Monday, December 25, 2017

La Dama Perdida ~ Cap 12

Londres, 5 años más tarde:
En la mansión de los Britch -más específicamente en la planta baja-, se podían escuchar los gritos de dos jóvenes altamente impulsivos, seguidos por un fuerte portazo.
-¡Ya estoy harto de escucharte! -Exclamó el mayor de los dos, colérico- ¡Me doy por vencido contigo!
-¡Vete! ¡No te necesito!
Luis ignoró su rabieta y se alejó de la puerta, a toda velocidad.
-¡Luis! ¿A dónde crees que vas?
El joven de veintiún años se detuvo a los pies de la escalera, para ver como su madre le daba alcance.
-¡Me largo de esta casa! -Exclamó entre gestos exagerados- ¡Es insoportable!
-¿Te refieres a Natalie? -Enarcó una ceja.
-¿De quién sino? -Se quejaba- ¡Estar a su lado es una agonía, madre!
-Vamos Luis. Tenle un poco de paciencia.
-¡¿Cómo pueden tu o mi padre, tenerle paciencia?! -Le preguntó exasperado- ¡A ver si eres capaz de escucharla por más de una hora, sin querer salir corriendo!
 -¡Ha estado practicando día y noche! -Le reclamó la rubia- ¡No puedes abandonarla ahora!
-Al principio, en serio creí que lo conseguiría. ¡Pero ahora ya me he dado por vencido! -Aseveró- ¡El violín se le da fatal!
De eso se trataba todo el asunto. En pocos días, su familia asistiría a un baile de beneficencia y Natalie se había encaprichado en hacer una representación con el violín. Todos la apoyaban, pese a que eran conscientes de que la música no era su fuerte.
La joven poseía unas manos finísimas y extremadamente delicadas, por lo que no podían comprender por qué era incapaz de tocar el violín o el piano.  Trataba los instrumentos con impaciencia y frustración, lo cual hacía casi imposible que siquiera una nota decente, naciera de ellos.
-¡Luis, entra ahí ahora mismo y haz algo de provecho! –Ordenó exasperada.
Anabel sabía que ellos dos se entendían mejor que el agua y el azúcar, pero su terquedad le estaba costando una fortuna en tintes para el pelo. Cuando se ponían en estado agresivo -como era el caso-, no conocían otra forma de comunicarse que no fuera a gritos.
Luis intentó excusarse.
-¡Nada de peros! -Lo detuvo, antes de que pudiera hablar.
Seguidamente, señaló la sala de música con gesto demandante.
-¿Qué habré hecho, para merecer este castigo? -Murmuraba el moreno, mientras se dirigía hacia el salón.
Anabel por su parte, no se retiró de su puesto hasta que lo vio desaparecer tras la puerta.
-No los presiones demasiado, amor.
Ella  respingó, al sentir unos brazos estrechándola por la cintura.
-Harás que terminen odiándose -le susurraron al oído.
-¡Es imposible que eso suceda! -Exclamó divertida- No dejes que esa fachada, te engañe.
-¿De verdad crees, que Luis la puede ayudar con esto?
Anabel se dio la vuelta lentamente y le dio un corto beso en los labios, a su esposo.
-No sé si él puede ayudarla -sonrió con algo de picardía-. Pero yo no le voy a hacer de instructora. ¿Y tú?
-Ni que estuviera loco- murmuró por lo bajo-. Hace tiempo, perdí las esperanzas con Taly.
-Esperemos que no sea un caso perdido -suspiró la mujer-. Para ella, esto es importante.
-Lo sé.
Albert la estrechó por la cintura y juntos, salieron de la “mansión del caos” con dirección al jardín.

Dentro del salón de música, Luis era testigo de una imagen desconcertante e inverosímil. No es que lo creyera imposible, pero jamás la había visto en ese estado.
-Taly -la llamó gentilmente.
La joven lo encaró con terror e inmediatamente, se secó las lágrimas.
-¿Qué haces aquí? -Hipó- Pensé que ya te habías marchado.
Luis intentó acercase, pero la joven lo rechazó poniendo varios metros de por medio.
-Iba a hacerlo -admitió-, pero me interceptaron la huida.
-¡Entonces vuelve a intentarlo! -Ordenó exasperada- ¡Salta por la ventana, si es necesario! Solo son tres metros de altura.
-Sé que quieres matarme, pero puedes hacerlo mejor que eso -intentó hacer una broma, pero no le sirvió de mucho.
Dejando de lagrimear, Natalie se sentó frente a las partituras con el violín en posición y dispuesta a taladrarle los oídos con él.
-Según tú, solo me basta una nota para que todos deseen ahorcarse -comentó rencorosa-. Espero que sea verdad.
A conciencia, toco notas al azar y se esforzó especialmente porque estas salieran lo más desafinadas y agudas posible. Luis, consciente de que lo hacía a propósito e incapaz de soportar ese sonido infernal por más tiempo, le arrebató el instrumento de entre las manos.
-¡Ya basta, Natalie! -Le reclamó- ¡Si quisieras lo harías de maravilla, pero solo te concentras en el instrumento y no en las notas!
-¿Qué es eso de “si quisiera”? -Lo retó- ¿Crees que me habría esforzado tanto, si realmente no lo deseara?
-¡Ese es el problema! ¡Que te esfuerzas demasiado!
Suavizó su tono de voz.
-No se trata solo de conocer las cuerdas o de aprenderte la letra -se puso en posición, para tocar-. Tienes que sentir la música y dejar que tu mano, se mueva por instinto.
Tal y como lo dijo, lo ejecutó. Según iba tocando, Natalie sentía como sus temores y preocupaciones se alejaban lentamente. Las notas danzaban con soltura a su alrededor, envolviéndola en esos sentimientos que Luis intentaba transmitirle. Era un sonido exquisito, relajante y cuya poesía la dejaba vulnerable.
-Jamás seré capaz de tocar así -murmuró bajito.
Luis dejó el violín a un lado y esta vez -sentados en el mismo banquillo-, Natalie se dejó abrazar por él.
-Gracias -se acurrucó entre sus brazos-. Lo necesitaba.
Él sonrió satisfecho, pero los viejos hábitos son difíciles de olvidar.
-Estoy de acuerdo -concedió, engañosamente comprensivo-. Dicen que la música, puede domar a la bestia más feroz.
 “3…, 2…, 1.” -Contó mentalmente.
Terminada la cuenta regresiva, Natalie hizo acopio de toda su fuerza, para levantar un contrabajo  y amenazarlo con él.
-¡No! -Gritó aterrado- ¡Ese contrabajo no! ¡Es una reliquia única, Natalie! ¡No tiene precio!
Luis temblaba solo por pensar en la destrucción de ese instrumento y contra todo pronóstico, Natalie lo dejó en el suelo -suavemente- y una vez a  salvo, se volvió a sentar en su lugar. El moreno no podía creer que en esa cabecita rubia, hubiera entrado algo de cordura.
-No me lo creo -musitó incrédulo-. ¡¿Eso es todo?!
La rubia suspiró.
-No estoy de humor, para jugar contigo -admitió desganada-. El baile es en dos días y aún no he mejorado.
-¿Vas a rendirte? -Se sentó a su lado.
-¡Como si no me conocieras! -Respondió sardónica.
-¿Por qué es tan importante para ti?
Ella no respondió directamente, pero su rostro la delató.
-¿Es por Joset? –Acarició su mejilla con mimo.
-Solo quiero llamar su atención -admitió-.  Ha pasado demasiado tiempo, desde que supe de ella y de Carolina.
Al año y medio de haberse marchado, Natalie aún no dejaba de llamar cada noche sin falta y en cada ocasión, recibía una negativa por parte de la hermana Carolina. La mujer poco a poco dejo de tratarla con cariño y sus respuestas, se volvieron mordaces y hostiles. Nunca le dio explicaciones sobre el por qué Joset se negaba a escucharla y simplemente, le exigió que dejase de llamar.
Aun así Natalie no la escuchó y siguió insistiendo en hablar con Joset o con la Madre Superiora. Pero como siempre, la monja tenía una excusa para negarse a todo.
Paulatinamente, le fue perdiendo el respeto a la mujer que alguna vez consideró como una madre y decidida a remediar el problema, les pidió a sus tíos que la llevaran a Francia. Inmediatamente, Albert consiguió cuatro boletos con destino a París y en menos de cuarenta y ocho horas, ya estaban tocando las puertas del orfanato. Algo se revolvió dentro de ella, al estar otra vez en aquel sitio y compararlo con la vida que ahora poseía.
Sin embargo, apenas cruzaron el umbral de la puerta les dieron la noticia de que Carolina había abandonado sus votos pocos días atrás y que en consecutiva, había adoptado a Joset. Para entonces, nadie sabía de su paradero y las pistas eran prácticamente inexistentes.
Según la Madre Isabel, Joset había esperado su llamada durante meses; pero al ser Carolina la única encarga de filtrar las llamadas, esta jamás recibió noticias suyas.
-Henry está haciendo todo lo posible, por encontrarlas –besó su frente con cariño -. No tienes que hacer esto.
-Lo dices porque no me tienes fe –lo acusó.
-Y porque no quiero que pases vergüenza.
-¿Es tan difícil para ti, tomarte las cosas en serio?
-¡Mira quien fue a hablar! Antes de que tú llegaras, yo era la personificación de la buena conducta -fingió sentirse ofendido.
-Mejor vete de aquí y así puedo seguir practicando -sonrió juguetona-. ¿O prefieres, continuar con la lección?
-Querrás decir, con el suplicio -murmuró bajito.
-¿Dijiste algo?
-¡Que empieces por el estribillo!

Esa noche -mientras su familia dormía-, Albert aprovechó para cuadrar las cuentas de su empresa. Un pequeño imperio creado por su familia, la cual fundamentó las bases de su  compañía en el mercadeo de joyas y la exportación de vehículos futuristas por todo el mundo.
Si bien era cierto, que sus productos solo estaban al alcance de las más altas esferas sociales, una pequeña parte de su fortuna era desviada mensualmente, a instituciones de beneficencia de diferentes índoles. Desde hospitales para niños con cáncer, hasta misiones de caridad en los países más pobres de África y partes de Suramérica.
El resto de sus ingresos, los invertía en el bienestar de su familia y la prosperidad de su compañía, Escarlata. Además del día a día, no tenía más preocupaciones y el único tema que era capaz de quitarle el sueño, eran las constante riñas entre Natalie y Luis.
Mientras una intentaba abrirse paso en sus estudios y ser digna del apellido que llevaba, el otro ya estaba listo para abandonar el nido.
En unas pocas semanas, Luis -por decisión propia- viajaría a Estados Unidos y se matricularía en la prestigiosa Universidad de Yale. Ni Anabel y mucho menos Natalie debían saberlo hasta el último momento; cuando no les quedara más opción, que aceptar lo inevitable.
Albert notó un incómodo ardor en sus ojos y entonces fue consciente, de que llevaba horas evadiendo el sueño.
-Ya me estoy haciendo viejo -le dijo a la nada, mientras se sacaba los lentes y restregaba sus ojos.
-No dejes que mamá se dé cuenta de eso.
El mayor se sorprendió, al ver a su hijo parado en el marco de la puerta.
-¡Luis! ¿Qué haces despierto a esta hora?
-La pregunta es: ¿qué haces tú despierto? -Tomó asiento frente al escritorio- A diferencia de ti, yo no tengo una esposa esperándome en cama.
-Es difícil dejarlo, cuando te estas divirtiendo -comentó sarcástico.
Luis sonrió de medio lado y se dejó resbalar por el sillón, con pereza.
-Ve a descansar, anciano –bostezó-. No es bueno que te presiones tanto y menos con esas bolsas, bajo los ojos.
Albert se carcajeó bajito y se incorporó, para tomar una copa de wiski.
-Antes no me llamabas “anciano” -comentó sin mucho interés.
-Antes no parecías una mina de plata -recibió una copa de su padre-. ¿Cuándo fue la última vez, que te relajaste en serio? -Bebió un sorbo.
-Ya ni me acuerdo, hijo -se sentó en el sofá de piel-. ¿Crees que puedo relajarme contigo y tú prima, dando guerras a mí alrededor? ¡Imposible!
La sola mención de Natalie, le robó una risa estridente al más joven de los dos. Este se carcajeaba con gracia y en poco tiempo, su padre acabó contagiándose.
-Te aseguro, que ese diablillo saca lo peor de mí -decía entre risas.
Albert se inclinó hacia adelante, para deleitarse con la felicidad de su único hijo. Este se encontraba sonrojado y eso, solo por mencionar a su rubia adoración.
-Sí, eso ya lo note -comentó perspicaz.
Luis se incomodó, al notar la mirada inquisidora de su padre y sus carcajadas, pasaron a ser un carraspeo nervioso. Le sujetó la mirada por escasos segundos, pero algo mucho más fuerte que él, lo obligó apartar la vista de esos ojos negros.
Decidió cambiar de tema.
-¿Hiciste lo que te pedí?
El hombre aceptó darle un respiro y tomando impulso, se levantó de su sitio para tomar los papeles del escritorio.
-Como siempre, Henry se ocupó de todo -se los entregó-. ¡En hora buena! ¡Te aceptaron!
-No tuviste que intervenir. ¿Verdad? -Preguntó, mientras leía la carta.
-Les bastó con ver tu currículo, para escogerte entre los primeros -le palmeó la espalda-.  Estoy orgulloso de ti, Luis.
La ocasión lo ameritaba, por lo que el joven se levantó para recibir un abrazo de su progenitor. Aun así, ninguno de los dos parecía realmente entusiasmado por la noticia.
Luis nunca lo confesó abiertamente, pero los adultos estaban al corriente de los sentimientos de del chico, por su prima de diecisiete años. Fueron testigos de cómo su amor nacía, iba creciendo y se desbordaba a cada instante; hasta llegar a un punto en el que ya no podía ocultarlo.
Por si fuera poco, Natalie no parecía ser consciente de lo que provocaba en él y debido a ello, se le arrimaba inocentemente. Eso estaba destrozando a Luis lentamente y minaba su determinación, de no acercársele con otras intenciones.
El hecho de que fueran primos, le ponía una traba bastante grave a esa relación. No estaba bien visto que la sangre se mezclara y considerando el estatus de su familia, el rumor se extendería como la pólvora.
El chico estaba convencido de que poniendo kilómetros de por medio, conseguiría matar ese sentimiento; pero  Albert no la consideraba una solución viable. No le parecía justo un sacrificio como ese y menos teniendo en cuenta, que la decisión involucraba a toda la familia.
-Espero que no te arrepientas de esto, Luis.
-No te prometo nada.

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