Horas
más tardes, Natalie aún seguía serpenteando entre los numerosos pasillos del
laberinto y para entonces, la emoción había dado paso al aburrimiento. En poco
tiempo descubrió que cada pasillo era igual que el anterior y aun si seguía
apreciando su belleza, ya no le apetecía disfrutarla ella sola. Deseaba volver a
la mansión y tener unas horas de merecido reposo, pero como ya había comprobado
antes, no sabía cómo dar marcha atrás. Quedarse sentada en una esquina esperando
a que la encontraran le parecía un sinsentido, pero avanzar podría agravar más
el problema.
¿Qué
debía hacer?
Pese
a todo, no se sentía asustada. En numerosas ocasiones, había acampado a la
intemperie con Joset y a ambas, se les antojó una experiencia adictiva.
Pensar
en su hermana, le hizo recordar su promesa de llamarla apenas tuviera tiempo y
se golpeó mentalmente, por haber olvidado algo tan importante. No debía hacerla
esperar demasiado, porque “la ley del hielo” era el castigo favorito de la
morena.
“¡Como
si no la conociera!” -Pensó con sarcasmo.
Decidida
a no perder ni un minuto más en aquel galimatías, se dedicó a buscar una
salida. Pensó que no sería tan difícil escalar una de las murallas de hiedra para
ubicarse desde arriba, pero estas resultaron ser más delicadas, de lo que
suponían a simple vista. Sus ramas se deshacían
con facilidad entre sus dedos y no disponían de un tronco resistente,
del cual apoyarse.
Estaba
a punto de intentarlo con un muro de granito, cuando escuchó una corriente de
agua cerca de donde se encontraba. Adivinó de qué dirección provenía el
murmullo y no tardó mucho tiempo, en encontrar lo que estaba buscando.
Sus
ojos se vieron sorprendidos, ante la magnificencia que se exhibía frente a
Natalie.
Se
trataba de un estanque de más de seis metros de diámetro, adornado en el centro
con la escultura de una bella ninfa azul sosteniendo un ánfora del cual brotaba agua. La joven posaba sus pies grácilmente
por encima del agua y su esbelto cuerpo, se inclinaba sobre la superficie del
estanque cual bailarina. Mostraba una expresión enamorada, mientras observaba
el líquido correr.
Era inspirador
ver el cuadro completo rodeado por rosas, gardenias y narcisos acuáticos.
En
ese momento, habría apostado que se encontraba en el corazón del laberinto. La extensión
de ese pequeño jardín le parecía lo suficientemente grande, como para ser la
atracción principal de quienes buscaban un momento de sosiego y exactamente
eso, hacia su acompañante.
A
escasos metros de ella descubrió a un adolescente de cabello negro, leyendo
tranquilamente e indiferente a su presencia. Lucía completamente desligado del
mundo y concentrado únicamente, en lo que tenía entre sus manos.
Natalie
sonrió con ternura ante la escena, ya que al parecer él también sabía apreciar
la buena lectura. A ella le atraían especialmente los libros y le gustaba ver
como otros podían disfrutar de algo tan simple y a la vez tan puro. En su caso,
prefería los de acción o románticos; pero obviamente, este sujeto buscaba algo
más de profundidad.
Se
acercó sigilosamente y leyó el título.
“Corazón”
¡Ese
libro era precioso!
Lo
había leído con anterioridad en clase de literatura y le había parecido entretenido
y vivificante. Le resultaron atrayentes las experiencias minuciosamente
detalladas por el autor y el sentimiento impreso en cada frase.
-¿Cuánto
tiempo te quedaras ahí mirando?
La voz
del chico, la hizo respingar. Al parecer, si le había prestado atención a todos
sus movimientos y solo ahora, se dignaba a hablarle.
-Lo
siento. No pretendía molestarte -se disculpó, con una sonrisa apenada.
El
mayor sonrió, desenfadado.
-Tranquila.
No me molestas -puso el libro sobre su regazo y la examinó-. Pero sí me
sorprendiste.
Natalie
ladeó la cabeza.
-No
pareces sorprendido -comentó curiosa.
Él dejó
escapar una carcajada divertida.
-¡Lo
estoy! -Admitió-. Es la primera vez que
te veo. ¿Cómo te llamas?
-Natalie.
-Dime
Natalie. ¿Cómo llegaste aquí?
Ella
se sentó a su lado, alentada por su aparente amabilidad. Nada que ver con los
chicos inmaduros, que había conocido en el orfanato.
-Mis
tíos me acompañaban, pero creo que los perdí en el camino -miró hacia el
laberinto-. Me han de estar buscando.
El
joven entrecerró los ojos, perspicazmente.
-¿Los
perdiste o te perdiste?
Ella
tardó en responder, pero su intenso rubor le dio al mayor la respuesta que
buscaba.
-Me
perdí -murmuró avergonzada.
Inevitablemente,
el moreno dejó salir una fuerte carcajada que consiguió hacerla sonrojar. Su
sonrisa era melodiosa, pero no le gustaba la razón de esta y el chico no
mostraba ni una pizca de tacto.
-¡No
te burles!
Sin
embargo él no podía parar de reír y el rostro ruborizado de la menor, solo
conseguía empeorarlo.
-¡Perdona!
-Intentaba serenarse- ¡No me rio por eso! Por favor, no te enojes.
Logró
contenerse un poco.
-Yo
también me he perdido un par de veces y no es para tanto. ¡Es un laberinto! ¡Es
normal!
-¿Entonces?
El chico
no pudo aguantarlo más.
-¡Es
que haces que parezca un asunto muy serio! -Rompió a reír, escandalosamente-.
¡No me digas que te hiere el orgullo! -Reclamó, intentando provocarla- ¿Te
perdieron de vista un par de segundos y entraste en pánico? ¡¿Pero qué edad
tienes?! -Exclamó divertido.
El
azabache descubrió el nuevo placer de hacer enojar a esa mocosa tan explosiva e
irascible y Natalie por otro lado, descubrió que aquel chico no era para nada
agradable.
-¡Pensé
que serias un caballero, pero resultaste ser un inmaduro! -Le devolvió la
pulla- ¿No que los ingleses, sabían cómo tratar a una dama?
El
mayor no se quedó callado.
-Lo
hare encantado, en cuanto tú me muestres a una dama -rebatió con soltura-. Las
niñas como tú, ni siquiera saben cómo comportarte ante la presencia de un
caballero como yo -comentó con cierta altanería.
La
rubia se puso como la grana.
-¡Eres
tan irritante!
Natalie
se incorporó ofendida y se pudo haber marchado, de no ser porque fue detenida.
-¡Vamos,
solo estaba bromeando contigo! -Intentaba sonar conciliador- ¡No es para
ponerse así! Ven, siéntate.
-¡No
quiero! -Se removió testaruda y eso le causo mayor gracia a su acompañante-
Ahora si me disculpas, debo buscar a mi tía.
-¿No
tienes miedo de perderte, otra vez?
Esa
fue la gota que colmó el vaso. Para ella era un asunto muy serio y lo trataría
como tal.
-¡Ahora
sí, ya me cansaste!
Antes
de que el mayor -desprevenido- consiguiera esquivarla, ya tenía encima a una
maraña de pelo dorado, intentando estrangularlo. La chiquilla pretendía darle
pelea, pero no tenía mucho que hacer contra alguien mayor que ella y su
contrincante, se aprovechó de esa desventaja para hacerle una broma “inocente”.
Después de todo, hacía mucho calor.
La cargó
al estilo princesa y avanzó un par de pasos, hasta alcanzar su objetivo.
-¿Pero qué haces, idiota? -Pataleaba- ¡Suéltame!
-¿Idiota?
-Repitió incrédulo- Esas son palabras muy grandes, para una mocosa.
-¡No
me llames así! -Se removía inquieta- ¡Te he dicho que me bajes!
-Como
mande la señorita -sonrió con maldad.
Natalie
fue liberada en el aire, pero en lugar de caer sobre el césped -como ella
esperaba-, su cuerpo acabó sumergido en el estanque. Ella inmediatamente emergió a la superficie, salpicando
agua por todas partes y respirando grandes bocanadas de aire, frente las burlas
del azabache; quien para mayor regocijo, veía como la joven intentaba incorporarse
en vano.
-¿Ya
te sientes mejor? -Se mofaba- ¡A que es refrescante!
Natalie
vibraba por la rabia que sentía y en su vida no descansaría, hasta vengarse por
esa afrenta. Como pudo consiguió salir del estanque, mientras el chico reía
dolorosamente al ver su obra de arte.
La
niña se recargó de adrenalina y calculando la distancia que los separaba, se
dispuso a hacer su movida. El moreno presintió el peligro, pero justo cuando se
le iban a echar encima en un nuevo intento por acabar con su existencia, algo
detuvo la pelea; o mejor dicho, alguien.
-¡Natalie!
-¡Luis!
Exclamaron
Anabel y Albert, simultáneamente.
Los
nombrados se detuvieron en seco y se enfrentaron a los adultos, con cara de
circunstancias. Estos por otro lado, no daban crédito a lo que veían sus ojos.
Natalie
se encontraba empapada de pies a cabeza y su largo cabello rubio -recogido en una
cola alta-, apenas la dejaba gesticular con los brazos. Además, su juego de
bermudas y chaqueta amarilla -adquiridos en París-, estaban llenos de barro y
con hojas de hiedra revistiéndola. La imagen daba pena y risa a la vez.
Su
hijo Luis por otro lado, se veía muy fresco y no parecía arrepentido por lo que
había hecho.
-Tía
Annie –murmuró apenada.
-¿Cómo
que, “tía Annie”?
Luis
salió de su estado jocoso, para prestarle atención a la mocosa. ¿Acaso la escuchó
llamarle “tía”, a su madre?
-¡¿Algún
problema con eso?! -Lo retó- ¡Es mi tía,
payaso!
-¡Natalie,
no es necesario gritar! -La regañó Anabel.
-Lo
siento.
Los
mayores suspiraron frustrados.
-¡Luis!
-Lo llamó Albert.
-¿Papá,
quieres explicarme que sucede aquí? -Exigió.
-¡Por
supuesto, hijo! –Respondió, con falsa amabilidad- Acabas de lanzar a tu prima,
a un estanque de agua fría y si ella enferma, tú serás responsable.
La
noticia lo noqueó, por contados segundos.
-¿Mi…,
prima?
No
podía creer lo que estaba escuchando.
-¿Entonces,
si era ella? -La estudió, incrédulo.
Natalie
le devolvió la mirada, igual de sorprendida y con la desconfianza plasmada en
sus -mojadas- facciones.
-¡Así
es! Y espero que te lleves bien con ella, Luis -lo amenazó Anabel, sutilmente-.
¡Los dos, deberán llevarse bien!
Los jóvenes
se observaron y se midieron con cautela. A partir de ese momento, se tendrían
que tratar como familia y vivir bajo el mismo techo. Natalie se estremeció solo
de pensarlo, pues ese chico no tenía escrúpulos y ella nunca había tenido un
rival tan difícil de manejar.
En
esa casa, no se vivirían momentos de paz. De eso estaba completamente segura.
Él por
otro lado, estaba encantado con la idea de recuperar lo que años atrás creyó
perdido. No le resultaría fácil, volver a verla como la niña tímida que solía
ser -sobre todo por lo impetuosa que se había vuelto-; pero quería darle una
oportunidad a la rubia. Eran familia, después de todo.
-Yo
no tengo problemas con eso. ¡Bienvenida a casa, Evelin! -Exclamó conciliador.
Natalie
volvió a erizarse, cual gato agredido. No quería darle la satisfacción de verla
ceder y por encima de todo, no se creía esa carita de ángel. Jamás olvidaría la
humillación de antes y para colmo,
odiaba el nombre que insistían en otorgarle constantemente.
-¡Ahora
me llamo Natalie, payaso! -Gritó por todo lo alto.
Ya
había caído la noche y para entonces, todos los empleados estaban enterados de
la gran noticia. Se comentaba en cada pasillo y rincón de la casa, ocasionando
que incluso los jardineros se atrevieran a asomar sus cabezas, para ver a la
recién llegada. La plantilla al completo se encontraba revolucionada y se
conglomeraban cerca del comedor, para observarla comer junto a su familia o
escucharla hablar entre risas.
Algunos
la veían con aprobación e interés. Otros simplemente no le daban importancia a
su presencia y otros tantos, sabían del impacto que esta tendría en el día a
día.
Para
ellos, la rubia no representaba más que nuevos caprichos que cumplir, manías
que soportar y -seguramente- nuevas travesuras con las cueles lidiar. El mismo sistema
al que se habían habituado y regido por años, se vendría abajo en cuestión de
días.
Pero
Natalie no tenía tiempo, para preocuparse por ellos. Si bien disfrutaba de la
cena y la compañía, también tenía sus propios dilemas que resolver.
En
primer lugar, estaba Luis y lo que su bromita en el estanque le había
ocasionado.
Podía
notarlo en la garganta, rascándole y luchando por salir; pero ella se negaba a
ello con todas sus fuerzas. Primero se ahogaba con el vaso de agua, antes que
darle el gusto a su primo de verla estornudar. Sus ojos lagrimeaban
imperceptiblemente por el esfuerzo que estaba haciendo y su rostro se contorsionaba
en divertidas muecas que a todos hacían reír, sin saber la verdadera razón de
estas.
La
pequeña se había resfriado terriblemente y solo tenía alguien, a quien culpar
de ello. En su vida jamás había caído enferma, pero tras pasar cinco minutos junto
a su primo ya había cogido una gripe.
Pese
a que intentaba mantenerse estoica ante sus atenciones y provocaciones, desgraciadamente
él sabía que fibra tocar para hacerla rabiar o sentirse halagada. En ocasiones
incluso la hacía reír y eso la frustraba, pues deseaba mostrarse enfadada y no
dispuesta a firmar un tratado de paz con él.
Desafortunadamente,
tenía la mirada de todos los comensales sobre ella y solo por esta vez, no le
apetecía ser el centro de atención. En otras circunstancias habría mandado a
Luis a freír espárragos, pero en esta ocasión debía luchar por mantener la
calma y no saltarle directo a la yugular. Él apenas cumplía los diecisiete
años, pero se comportaba como un crio.
Después
de un par de horas de convivencia, devolverle las pullas a Luis se volvió
inevitable y para fortuna de ambos, los mayores parecían disfrutarlo. Puede que
incluso creyeran que eso, fomentaría el cariño entre ellos.
-Dime,
Evelin. ¿Te obligaban a llevar un hábito? –Preguntó el moreno, mientras
disfrutaba del postre.
La
aludida ignoró el comentario para desconcierto de todos, ya que la chica no
perdía oportunidad de enzarzarse en una pelea verbal con él.
-¿Acaso
no me escuchaste? ¡Respóndeme cuando te hablo, Natalie! -Insistió.
Su
nombre actuó como interruptor y automáticamente, las palabras brotaron de su
boca.
-Lo
siento primo, pero solo escuchaba a un mono hablando de cosas sin sentido -respondió
frescamente-. ¿Decías algo?
Luis
se quedó en blanco por contados segundos, tras verse descolocado por el
inesperado ataque de la rubia.
-¿Se
puede saber que mosca te ha picado, mocosa? ¡Te lo he preguntado educadamente!
Anabel
intervino en favor de su sobrina.
-Luis,
será mejor que dejes de llamarla “Evelin” -le aconsejó-. Ya te dijo que no le
gusta ese nombre.
Fue
entonces que cayó en la cuenta de que era ignorado o cruelmente atacado, cada
vez que la llamaba por su antiguo nombre. Lo creyeran o no, para él eso contaba
como una ventaja, puesto que ahora conocía un nuevo método, para hacerla
enfadar.
-¿Se
trataba de eso? -Preguntó incrédulo- Pero mira que eres sensible.
-¡Tu
simplemente deja de llamarme así y estaremos en paz!
Albert
estalló en sonoras carcajadas.
-¿Ustedes
dos, en paz? –Bufó- Algo me dice, que eso no será posible.
-¡Yo
no estoy de acuerdo contigo! -Rebatió su esposa- A mí me parece que se llevan
de maravilla, para el poco tiempo que tienen de conocerse.
Y debido
a esas palabras, se desató una nueva pelea.
-¿Lo
ves, Natalie? Estamos hechos, el uno para el otro -se burló de ella.
-¡Cállate
Luis! Tía, por favor no le sigas dando cuerda -suplicó.
Inevitablemente,
los padres de Luis y algunos de los empleados se echaron a reír, por la trifulca
que esos dos habían montado en cuestión de minutos. Su personalidad era igual de traviesa y tozuda, razón por la cual
su relación de amor–odio, era motivo de celebración para la familia.
Pero
fingir odiar a alguien que en realidad le agradaba, era solo la punta del
iceberg para Natalie.
En
ocasiones, ella consentía que le contaran historias de su pasado y las
escuchaba con auténtico interés. Personalmente creía que con eso recuperaría la
memoria -o parte de ella-, pero por alguna razón, aquellas anécdotas le
resultaban ajenas a su persona.
No
se imaginaba a sí misma, tocando el piano a la tierna edad de cuatro años,
jugando a tomar el té con otras niñas o que su mayor rabieta haya sido
encerrarse en una biblioteca, hasta que su padre la convenciera de salir a los
quince minutos. Mirándolo de esa forma, todos estuvieron de acuerdo en que el
cambio de personalidad había sido extremo.
Sin embargo, a ninguno de ellos le pareció importante ese
detalle en particular y lo dejaron pasar como si esos años que no recordaba, nunca hubiesen existido. La vida
de Evelin Stanley, empezó el día en que fue encontrada.
Pero ningún jardín de rosas, carece de espinas.
Lejos de allí -sentada junto a la ventana de una
habitación-, Carolina observaba a una pequeña de cabellos negros, llorar en
sueños. Su sufrimiento era palpable para todos y era motivo de angustia, para
los habitantes del hospicio.
Joset no comía, no hablaba, se negaba a levantarse de la
cama y la monja estaba segura de que lo único que conseguiría aliviar su
sufrimiento, sería el escuchar la voz de su hermana. Pero el hecho de que esas
dos mantuvieran contacto, no le convenía en lo absoluto.
Sabía que los Britch harían cualquier cosa por consentir
los caprichos de Natalie y eso significaba que adoptar a Joset, tarde o
temprano sería una decisión inevitable.
“Perdónenme niñas
-pensó amargamente-. Pero no podría seguir existiendo, si las llego a perder a
las dos.”
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