Positivo.
La
sola palabra le taladraba los oídos, como fuertes campanadas de iglesia. ¿Esas
eran buenas noticias? Anabel apenas podía medir las dimensiones de ese término
y todo lo que conllevaba su significado.
No
podría decir con exactitud lo que acontecía a su alrededor, ya que sus sentidos
se vieron atrofiados y no podía pensar con claridad. Fue consciente de cómo sus
tímpanos se negaban a seguir escuchando y se limitó a ver como los labios del médico
se movían, sin llegar a emitir sonido alguno.
Este
se inclinó sobre ella con expresión preocupada; pero debido al vértigo, le dio
la impresión de que su rostro se desfiguraba graciosamente. De la nada, el
suelo empezó a moverse cual si fuera de gelatina y sintió un sudor frio,
bajándole por la nuca.
La
noticia la había dejado en shock y el tacto de la mano de Natalie o -mejor
dicho- de Evelin, era lo único que la mantenía mínimamente cuerda. Su cuerpo
comenzó a balancearse de adelante hacia atrás y habría caído, de no ser porque
alguien consiguió detenerla a tiempo.
Unos
fuertes brazos se cerraron sobre su cintura y su cuerpo se volvió tan ligero
como el aire, mientras era depositada en un incómodo sofá de madera. Aun así,
no coordinaba bien sus ideas y dejo que sus ojos vagaran por el diseño de las
losas bajo sus pies, en tanto repasaba mentalmente las palabras del señor
Letarv. Acababa de darle la mejor noticia de su vida y apenas podía interpretar
correctamente cada una de esas frases. Era como si le estuvieran hablando en
otro idioma.
De
repente sintió como le colocaban -gentilmente- algo esponjoso bajo la nariz y comprobó
que se trataba de un algodón, bañado en alcohol. Con alivio, experimentó el
despertar de cada uno de sus sentidos, hasta que fue capaz de levantar la vista
impetuosamente, para buscarla a ella.
Deseaba estrecharla entre sus brazos y llorar de felicidad, por haberla
encontrado después de tanto tiempo. Pero cuando la descubrió, se dio cuenta de
que la pequeña se le había adelantado.
Sentada
un poco más lejos, con las manos cubriéndole el rostro y dejándose llevar por
los espasmos de su cuerpo, lloraba desconsolada.
A su
lado, Michael y la Madre Superiora intentaban animarla y pasaban sus manos por
su espalda, para que dejara salir todo lo que guardaba dentro. Lloraba a
lágrima viva y la fuerza de sus sollozos, la incitó a acompañarla en el
sentimiento. ¡Estaba feliz!
Se
levantó con torpeza y ayudada por Gabriel -no sabía en donde se encontraba
Albert-, llegó hasta la pequeña. Los ancianos le dieron espacio para colocarse
a su lado y apenas la rozó con los dedos, la niña se lanzó a abrazarla. Finalmente
podía decir que tenía a Evelin -su adorada sobrina- a buen resguardo y que
jamás la dejaría ir.
Los
testigos de la escena no se atrevieron a interrumpir y manteniendo las
distancias, se dedicaron a reconfortar a Albert. El hombre solo tuvo la suficiente
fortaleza para sujetar a su esposa antes de que esta se diera contra el piso;
pero después de eso, se había desplomado en una silla aparte.
Él
mismo, no podía asimilar la noticia.
Henry
le palmeo la espalda, para que reaccionara de una buena vez.
-¿No
vas a abrazar a Evelin, “tío Al”? -Lo retó- ¿Después de tantos años, así es
como la vas a recibir?
El
aludido siguió su “recomendación” y llenó sus pulmones de aire.
-No
sé cómo darte las gracias por esto, Henry –se incorporó con cansancio.
-Tu
sácame de este condenado país y estaremos en paz -bromeó.
El
mayor sonrió y asintió con la cabeza.
Cuando
estuvo lo suficientemente cerca de ellas, tomó a Natalie en sus brazos y la elevó
por los aires, mientras daba vueltas en círculos. La pequeña lloraba y reía a
la vez, mientras se aferraba con fuerza a su cuello.
-¡Al
fin te encuentro, princesa! -La colocó en el suelo y se agachó a su altura- No
tienes ni idea, de cuánto te hemos extrañado.
-Yo
también estoy feliz de estar con ustedes…, mamá, papá.
Y con
esas palabras, la burbuja de felicidad explotó.
Los
Britch, despertaron inmediatamente de su estado de embriagues y observaron la ingenua
felicidad de su sobrina, con preocupación. Mientras tanto, la Madre Superiora
se cubría la boca con ambas manos -alarmada- y el juez Michael, dejaba caer la
cabeza con resignación.
Por
otro lado, Henry y Gabriel demostraron su asombro con algo más de discreción,
simplemente enarcando ambas cejas y mirándose de soslayo.
Estaban -todos- metidos en un buen lio, debido
a su escepticismo. La situación se les había torcido de forma inesperada y no
sabían cómo abordar el tema, con elegancia.
Annie
y Albert se mostraron gravemente afectados y notaron el peso, que caía sobre
sus hombros.
Ahora
que eran su única familia y tutores legales, era responsabilidad suya tratar con
la mente voluble y sensible de una niña de doce años. Temblaron de pies a
cabeza al imaginar su reacción; pero al mal trago, mejor darle prisa.
-Natalie,
cielo -empezó Albert-. Me temo que ha habido un malentendido.
Esa
frase le dio muy mala espina a la menor, quien ya había notado la incomodidad de
los mayores.
-¿Qué
sucede? –La comisura de sus labios, tembló levemente.
-Veras
-la mujer miró a la anciana, pidiéndole ayuda-, nosotros somos tu familia y te
adoramos, pero…
La
Madre Isabel se temió lo peor y por ello, decidió intervenir.
-Natalie
-llamó con firmeza-, ellos no son tus padres. Son tus tíos- le dijo a
bocajarro.
Se
les rompió el corazón al ver su incredulidad y como en pocos segundos, su
rostro pasaba de la confusión a un dolor inimaginable.
-Están
bromeando. ¿Verdad? -Casi suplicó- ¿Es una broma?
-No
lo es -aseguró Annie.
La
rubia tragó dolorosamente y sus ojos se inundaron de lágrimas.
-¿En
dónde…, están mis padres? -Consiguió preguntar- ¿Por qué no vienen ellos a
buscarme?
Sus
ojos rogaban por una respuesta y ellos sabían que tarde o temprano, deberían
contárselo. ¿Qué mejor momento que ahora?
Anabel
se dio valor, para responderle.
-Ellos
–hizo una pausa- murieron cuando tu tenías seis años.
Trató
de decirlo lo más suave y delicadamente posible, pero las lágrimas de la niña
le dieron a entender, que no se esmeró lo suficiente. Trató de tomarla en
brazos, pero ella la rechazó con brusquedad.
-¡¿Por
qué no me lo dijeron?! ¡¿Por qué me hiciste creer que tú eras mi mamá?!
¡Mentirosa!
Sus
gritos lograron que los presentes se estremecieran de pies a cabeza y se encogieran
con culpabilidad, por no aclararle ese punto desde el principio. Después de
todo, se habían equivocado con Natalie.
Ella
se había ilusionado con la idea de tener una familia propia y estaba en todo su
derecho, de reclamarles por esa perdida. Sin darles la oportunidad de
redimirse, Natalie salió corriendo del salón, ignorando los gritos de la
abadesa y el llanto acongojado de su tía.
Se
sintió culpable, por tratar de esa forma a alguien a quien había aprendido a
querer y la cual le profesaba el mismo cariño. Anabel no se merecía las cosas
que le dijo y su pecho se le apretó, al recordar su expresión dolida y
desesperada. Quería volver para abrazarla y decirle que igual la seguía
queriendo; pero no se atrevía a dar media vuelta.
Ella
no quería una tía, sino una madre; pero la única que tenía…, estaba muerta.
Hasta ese momento, no reparó en lo que significaban esas palabras.
Nunca
disfrutaría de sus abrazos o de verla sonreír con ternura y devoción. La
arrulladora voz con la que se atrevió a soñar, ya no le dedicaría palabras
tiernas y no la escucharía decir que la amaba y que la extrañaba. Todo cuanto imaginó
en una madre se quedaría en sus fantasías, porque a ella no le tocó tener una y
esa certeza, le dio a entender que se había quedado sola. Ya no tenía nada, a
lo que aspirar.
Mientras
corría, se dio cuenta de que Joset y la hermana Carolina la estaban esperando
en uno de los pasillos. Las dos se alarmaron gravemente, al ver su rostro
congestionado por el dolor y las lágrimas cruzándole las mejillas.
-¡Taly!
-Exclamaron asustadas.
Intentaron
detenerla y agarrarla por los brazos con un mínimo de cariño, pero Natalie no
deseaba explicarles lo acontecido en esa sala. Furiosa y frustrada, se deshizo
de ellas con la misma brutalidad que utilizó con Anabel y corrió lejos de allí.
No quería a nadie, a su alrededor.
“¿Mamá,
por qué me dejaste sola?”
Pasaron
un par de horas, antes de que Natalie le permitiera a alguien acercarse a ella.
No pretendía hacer un drama del asunto, pero simplemente no quería aceptar las
condiciones que se le presentaban. Nada era como se lo había imaginado, así que
cualquier decisión que tomara a partir de ese momento, estaría respaldada
únicamente por sus contradictorios sentimientos.
Quien
fuera capaz de poner un poco de orden en su mente, decidiría que sería de su
vida en lo adelante y esa persona dependía a su vez, del nivel de confianza que
se hubiese ganado.
Fue
una sorpresa -incluso para ella- que al ver a Anabel Britch acercarse, no
sintiera la necesidad de alejarse, molesta o desconfiada. Con alivio, pudo comprobar
que la mujer se encontraba mucho más serena y que nuevamente, la observaba con
aquella dulzura que la había atraído en un principio. Sin atisbos de dolor o
enfado.
Sus
ojos aún se veían rojos, pero un brillo de esperanza se posó en ellos al
percibir la muda aceptación de la niña. Se sentó a su lado -en el césped- y
allí, percibió el silencio que las rodeaba.
Ninguna
de las dos, hizo amago de querer acercarse más o echar a correr. Debido a que
los ánimos se habían calmado, era el momento y lugar propicio para retomar su
conversación.
-Siento
mucho, lo que le dije.
Annie
la observó por unos segundos y luego le sonrió.
-No tienes
que disculparte por eso -habló suavemente-. Creo que soy yo, quien debe
disculparse contigo.
La joven
guardó silencio.
-Debimos
explicarte desde un principio, lo que pretendíamos demostrar con esa prueba de
sangre.
Natalie
negó levemente con la cabeza.
-Yo
le dije a todos mis amigos, que mi madre vendría a buscarme -admitió
avergonzada-. Me precipite. ¿Verdad?
-Sí.
Supongo que si lo hiciste -sonrió un poco-. Pero me halaga que me veas con esos
ojos.
La
menor escrutó las facciones de Anabel
disimuladamente y se deleitó, con los reflejos que desprendía su cabello. Era
tan dorado y sedoso, como el suyo propio.
-¿Cómo
se llamaba? –Vaciló al preguntar.
Annie
supo a quien se refería y no tardó en responder.
-¡Emma!
Su nombre, era Emma.
-Emma
-repitió cada letra, con misticismo.
-Sé
que no puedes recordarla ahora, pero algún día lo harás y entonces sabrás lo
mucho que te quería.
A
Natalie se le hizo un nudo en la garganta, al comprender que aun si era capaz
de recordarla, no podría volver a verla.
-¿Cómo
era ella?
Anabel
agradeció su interés.
-¡Era
maravillosa! -Respondió excitada- Era entusiasta, divertida y por encima de
todo, muy dedicada a su familia. A veces te miro y no puedo evitar ver
características suyas, en ti.
-¿En
mí?
-¡Ya
te lo había dicho, Natalie! ¿No lo recuerdas? -Preguntó divertida- Que te
pareces tanto a Emma, que prácticamente te reconocí al instante. Tu pelo rubio,
los ojos verdes –señalaba las partes mencionadas- y sobre todo, ese carácter
explosivo que la caracterizaba -terminó con una gloriosa carcajada.
-Desearía
poder verla, al menos una vez –confesó, con una nueva luz en los ojos-. Así
podría… conocerla.
-¡Entonces
hazlo!
Anabel
rebuscó en su pequeño bolso de piel y cuando por fin encontró lo que buscaba,
se lo extendió a la menor.
-¿Qué
es?
-Es
un regalo -le explicó-. Pensé que te gustaría conservarla.
La
menor tomó la fina lámina entre sus dedos y casi la dejó caer, al ver a una
hermosa mujer posando en ella. La descripción de su tía, no le hacía justicia a
la alegría reflejada en aquel rostro pálido y cansado. La mujer se encontraba
en una cama de hospital, rodeada de monitores y en sus brazos sostenía a una
bebe sonrosada y al parecer, bastante llorona.
Pero
indiferente a este hecho, su madre sonreía eufórica y parecía querer saltar de
aquella camilla para presentársela al mundo. A su lado, un hombre alto, moreno
e igualmente extasiado, le sonreía a la pequeña y trataba de jugar con sus
deditos para hacerla reír.
Natalie
sonrió al ver esa imagen y la atesoró como el mejor regalo, que se le puede dar
a un niño. Allí encontró la respuesta a su pregunta. En verdad fue amada y
tenía la prueba entre sus manos.
-Él
es mi padre. ¿Verdad?- Vio a la mayor asentir- Parecen muy felices.
-Su
nombre, era William Stanley –explicó-. Era un hombre maravilloso, alegre y
amante de su familia. El día que naciste, no te podía quitar los ojos de encima
–sonrió bajito-. ¡Incluso se puso celoso, cuando Luis intentó sostenerte!
-¿Quién
es Luis? –Preguntó jocosa.
-Luis
es mi hijo y es unos años mayor que tú -se refirió a él, afectuosa-. Tal vez
puedas llegar a conocerlo, algún día.
-¿Por
qué no iba a conocerlo? -Se puso alerta- ¿No vas a llevarme contigo?
-La
pregunta es: ¿tú quieres venir con nosotros?
Natalie
no supo que responder.
-Me
he dado cuenta de lo mucho que aprecias a las personas de este sitio y hace
unos momentos, conocí a tu hermana.
-¿Conociste
a Joset?
Annie
asintió con la cabeza.
-¡Una
niña encantadora! -Admitió- Estaba muy preocupada por ti y se acercó para
reclamarme, el hecho de que te hiciera llorar
La
menor bajó la cabeza, apenada.
-También
tienes a las monjas del hospicio y sé que las quieres, casi tanto como ellas a
ti. Es por eso que pretendo que seas tú, quien tome la decisión. No quiero
forzarte a hacer algo, que no deseas.
Natalie
levantó la cabeza, angustiada.
-Yo…,
no lo sé -admitió abrumada.
-Sé
que es difícil de decidir. Pero sería egoísta de mi parte, si yo lo hago por ti
-no pasó por alto, la pena en sus ojos-. Por nosotros no debes preocuparte,
Natalie. Albert y yo, buscaremos la forma de estar cerca de ti.
-¿Harían
eso por mí?
-¡Claro
que sí! ¿Crees que te voy a dejar ir, ahora que finalmente te encontré? -Se
carcajeo con ganas- ¡De eso nada! Además -añadió traviesa-, las tiendas de
Paris son un paraíso terrenal.
-¿Y
si decido ir con ustedes, también podríamos quedarnos en Francia? -Se atrevió a
preguntar.
-Me
temo que no -fue cautelosa-. Los negocios de tu tío lo tienen anclado en
Inglaterra y mudarnos aquí, es un sacrificio que solo haríamos por ti. De lo
contrario, deberemos regresar a casa cuanto antes.
Natalie
se encontraba entre la espada y la pared. Definitivamente quería ir con ellos,
pero la sola mención de Joset la detenía. Eran dos lados opuestos de la cuerda que tenía atada a la cintura y
cada uno, tiraba con todas sus fuerzas. Estaba en el centro de una discordia y
no sabía que decisión tomar, para evitar el sufrimiento de ambas partes.
-¿Podre
visitar a Joset?
-Si
eso es lo que quieres, podrás venir a verla siempre que quieras -concedió-. También puedes llamarla cuando lo desees y
ella a ti. No te pondremos ninguna traba, en ese aspecto.
Natalie
aun no le daba una respuesta concreta.
-No
es necesario que tomes la decisión, ahora mismo. Podemos esperar un par de
días, hasta que estés segura.
-¡No!
-Exclamó, para sorpresa de la mayor- ¡No quiero esperar más tiempo!
Sin
darse cuenta de ello, el cielo se había nublado y el aire frio alivió la
tensión entre ellas. Los pocos niños que quedaban en el patio, corrieron para
refugiarse antes de que empezara a llover y gracias a eso, Natalie y Anabel
ganaron unos minutos de paz.
-¿Por
qué no quieres esperar? -Estaba descolocada, por su pronta decisión.
Natalie
tampoco entendía la razón, pero lo que si sabía era que tenía miedo de no
volver a ver a sus tíos. Eran la única familia que le quedaba y perderlos a
ellos, significaba seguir encerrada en aquella prisión llena de cercas y de
reglas. Estaba segura de que su afinidad con Joset no se vería afectada, pero
ella necesitaba reconstruir los lazos que había perdido.
-¡Ustedes
son mi familia! -Obvió-. No ignoro lo que tengo en este lugar, pero tampoco
quiero perderte otra vez.
Anabel
estuvo a punto de brincar de alegría y solo se dominó, por no asustar a la pequeña.
-¿Estas
segura de esto? -Ella asintió- ¡Oh, Evelin! Es la segunda mejor noticia del día.
-¿Evelin?
La
menor se descolocó, al escuchar ese nombre; no significaba nada para ella.
-Es
otra decisión que deberás tomar -explicó-. Años atrás, ese era tu nombre; pero
puedes optar por conservar el que tienes ahora.
-Me
gustaría seguir siendo Natalie, si no le molesta.
-Lo
único que me molesta, es que me sigas tratando con respeto -fingió enfado-. Soy
tu tía y no soy tan vieja como para que me trates de usted.
La
menor se estremeció, ante el trato familiar que le estaban ofreciendo.
-Está
bien…, tía Anabel.
La
nombrada sintió como su cuerpo se llenaba de una alegría inmensurable, solo por
escucharla llamarla así. Habían pasado tantos años, que incluso había olvidado
como sonaba esa palabra.
-Solo
“tía”, está bien –sus ojos se humedecieron- ¡Ven! ¡Tenemos que contarle esto a Albert!
Fueron
corriendo a su encuentro y el hombre solo tuvo que ver la sonrisa de su esposa,
para saber que todo había salido bien. Recibió a Natalie con los brazos
abiertos e igual que horas antes, esta se dejó hacer feliz.
No
le temía a lo desconocido y los cambios que se avecinaban, le parecían muy
prometedores y llenos de júbilo. Tenía dos tíos que la adoraban y lejos de
allí, un primo al que ansiaba conocer.
¿Qué
más podía pedir?
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