Dos
días antes de fin de año, Anabel y Natalie se levantaron prácticamente a la
misma hora, impulsadas por un deseo de auto superación. Armadas con sus
respectivos escobillones, trapeadores y el indispensable abrillantador, se
dieron a la tarea de hacer relucir la planta baja de la mansión.
No
se trataba de hacerla lucir bien por la inminente llegada de una visita no
esperada o por el hecho de que la mansión se veía abandonada debido a la falta
de empleados, sino por el fuerte deseo de ser tan útiles como una ama de casa
común y corriente. No buscaban compararse con las veteranas, pero
definitivamente no deseaban ser subestimadas como mujeres hacendadas de buena
familia. El año llegaba a su fin y tal vez sería su única oportunidad de
demostrarse a sí mismas, que las tareas domésticas podían ser divertidas.
Cuando
se encararon en la mañana y compararon sus intenciones, no pudieron menos que
sonreír al ver que pensaban de forma similar. Pero a la hora de poner manos a
la obra Natalie demostró ser más diestra en la labor, pues nunca llegó a
olvidar las enseñanzas de las monjas y tal era el nivel de humildad inculcado
en el hospicio que a los niños se les enseñaban labores de esa índole.
Se
repartieron las tareas de ordenar, limpiar, sacudir y cocinar en partes iguales
y al mediodía, cuando los “aristócratas” con quienes vivían decidieron
despertar, ya habían hecho la mayor parte del trabajo.
Desgraciadamente
para su ego, su afán no hizo gran diferencia y a los varones les resultó
especialmente difícil mostrarse asombrados o de alguna manera, conmovidos.
-Cielo,
esto no era necesario -Albert no sabía si mostrarse comprensivo o escandalizado
por la labor de su amada esposa-. Si tenías la necesidad de ver la casa limpia,
habría llamado a Andrew de inmediato.
Al
hombre le parecía una aberración, que su esposa se manchara o que simplemente
descuidara sus delicadas manos, por lo que entregado completamente al drama,
besaba sus manos con cariño y rogaba porque desistiera de la tarea.
-Albert,
no seas exagerado -consoló Anabel-. Lo hice por diversión y además, la casa
necesita estar impecable para la llegada del nuevo año.
-Pero,
si ese es el caso…
Sin
embargo, fue cruelmente interrumpido.
-Si
te atreves a molestar a Andrew por algo como esto, me niego a pasar la
celebración contigo.
Zanjó
el tema de raíz y conocedor de su carácter -sobre todo bajo la sombra de una amenaza-,
Albert no se atrevió a decir ni una palabra más.
-Luis,
detenlas por favor -rogó.
Antes
de que el aludido acatara la orden con cierta inseguridad, Luciana tomó el
control.
-No
me parece mala idea que nosotras misma elaboremos el almuerzo y la cena de esta
noche.
Se
acercó a las mujeres y colocándose entre ellas, se unió al motín.
-Conociéndolas,
estoy seguro de que nos obligaran a fregar los platos al final del día -mostró
Luis su temor y seguidamente, rompió a reír al ver que ellas no lo negaban.
- ¡Es
lo menos que pueden hacer! -Obvió su madre-. Lo hacemos por ustedes, así que
merecemos ese detalle por su parte.
-Lo
sabía -agregó Albert-. Cuando estaban los empleados en casa, no me veía
envuelto en situaciones como estas.
-Unos
cuantos platos no te van a matar papá y yo estoy dispuesto a hacerlo, con tal de
probar la comida de Natalie -inmediatamente se retractó- y de Luciana, por
supuesto.
-Eres
demasiado ingenuo, hijo -se lamentaba el hombre-. Si nunca has probado la
comida de tu madre o de Natalie, no deberías hablar tan a la ligera.
Poco
faltó para que un sartén con aceite hirviendo pasara por encima de su cabeza,
con la frustrada intención de castigarlo por su atrevimiento.
- ¿Dijiste
algo, amor? -La mirada de su esposa no podía ser más temible.
- ¡Sí!
Que hoy tengo una reunión muy importante con Henry y de paso, me llevo a Luis
conmigo.
Su
instinto de supervivencia le dio las fuerzas necesarias, para arrastrar a su
hijo en contra de su voluntad fuera de la mansión y sus terrenos.
Luis
estaba renuente a abandonar el hogar, pero convertirse en el único hombre de
una casa gobernada por mujeres, le pareció una idea un tanto descabellada. Más aun
al comprobar que el sentido del humor de estas, se había echado a perder por el
comentario -nada sutil- de su padre.
Una
vez en la carretera, se animó a preguntar:
- ¿En
verdad tenemos una reunión?
-Por
supuesto -aseguró el mayor-. Ahora mismo vamos a casa de Henry, nos tomamos
unos tragos y lo obligamos a hacernos de cenar.
Un
escalofrió azotó el cuerpo de Luis, al recordar que su madre se ofendía por
razones más insignificantes que esa.
-Eres
un hombre con agallas -sonrió bajito.
- ¿Por
qué lo dices? –Arrugó el entrecejo con confusión.
-Porque
vivimos con tres mujeres, que quieren vernos comer lo que ellas cocinen. ¿De
verdad crees que nos perdonaran si comemos en casa de Henry? –Negó con la
cabeza- Primero nos hacen dormir en la casa del perro.
-Pero
nosotros no tenemos perro –elevó la voz.
-Exacto
–sonrió victorioso.
Resignado,
Albert aseguró contentarse con una simple copa de brandy.
-A
veces detesto el hecho de haberte educado tan bien.
-Velo
como tu seguro de vida, anciano. Gracias a mí, no volverás a dormir en el sofá
del Henry.
-Ni
me lo recuerdes.
De
regreso en la mansión, las féminas habían recuperado sus tareas domésticas con
nuevos bríos y mientras Anabel se esmeraba en la cocina, Natalie y Luciana se
dedicaban a acomodar las habitaciones del segundo piso.
La
coordinación entre ellas dos era perfecta, pero debido a un inexplicable sentimiento
de incomodidad, la menor se rehusó a entrar en la habitación compartida por la
joven pareja. Su actitud la llevó a mantener las distancias con la morena,
creando como resultado que se mostrara evasiva y –ocasionalmente- grosera.
No
pretendía mostrarle su desagrado o hacerle notar que no la aceptaba en la
familia, pero el simple acto de evadirla o rechazar su proximidad se efectuaba
de forma automática y cuando quería darse cuenta de ello, ya era demasiado
tarde para retractarse. Era consciente del egoísmo que la obligaba a comportarse
así y difícilmente podía aceptar sus propios motivos para hacerlo; pero era
algo mucho más fuerte que su voluntad de hacer buen uso de su educación. Para
entonces, Luciana ya la habría tachado de incorregible y malcriada.
De a
poco, captaba los intentos de la morena por acercarse a ella y la amabilidad de
su expresión conseguían hacerla sentir miserable e indigna. Pero ni ella misma
comprendía el motivo de su rechazo. Simplemente sabía que la presencia de
Luciana en la mansión imposibilitaba una reconciliación con Luis.
- ¿Debo
disculparme contigo, Natalie?
La
pregunta la tomó con la guardia baja.
- ¿Disculparte?
¿A qué te refieres?
-A que,
si he hecho o dicho algo que llegara a ofenderte, te pido disculpas -respondió
solemnemente.
-No
me has ofendido de ninguna manera –admitió.
Su
respuesta pareció incomodar a Luciana, quien no sabía cómo continuar.
-No debes
cortarte conmigo -intentó ayudarla Natalie-. Si te sientes comprometida o
insegura, debe ser culpa mía.
-En
ocasiones no sé hasta qué punto puedo llegar a ser inoportuna, cuando hablo con
los ingleses. Por eso me resulta difícil, zanjar este malentendido contigo.
Natalie
la escuchó con atención.
-He
notado tu aversión hacia mí -Natalie se removió incómoda-, por eso no puedo
evitar sentir que soy la causante de tu malestar. Sobre todo porque Luis y sus
padres, aseguran que eres una persona muy alegre y dinámica.
-Como
bien dije, soy yo quien debe disculparse contigo por haberte hecho sentir
incomoda. No es tu responsabilidad, así que no debes sentirte mal, Luciana.
- ¿Estás
segura de eso? -Preguntó suspicaz- Tal vez si es responsabilidad mía. Sobre todo,
porque Luis y tú difícilmente pueden mantener las distancias.
- ¿Qué
estas tratando de decir?
-Que
me siento como una intrusa -dijo sin rodeos-. Ustedes aparentemente solían
tener una relación más íntima, pero hasta ahora no veo evidencia de eso.
Natalie
se sintió repentinamente acorralada.
-Por
eso siento que es culpa mía y que, de eso se deriva tu trato hacia mí.
Antes
de poder decir algo que contrarrestara las conclusiones de la mayor y así poder
enmendar el problema, Natalie se vio obligada a meditarlo seriamente. Ir a la
raíz del asunto y encontrar las palabras que la ayudaran a calmar la conciencia
de la morena, pero que no necesariamente mostraran sus verdaderos sentimientos.
-Esto
empezó hace ya mucho tiempo Luciana y doy fe de que no tiene nada que ver
contigo o con su relación.
Luciana
se cruzó de brazos, obviamente exigiendo algo más apropiado.
-Antes
de ir a América, Luis repentinamente comenzó a tratarme con más cautela y nos
dejó a mí y a mi tía al margen de sus
asuntos. No recuerdo que su cambio se derivara de un hecho en particular, pero
sí sé que fue de un día para el otro -su rostro se contorsionó por la
amargura-. No quiero hacer el relato demasiado largo, por lo que bastará con
decirte que no supimos nada de su viaje hasta que el mismo nos lo comunicó por
teléfono.
- ¡Eso
es terrible! -Luciana no daba crédito al proceder de su prometido.
-Supongo
que me pareció cobarde de su parte el no avisar antes, pero con los años la
situación se fue agravando y a estas alturas, ya no sé cómo debería tratarlo
–se encogió de hombros.
- ¿No
piensas darle una oportunidad de arreglar las cosas?
Natalie
se burló de la proposición y expuso su punto de vista.
-Luis
y yo somos familia por encima de todo, así que las palabras salen sobrando -su
pecho se contrajo de dolor, sin saber por qué esas palabras la lastimaban-. No
es como una relación amorosa, en la que es más fácil cortar los lazos de afecto
y que cada uno tome su camino; sino que todo resulta ser más complicado y a la
vez más sencillo. Sin importar lo que hagamos, no podremos desentendernos el
uno del otro.
-Es
un poco deprimente, escucharte decir eso -confesó Luciana-. Es como el relato
de un amor imposible.
Entre
ambas se encendió una chispa de entendimiento y soportando el peso de esa
frase, decidieron dejar morir el tema y acordar una tregua.
-Me
alegro de que todo quedara aclarado -Luciana la ayudaba a ordenar el despacho
de su tío.
Natalie
aún estaba aturdida por las palabras de la morena y su cabeza no dejaba de
bullir con ideas absurdas.
-No
debes preocuparte por el protocolo, en estos casos -intentó animarla-. Cuando llegué
aquí por primera vez, me sentía de la misma forma y buscaba la manera de no
decepcionar a nadie. Pero mientras más intentaba encajar más problemas daba,
así que decidí comportarme según mi naturaleza.
-Tengo
entendido, que eres la joya más codiciada entre los jóvenes de la alta
sociedad.
Luciana
se mostraba mucho más segura a su lado y debido a su comportamiento, la menor intuyó
que sus dudas con respecto a sus sentimientos estaban fuera de lugar.
-Si
quieres que te sea honesta, esa idea por parte de los mayores es demasiado
arcaica –decía, mientras desempolvaba los libros-. ¡Estamos en el siglo
veintiuno, por amor al cielo! ¿Realmente creen que me voy a casar con el
primero que me agasaje o pretenda cortejarme?
- ¿No
aspiras a casarte?
-Tengo
diecinueve años y casarme, no está entre mis planes inmediatos.
-Supongo
que no somos muy diferentes de otras chicas. Simplemente que nuestras acciones,
se llevan a cabo ante los ojos del mundo.
-Esa
es la única desventaja. Pero quien sabe evadir los problemas y los ojos
indiscretos, es capaz de vivir normalmente.
- ¿Realmente
crees que es tan sencillo?
-No
creerás que siempre estoy aquí encerrada, ¿verdad? Si actúo discretamente, el
peor de mis pecados se puede mantener en silencio.
-Hablas
como una experta en el tema -se burló su interlocutora.
-Te
voy a dar un consejo, por si alguna vez lo necesitas -repentinamente, floreció
un aire serio y estricto en sus ojos-. Sin importar lo que hagas -ya sea bueno
o malo-, asume que siempre hay alguien observándote -aun si no es el caso-. A
menos que quieras llamar la atención de los medios, te aseguro que las
posibilidades de que puedan seguir cada uno de tus pasos, depende única y
exclusivamente de ti.
-Creo
que después de todo, fue una suerte no haberme enfrentado a estos problemas
antes.
-No
estarás tan agradecida, después de casarte con Luis.
- ¿Por
qué no?
-Porque
él es el heredero de una empresa mundialmente conocida y probablemente, te
volverás el blanco de los cotilleos por una buena temporada. ¡Pero no te
preocupes! Ustedes sabrán lidiar con eso –aseguró confiada.
- ¿Es
eso un cumplido? -Sonrió complacida.
-Puedes
apostarlo -sonrió, con algo de esfuerzo.
Le
costaba mucho abrirse con Luciana y es que la sola mención de la antes
mencionada boda, le revolvía el estómago y lo poco que tenía en él amenazaba
con escapar de sus entrañas. Un profundo dolor se alojaba en su pecho, ante la
perspectiva de un matrimonio que no tenía derecho a detener.
La
pregunta era: ¿por qué?
¿Por
qué le costaba tanto adaptarse a la perdida y por qué no podía dejar de ver a
Luciana, como un estorbo? En teoría era ella la que salía sobrando, pero no podía
dejar de atribuirse un lugar que no le correspondía.
“Madre.
¿En qué clase de mujer me he convertido?”
Apenas
llegaron al imponente edificio no perdieron el tiempo en presentaciones innecesarias,
ya que ellos no solo eran sobradamente conocidos allí, sino que prácticamente eran
los dueños de toda la estructura. Puesto que consideraban a Henry como su
empleado más valioso, no era de extrañar que este gozara de ciertos beneficios
y que mejor que cederle un pent-house en uno de sus hoteles, sin ningún pago de
por medio.
Debido
a esto, los Britch fueron gratamente recibidos. Nadie estorbaba su paso, eran
cordialmente saludados y por encima de todo, acaparaban la atención de todas
las féminas que habitaban el complejo de apartamentos.
Si
bien era sabido que Albert era casado, no por ello llamaba menos atención que
su hijo -el cual estaba causando sensación-. No era por ser engreído, pero la
masculinidad y vitalidad que rebosaba el joven, podía decir muy orgullosamente
que las había heredado de él. Aunque también debía admitir que la galantería
que utilizaba en las mujeres y sus dudosas artimañas -aparte de venirles por
naturaleza-, las había tomado prestadas de Henry; el cual, dicho sea de paso,
fue su maestro titular en el tema.
Sin
conocimiento de nadie, su hijo se tomó su tiempo para salir de caza en lo más
puro de su adolescencia y así aprender de aquel hombre, que prácticamente le
había echado a perder a su muchacho.
Gracias
a Dios que ni su mujer y mucho menos Natalie sabían sobre este tema, porque
después de todo, Luis no se había construido la reputación de “Casanova” por
casualidad.
- ¿Cuándo
fue la última vez que viniste aquí?
Escuchó
que le preguntaban.
-Probablemente,
cuando tu mamá me botó de la casa –dijo, sin apenas inmutarse.
Luis
rodó los ojos.
- ¿Otra
vez quieres hacerme sentir mal por eso?
-Esa
vez no tuvo nada que ver contigo -desestimó-. Después de ese incidente, tu
madre se volvió tan irascible que a la menor falta por mi parte, ya me estaba
echando a patadas. Por eso cuando vengo aquí, me embarga una sensación de
peligro que no se borra hasta que llego a casa.
-Pues
yo me quedaría a vivir aquí, si la comida de esas dos es tan mala como dices.
-Yo
nunca dije que cocinaran mal -apuntó-. Simplemente comenté que nunca lo habían intentado;
eso es todo.
Salieron
del elevador y sin prestarle mucha atención al camino -por conocerlo de
memoria-, se dirigieron a la única puerta de ese piso.
-¿Entonces,
a qué se debe esta huida?
-Realmente
no es nada importante –se encogió de hombros-. Simplemente quería salir de allí
y dejar que las mujeres se entendieran entre ellas. No pretendo pasar toda la
tarde escuchándolas hablar y mucho menos, dejar que me usen de paño de cocina.
Luis
se estremeció al escuchar la frase “dejar que las mujeres se entiendan”. Había
nacido con un tono tan sospechoso y perverso, que lo obligó a observar el
perfil de su padre de reojo. Se veía tranquilo, pero ese repentino desinterés y
su forma tan desenfadada de caminar, le hacían pensar que estaba ocultándole
algo.
Una
vez escuchó decir a su madre que cuando su padre mentía, era cuando más tranquilo
y confiado se mostraba; pero que nunca llegaba a hacer contacto visual con
nadie.
-A
saber lo que estarás tramando, anciano -murmuró alto, con la intención de que
el mayor lo escuchara.
Tal
y como creyó que pasaría, cuando su padre se vio descubierto y en posición de
jaque, se forzó a mirarlo a los ojos, para enseguida aligerar el paso y buscar
la ayuda de Henry tras la puerta de caoba negra.
-¡No me digas que lo hiciste a propósito! -Exclamó
Luis, alterado.
- ¡Claro
que no! ¿Por quién me tomas?
El
hecho de que no se mostrara sorprendido por su acusación, lo hizo tomarse esa
respuesta como una confesión.
-Papá,
esto ya es el colmo. ¡No puedes jugar con los sentimientos de la gente, de esa
forma!
- ¿Me
lo dice un experto en el tema? -Preguntó cínico.
Luis
ignoró el comentario.
-Sé
que estas preocupado por tu sobrina, pero es injusto hacer de Luciana la
responsable de todo esto y obligarla a pasar un mal rato.
Lo tomó
por el hombro antes de que alcanzara la puerta y lo obligó a encararlo.
-Ella
no sabe nada de lo que pasó y muy por encima de tus prioridades, yo no pienso
dejar que me lo eches todo a perder. No he sacrificado tanto para quedarme sin
nada, por tu complejo de padre sobreprotector.
Albert
enrojeció por la ira que corría por su cuerpo y sus ojos se nublaron en medio
de una fuerte necesidad de golpear a su hijo.
- ¿Echártelo
todo a perder? ¿Te das cuenta de que solo estás pensando en ti mismo y en
ningún momento te has puesto a reflexionar, sobre lo que sienten esas dos? Lo
que siente una al creerse abandonada y lo que sentirá la otra, cuando se dé
cuenta de esta siendo arrastrada a un matrimonio sin amor. ¿Realmente nada de
eso te importa?
-Natalie
y yo somos familia, así que tarde o temprano se acostumbrará a la idea y en
cuanto a Luciana, ella es asunto mío. ¡No te metas más en esto y por favor,
deja de jugar con ellas a tu antojo!
-Me
resulta tan gracioso cuando te quejas de todo lo que has tenido que sacrificar
y no piensas en lo que las estas obligando a soportar.
- ¡Natalie
no es consciente de nada! -Gritó frustrado.
- ¡Y
aun así está sufriendo! ¿Cómo es posible que no te des cuenta de eso?
- ¿Por
qué debería ser mi matrimonio, el motivo de su descontento? Pueden existir
otras razones y aun así, Luciana no tendría nada que ver -el joven enrojecía
por la ansiedad y frustración que sentía-. Esto es algo que iba a pasar tarde o
temprano y si estoy equivocado, ya lo solucionaré en su momento.
-Agradecería
que dejaran de discutir, en medio del pasillo -se escuchó una voz grave.
Repentinamente,
la puerta frente a ellos se abrió y Henry salió con una máscara de molestia,
aterradora.
Los contrincantes
guardaron silencio y en sus expresiones, el rubio pudo adivinar que no
conseguiría amedrentarlos con sus ojos. Obviamente, su humor ya era bastante
malo.
-Al,
a partir de ahora te voy a cobrar por las sesiones -suspiró-. No me voy a
convertir en tu consejero familiar, por caridad.
-Deja
de joder con la paciencia de la gente -rechinó el mencionado-. La mitad de mis
problemas, los originas tú.
- ¿Eso
quiere decir que vas a despedirme? -Preguntó fresco.
-Quiere
decir que me debes una copa…, cruda.
Padre
e hijo lo pasaron de largo y como si la riña anterior no hubiera tenido lugar,
Luis se dedicó a servir tres copas y consecutivamente, se dejó caer en uno de
los sillones del bar. Desde el punto de vista de Henry, lo que ellos
necesitaban era desahogarse.
- ¿Después
de dos años sin verse, lo primero que hacen es discutir?
-Después
de dos años sin verlo, lo primero que me dice este condenado es que va a
casarse.
- ¡¿Qué?!
La
exclamación del rubio lo tomó por sorpresa.
- ¿Tú
no lo sabias? -Preguntó desconfiado.
-No
se lo contamos a nadie -explicó Luis-. Ni siquiera los padres de Luciana lo
saben.
- ¿Quién
es Luciana? ¿Cómo es eso de que te vas a casar y yo soy el último en enterarse?
Henry
intentaba por todos los medios descifrar la nueva situación de su ahijado y si
fuera posible, arreglar el problema.
-Sírvete
bien -se burló el mayor de los tres-. Ahora ya sabes lo que se siente cuando te
dejan de lado.
-Nunca
te creí tan rencoroso, papá.
-Ni
yo, te creí tan cobarde -contraatacó.
Henry
decidió retomar la conversación anterior.
-Luis.
¿A qué se debe esta decisión tan repentina?
- ¿Tú
también te pondrás de su lado? -Tomó un largo trago- No me lo puedo creer.
-Es
solo que no cuadra con tu objetivo principal.
-Deja
que yo te lo explique -interrumpió Albert, despreocupadamente acostado sobre el
sofá-. Al parecer, en estos dos años no ha conseguido olvidar a Natalie y como
el tiempo se le está agotando, su única oportunidad de mantenerse alejado de
ella…
-…es
casándose con otra mujer -Henry terminó la frase.
-Además,
Luciana es estadounidense. Más razón aun para irse a vivir al otro lado del
mundo.
-Te
dije que te ibas a arrepentir de tu decisión, muchacho –negaba con la cabeza.
Luis
desvió la mirada y en sus facciones se hizo evidente que estaba extenuado por
las continuas críticas. Parecía que sus excusas de a poco se iban agotando; más
aún cuando nadie parecía compartir su punto de vista.
-Es
una buena mujer y estoy seguro de que será una buena esposa –dijo, sin estar
plenamente convencido.
-No
es más que un impulso inocente e inmaduro, Luis -aseguró Henry-. Ese matrimonio
no va a durar.
- ¿Por
qué dices eso? -Se mostró alarmado- Entre los dos hay química y nos
complementamos perfectamente. ¡Dame una razón, para creer que esto no va a
funcionar!
-Porque
cuando te des cuenta, de que ella no te va a poder quitar la amargura con la
que cargas, acabarás buscando consuelo en los brazos de otra mujer, tal y como
hacías aquí. Al final no quedarás satisfecho y cuando menos te lo esperes,
volverás arrastrándote a la raíz de todos tus problemas.
- ¿Natalie?
–Sus hombros se sentían extremadamente pesados.
-Exacto.
De
lejos, Albert veía como las expresiones de su hijo cambiaban lentamente y su
anterior rebeldía, daba paso a la seriedad y sabiduría que antes se podía
adivinar en sus ojos. Envidiaba la facilidad de su amigo para tratar con Luis y
sobre todo, le rehuía a su capacidad de hacerle temer a los hombres un futuro
que aún no estaba escrito.
El
verdadero terror estaba en que sus predicciones casi siempre eran acertadas y puesto
que ser abogado le enseñó a predecir el futuro según las decisiones que se
tomaban en el camino, nadie se atrevía a contradecirlo. Incluso él le temía a
la perspectiva de que su hijo pudiera perder su camino y se dejara abandonar a
la lujuria.
No
era una imagen nada agradable para una familia que lo había dado todo por la
felicidad y comodidad de sus herederos inmediatos -entiéndase, Natalie y Luis.
Luciana
en efecto era una mujer maravillosa, llena de virtudes y lo suficientemente
madura para tener una pareja estable. El problema radicaba en que no era la
mujer adecuada para su hijo. Simplemente no era la mujer que él amaba y eso la
incapacitaba como amante.
-Necesito
pensarlo -apuntó Luis-. Pero decida lo que decida, por favor no interfieran.
-Decidas
lo que decidas, no nos quedara más remedio que apoyarte -aseguró Henry-. ¿Verdad,
Al?
El
aludido se encogió de hombros, en una actitud un tanto ambigua.
-Papá,
no te interpondrás. ¿Verdad?
-Jefe,
no lo presiones -advirtió Henry.
-Haz
lo que quieras con tu vida -dijo al fin-, siempre y cuando te hagas responsable
de cualquier daño que causes. Independientemente de eso, tienes mi apoyo
incondicional.
- ¿A
eso le llamas “apoyo incondicional”? -Preguntó su abogado, con sarcasmo.
-Lo
siento, pero Natalie es mi prioridad ahora mismo. Si Luis ya no puede cuidarla
como lo hacía antes, yo tendré que hacerme cargo de ella.
-Ya
está bastante grandecita para que la sigas tratando como una niña, Al. Deja que
se independice un poco y batalle su propia pelea.
-Ha
estado peleando sola por siete años y aún no se ha adaptado a nosotros. Si al
menos tuviera alguna idea de quien fue, tal vez no sería tan dependiente de
nosotros.
- ¿Sigue
obsesionada con Julia?
-Se
llama Joset -aclaró Luis.
-No
hemos dado con ella aun, pero al menos las pesadillas ya no son tan
recurrentes.
-Eso
es bueno -asintió Henry-. Las malas noticias no tardan en llegar, por lo que la
chiquilla debe estar bien.
-Aun
así, no pares de buscar -ordenó severo-. Le diste tu palabra, así que cumple
con ella.
Henry
se limitó a hacer un ademan desganado con la mano, en actitud de “ya déjame en
paz, hombre”. Después de remover cielo, mar y tierra por más de cinco años, la
sola mención de Joset le ponía los pelos de punta. No importaba que tan buenas
fueran sus conexiones, si resultaba que las fugitivas eran mucho más astutas
que él.
Por
considerarlas unas campesinas ingenuas, se dio el lujo de subestimarlas y
debido a ello, perdió la oportunidad de agarrarlas a tiempo. Ahora era como
buscar una aguja en un pajar, pues aunque sabía que seguían en Europa, no podía
asegurar “donde” exactamente. Para su ego, eso era un golpe bastante duro de
soportar.
Si
tenía que ver la cara de decepción de Natalie una vez más, él personalmente
iría a Francia y sacaría a esa pequeña rata de su madriguera de una vez y por
todas. A Dios ponía de testigo que daría con Joset y se la traería a la rubia
como regalo de su próximo cumpleaños.
-No
te preocupes -aseveró-. Esta vez, tengo una pista fiable.
- ¿Por
qué debería fiarme de ti? -Quiso burlarse el mayor.
-Porque
la última vez que te dijo algo así -decidió ayudarlo el más joven-, sacó a
Natalie de un orfanato y te la trajo sana y salva.
-Hijo
mío, eres un aguafiestas.
-Me
siento orgulloso de que haya nacido alguien capaz de ponerte en tu lugar -se
carcajeaba Henry.
-Irónicamente,
yo lo creé.
El
trio rompió en carcajadas incontrolables, mientras elevaban el codo y hablaban
de temas sin importancia ni trascendencia alguna. Refrescando sus mentes, se
dieron unas vacaciones del nudo de problemas que se iba tejiendo a su
alrededor; mientras que en la mansión de los Britch, las mujeres daban rienda
suelta a sus instintos de ama de casa y entre las más jóvenes, se iba creando
un peligroso lazo de amistad.
No comments:
Post a Comment