Sunday, December 17, 2017

La Dama Perdida ~ Cap 11

Horas más tardes, Natalie aún seguía serpenteando entre los numerosos pasillos del laberinto y para entonces, la emoción había dado paso al aburrimiento. En poco tiempo descubrió que cada pasillo era igual que el anterior y aun si seguía apreciando su belleza, ya no le apetecía disfrutarla ella sola. Deseaba volver a la mansión y tener unas horas de merecido reposo, pero como ya había comprobado antes, no sabía cómo dar marcha atrás. Quedarse sentada en una esquina esperando a que la encontraran le parecía un sinsentido, pero avanzar podría agravar más el problema.
¿Qué debía hacer?
Pese a todo, no se sentía asustada. En numerosas ocasiones, había acampado a la intemperie con Joset y a ambas, se les antojó una experiencia adictiva.
Pensar en su hermana, le hizo recordar su promesa de llamarla apenas tuviera tiempo y se golpeó mentalmente, por haber olvidado algo tan importante. No debía hacerla esperar demasiado, porque “la ley del hielo” era el castigo favorito de la morena.
“¡Como si no la conociera!” -Pensó con sarcasmo.
Decidida a no perder ni un minuto más en aquel galimatías, se dedicó a buscar una salida. Pensó que no sería tan difícil escalar una de las murallas de hiedra para ubicarse desde arriba, pero estas resultaron ser más delicadas, de lo que suponían a simple vista. Sus ramas se deshacían  con facilidad entre sus dedos y no disponían de un tronco resistente, del cual apoyarse.
Estaba a punto de intentarlo con un muro de granito, cuando escuchó una corriente de agua cerca de donde se encontraba. Adivinó de qué dirección provenía el murmullo y no tardó mucho tiempo, en encontrar lo que estaba buscando.
Sus ojos se vieron sorprendidos, ante la magnificencia que se exhibía frente a Natalie.
Se trataba de un estanque de más de seis metros de diámetro, adornado en el centro con la escultura de una bella ninfa azul sosteniendo un ánfora del  cual brotaba agua. La joven posaba sus pies grácilmente por encima del agua y su esbelto cuerpo, se inclinaba sobre la superficie del estanque cual bailarina. Mostraba una expresión enamorada, mientras observaba el líquido correr.
Era inspirador ver el cuadro completo rodeado por rosas, gardenias y narcisos acuáticos.
En ese momento, habría apostado que se encontraba en el corazón del laberinto. La extensión de ese pequeño jardín le parecía lo suficientemente grande, como para ser la atracción principal de quienes buscaban un momento de sosiego y exactamente eso, hacia su acompañante.
A escasos metros de ella descubrió a un adolescente de cabello negro, leyendo tranquilamente e indiferente a su presencia. Lucía completamente desligado del mundo y concentrado únicamente, en lo que tenía entre sus manos.
Natalie sonrió con ternura ante la escena, ya que al parecer él también sabía apreciar la buena lectura. A ella le atraían especialmente los libros y le gustaba ver como otros podían disfrutar de algo tan simple y a la vez tan puro. En su caso, prefería los de acción o románticos; pero obviamente, este sujeto buscaba algo más de profundidad.
Se acercó sigilosamente y leyó el título.
“Corazón”
¡Ese libro era precioso!
Lo había leído con anterioridad en clase de literatura y le había parecido entretenido y vivificante. Le resultaron atrayentes las experiencias minuciosamente detalladas por el autor y el sentimiento impreso en cada frase.
-¿Cuánto tiempo te quedaras ahí mirando?
La voz del chico, la hizo respingar. Al parecer, si le había prestado atención a todos sus movimientos y solo ahora, se dignaba a hablarle.
-Lo siento. No pretendía molestarte -se disculpó, con una sonrisa apenada.
El mayor sonrió, desenfadado.
-Tranquila. No me molestas -puso el libro sobre su regazo y la examinó-. Pero sí me sorprendiste.
Natalie ladeó la cabeza.
-No pareces sorprendido -comentó curiosa.
Él dejó escapar una carcajada divertida.
-¡Lo estoy!  -Admitió-. Es la primera vez que te veo. ¿Cómo te llamas?
-Natalie.
-Dime Natalie. ¿Cómo llegaste aquí?
Ella se sentó a su lado, alentada por su aparente amabilidad. Nada que ver con los chicos inmaduros, que había conocido en el orfanato.
-Mis tíos me acompañaban, pero creo que los perdí en el camino -miró hacia el laberinto-. Me han de estar buscando.
El joven entrecerró los ojos, perspicazmente.
-¿Los perdiste o te perdiste?
Ella tardó en responder, pero su intenso rubor le dio al mayor la respuesta que buscaba.
-Me perdí -murmuró avergonzada.
Inevitablemente, el moreno dejó salir una fuerte carcajada que consiguió hacerla sonrojar. Su sonrisa era melodiosa, pero no le gustaba la razón de esta y el chico no mostraba ni una pizca de tacto.
-¡No te burles!
Sin embargo él no podía parar de reír y el rostro ruborizado de la menor, solo conseguía empeorarlo.
-¡Perdona! -Intentaba serenarse- ¡No me rio por eso! Por favor, no te enojes.
Logró contenerse un poco.
-Yo también me he perdido un par de veces y no es para tanto. ¡Es un laberinto! ¡Es normal!
-¿Entonces?
El chico no pudo aguantarlo más.
-¡Es que haces que parezca un asunto muy serio! -Rompió a reír, escandalosamente-. ¡No me digas que te hiere el orgullo! -Reclamó, intentando provocarla- ¿Te perdieron de vista un par de segundos y entraste en pánico? ¡¿Pero qué edad tienes?! -Exclamó divertido.
El azabache descubrió el nuevo placer de hacer enojar a esa mocosa tan explosiva e irascible y Natalie por otro lado, descubrió que aquel chico no era para nada agradable.
-¡Pensé que serias un caballero, pero resultaste ser un inmaduro! -Le devolvió la pulla- ¿No que los ingleses, sabían cómo tratar a una dama?
El mayor no se quedó callado.
-Lo hare encantado, en cuanto tú me muestres a una dama -rebatió con soltura-. Las niñas como tú, ni siquiera saben cómo comportarte ante la presencia de un caballero como yo -comentó con cierta altanería.
La rubia se puso como la grana.
-¡Eres tan irritante!
Natalie se incorporó ofendida y se pudo haber marchado, de no ser porque fue detenida.
-¡Vamos, solo estaba bromeando contigo! -Intentaba sonar conciliador- ¡No es para ponerse así! Ven, siéntate.
-¡No quiero! -Se removió testaruda y eso le causo mayor gracia a su acompañante- Ahora si me disculpas, debo buscar a mi tía.
-¿No tienes miedo de perderte, otra vez?
Esa fue la gota que colmó el vaso. Para ella era un asunto muy serio y lo trataría como tal.
-¡Ahora sí, ya me cansaste!
Antes de que el mayor -desprevenido- consiguiera esquivarla, ya tenía encima a una maraña de pelo dorado, intentando estrangularlo. La chiquilla pretendía darle pelea, pero no tenía mucho que hacer contra alguien mayor que ella y su contrincante, se aprovechó de esa desventaja para hacerle una broma “inocente”. Después de todo, hacía mucho calor.
La cargó al estilo princesa y avanzó un par de pasos, hasta alcanzar su objetivo.
-¿Pero qué haces, idiota? -Pataleaba- ¡Suéltame!
-¿Idiota? -Repitió incrédulo- Esas son palabras muy grandes, para una mocosa.
-¡No me llames así! -Se removía inquieta- ¡Te he dicho que me bajes!
-Como mande la señorita -sonrió con maldad.
Natalie fue liberada en el aire, pero en lugar de caer sobre el césped -como ella esperaba-, su cuerpo acabó sumergido en el estanque.  Ella inmediatamente emergió a la superficie, salpicando agua por todas partes y respirando grandes bocanadas de aire, frente las burlas del azabache; quien para mayor regocijo, veía como la joven intentaba incorporarse en vano.
-¿Ya te sientes mejor? -Se mofaba- ¡A que es refrescante!
Natalie vibraba por la rabia que sentía y en su vida no descansaría, hasta vengarse por esa afrenta. Como pudo consiguió salir del estanque, mientras el chico reía dolorosamente al ver su obra de arte.
La niña se recargó de adrenalina y calculando la distancia que los separaba, se dispuso a hacer su movida. El moreno presintió el peligro, pero justo cuando se le iban a echar encima en un nuevo intento por acabar con su existencia, algo detuvo la pelea; o mejor dicho, alguien.
-¡Natalie!
-¡Luis!
Exclamaron Anabel y Albert, simultáneamente.
Los nombrados se detuvieron en seco y se enfrentaron a los adultos, con cara de circunstancias. Estos por otro lado, no daban crédito a lo que veían sus ojos.
Natalie se encontraba empapada de pies a cabeza y su largo cabello rubio -recogido en una cola alta-, apenas la dejaba gesticular con los brazos. Además, su juego de bermudas y chaqueta amarilla -adquiridos en París-, estaban llenos de barro y con hojas de hiedra revistiéndola. La imagen daba pena y risa a la vez.
Su hijo Luis por otro lado, se veía muy fresco y no parecía arrepentido por lo que había hecho.
-Tía Annie –murmuró apenada.
-¿Cómo que, “tía Annie”?
Luis salió de su estado jocoso, para prestarle atención a la mocosa. ¿Acaso la escuchó llamarle “tía”, a su madre?
-¡¿Algún problema con eso?! -Lo retó-  ¡Es mi tía, payaso!
-¡Natalie, no es necesario gritar! -La regañó Anabel.
-Lo siento.
Los mayores suspiraron frustrados.
-¡Luis! -Lo llamó Albert.
-¿Papá, quieres explicarme que sucede aquí? -Exigió.
-¡Por supuesto, hijo! –Respondió, con falsa amabilidad- Acabas de lanzar a tu prima, a un estanque de agua fría y si ella enferma, tú serás responsable.
La noticia lo noqueó, por contados segundos.
-¿Mi…, prima?
No podía creer lo que estaba escuchando.
-¿Entonces, si era ella? -La estudió, incrédulo.
Natalie le devolvió la mirada, igual de sorprendida y con la desconfianza plasmada en sus -mojadas- facciones.
-¡Así es! Y espero que te lleves bien con ella, Luis -lo amenazó Anabel, sutilmente-. ¡Los dos, deberán llevarse bien!
Los jóvenes se observaron y se midieron con cautela. A partir de ese momento, se tendrían que tratar como familia y vivir bajo el mismo techo. Natalie se estremeció solo de pensarlo, pues ese chico no tenía escrúpulos y ella nunca había tenido un rival tan difícil de manejar.
En esa casa, no se vivirían momentos de paz. De eso estaba completamente segura.
Él por otro lado, estaba encantado con la idea de recuperar lo que años atrás creyó perdido. No le resultaría fácil, volver a verla como la niña tímida que solía ser -sobre todo por lo impetuosa que se había vuelto-; pero quería darle una oportunidad a la rubia. Eran familia, después de todo.
-Yo no tengo problemas con eso. ¡Bienvenida a casa, Evelin! -Exclamó conciliador.
Natalie volvió a erizarse, cual gato agredido. No quería darle la satisfacción de verla ceder y por encima de todo, no se creía esa carita de ángel. Jamás olvidaría la humillación  de antes y para colmo, odiaba el nombre que insistían en otorgarle constantemente.
-¡Ahora me llamo Natalie, payaso! -Gritó por todo lo alto.

Ya había caído la noche y para entonces, todos los empleados estaban enterados de la gran noticia. Se comentaba en cada pasillo y rincón de la casa, ocasionando que incluso los jardineros se atrevieran a asomar sus cabezas, para ver a la recién llegada. La plantilla al completo se encontraba revolucionada y se conglomeraban cerca del comedor, para observarla comer junto a su familia o escucharla hablar entre risas.
Algunos la veían con aprobación e interés. Otros simplemente no le daban importancia a su presencia y otros tantos, sabían del impacto que esta tendría en el día a día.
Para ellos, la rubia no representaba más que nuevos caprichos que cumplir, manías que soportar y -seguramente- nuevas travesuras con las cueles lidiar. El mismo sistema al que se habían habituado y regido por años, se vendría abajo en cuestión de días.
Pero Natalie no tenía tiempo, para preocuparse por ellos. Si bien disfrutaba de la cena y la compañía, también tenía sus propios dilemas que resolver.
En primer lugar, estaba Luis y lo que su bromita en el estanque le había ocasionado.
Podía notarlo en la garganta, rascándole y luchando por salir; pero ella se negaba a ello con todas sus fuerzas. Primero se ahogaba con el vaso de agua, antes que darle el gusto a su primo de verla estornudar. Sus ojos lagrimeaban imperceptiblemente por el esfuerzo que estaba haciendo y su rostro se contorsionaba en divertidas muecas que a todos hacían reír, sin saber la verdadera razón de estas.
La pequeña se había resfriado terriblemente y solo tenía alguien, a quien culpar de ello. En su vida jamás había caído enferma, pero tras pasar cinco minutos junto a su primo ya había cogido una gripe.
Pese a que intentaba mantenerse estoica ante sus atenciones y provocaciones, desgraciadamente él sabía que fibra tocar para hacerla rabiar o sentirse halagada. En ocasiones incluso la hacía reír y eso la frustraba, pues deseaba mostrarse enfadada y no dispuesta a firmar un tratado de paz con él.
Desafortunadamente, tenía la mirada de todos los comensales sobre ella y solo por esta vez, no le apetecía ser el centro de atención. En otras circunstancias habría mandado a Luis a freír espárragos, pero en esta ocasión debía luchar por mantener la calma y no saltarle directo a la yugular. Él apenas cumplía los diecisiete años, pero se comportaba como un crio.
Después de un par de horas de convivencia, devolverle las pullas a Luis se volvió inevitable y para fortuna de ambos, los mayores parecían disfrutarlo. Puede que incluso creyeran que eso, fomentaría el cariño entre ellos.
-Dime, Evelin. ¿Te obligaban a llevar un hábito? –Preguntó el moreno, mientras disfrutaba del postre.
La aludida ignoró el comentario para desconcierto de todos, ya que la chica no perdía oportunidad de enzarzarse en una pelea verbal con él.
-¿Acaso no me escuchaste? ¡Respóndeme cuando te hablo, Natalie! -Insistió.
Su nombre actuó como interruptor y automáticamente, las palabras brotaron de su boca.
-Lo siento primo, pero solo escuchaba a un mono hablando de cosas sin sentido -respondió frescamente-. ¿Decías algo?
Luis se quedó en blanco por contados segundos, tras verse descolocado por el inesperado ataque de la rubia.
-¿Se puede saber que mosca te ha picado, mocosa? ¡Te lo he preguntado educadamente!
Anabel intervino en favor de su sobrina.
-Luis, será mejor que dejes de llamarla “Evelin” -le aconsejó-. Ya te dijo que no le gusta ese nombre.
Fue entonces que cayó en la cuenta de que era ignorado o cruelmente atacado, cada vez que la llamaba por su antiguo nombre. Lo creyeran o no, para él eso contaba como una ventaja, puesto que ahora conocía un nuevo método, para hacerla enfadar.
-¿Se trataba de eso? -Preguntó incrédulo- Pero mira que eres sensible.
-¡Tu simplemente deja de llamarme así y estaremos en paz!
Albert estalló en sonoras carcajadas.
-¿Ustedes dos, en paz? –Bufó- Algo me dice, que eso no será posible.
-¡Yo no estoy de acuerdo contigo! -Rebatió su esposa- A mí me parece que se llevan de maravilla, para el poco tiempo que tienen de conocerse.
Y debido a esas palabras, se desató una nueva pelea.
-¿Lo ves, Natalie? Estamos hechos, el uno para el otro -se burló de ella.
-¡Cállate Luis! Tía, por favor no le sigas dando cuerda -suplicó.
Inevitablemente, los padres de Luis y algunos de los empleados se echaron a reír, por la trifulca que esos dos habían montado en cuestión de minutos. Su personalidad era  igual de traviesa y tozuda, razón por la cual su relación de amor–odio, era motivo de celebración para la familia.
Pero fingir odiar a alguien que en realidad le agradaba, era solo la punta del iceberg para Natalie.
En ocasiones, ella consentía que le contaran historias de su pasado y las escuchaba con auténtico interés. Personalmente creía que con eso recuperaría la memoria -o parte de ella-, pero por alguna razón, aquellas anécdotas le resultaban ajenas a su persona.
No se imaginaba a sí misma, tocando el piano a la tierna edad de cuatro años, jugando a tomar el té con otras niñas o que su mayor rabieta haya sido encerrarse en una biblioteca, hasta que su padre la convenciera de salir a los quince minutos. Mirándolo de esa forma, todos estuvieron de acuerdo en que el cambio de personalidad había sido extremo.
Sin embargo, a ninguno de ellos le pareció importante ese detalle en particular y lo dejaron pasar como si esos años que  no recordaba, nunca hubiesen existido. La vida de Evelin Stanley, empezó el día en que fue encontrada.

Pero ningún jardín de rosas, carece de espinas.
Lejos de allí -sentada junto a la ventana de una habitación-, Carolina observaba a una pequeña de cabellos negros, llorar en sueños. Su sufrimiento era palpable para todos y era motivo de angustia, para los habitantes del hospicio.
Joset no comía, no hablaba, se negaba a levantarse de la cama y la monja estaba segura de que lo único que conseguiría aliviar su sufrimiento, sería el escuchar la voz de su hermana. Pero el hecho de que esas dos mantuvieran contacto, no le convenía en lo absoluto.
Sabía que los Britch harían cualquier cosa por consentir los caprichos de Natalie y eso significaba que adoptar a Joset, tarde o temprano sería una decisión inevitable.

 “Perdónenme niñas -pensó amargamente-. Pero no podría seguir existiendo, si las llego a perder a las dos.”

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