
-Solo quiero que seas honesto conmigo y me respondas algo.
Él asintió, conforme.
- ¿Es por Natalie por quien has cambiado tanto?
Luis retrocedió, ante la perspicacia de la joven.
- ¿Por qué me preguntas eso?
-Porque toda tu atención se ha volcado en ella y además, Natalie me comentó que tú comenzaste a evitarla justo antes de viajar a los Estados Unidos.
Luis no podía sentirse más miserable.
-No es que quiera echártelo en cara –se cruzó de brazos-. Mucho menos si tenemos en cuenta la situación en la que me encuentro ahora. Pero no es justo que las hicieras pasar por tanto sufrimiento, solo porque no supiste confiar en tu familia.
- ¡Tú no lo entenderías! Ya una vez te dije que mi relación con ellos no es tan sencilla.
-Y yo te dije que no me tomaras por idiota -levantó la voz-. Si no me equivoco e interpreto correctamente los hechos, tu situación no es la mejor en estos momentos; pero te prohíbo usarme como método de escape para tu irresponsabilidad. Si estoy mostrándome firme y comprensiva contigo ahora mismo, es porque ya llevo un par de días preparándome para esta conversación.
- ¿No podías avisarme con tiempo? -Intentó sonreír.
-Nuestra relación ya estaba agonizando, desde mucho antes de que me pidieras matrimonio –dijo, sin una pizca de remordimiento- y por otra parte, no podía esperar que fueras honesto conmigo, cuando no lo eres con la persona que amas.
Luis se acercó a ella, aun respetando su espacio personal.
- ¿Quieres hacerlo oficial?
-No tengo estomago para esas cosas -sonrió divertida y algo despectiva también-. Mañana a primera hora, me regreso a Estados Unidos. Ya tengo el pasaje y las maletas listas.
- ¿Lo tenías todo preparado? -Exclamó sorprendido.
Luciana se le arrimó y lo abrazó en un impulso.
-No quiero convertirme en un obstáculo, Luis -admitió en susurros-. Me siento como si fuera la protagonista de un drama y si te soy honesta, no siento que esté perdiendo algo.
-Supongo que sonará extraño, pero yo tampoco creo que esté perdiendo algo -le devolvió el abrazo-. Gracias.

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