Friday, October 13, 2017

La Dama Perdida ~ Cap 9

Positivo.
La sola palabra le taladraba los oídos, como fuertes campanadas de iglesia. ¿Esas eran buenas noticias? Anabel apenas podía medir las dimensiones de ese término y todo lo que conllevaba su significado.
No podría decir con exactitud lo que acontecía a su alrededor, ya que sus sentidos se vieron atrofiados y no podía pensar con claridad. Fue consciente de cómo sus tímpanos se negaban a seguir escuchando y se limitó a ver como los labios del médico se movían, sin llegar a emitir sonido alguno.
Este se inclinó sobre ella con expresión preocupada; pero debido al vértigo, le dio la impresión de que su rostro se desfiguraba graciosamente. De la nada, el suelo empezó a moverse cual si fuera de gelatina y sintió un sudor frio, bajándole por la nuca.
La noticia la había dejado en shock y el tacto de la mano de Natalie o -mejor dicho- de Evelin, era lo único que la mantenía mínimamente cuerda. Su cuerpo comenzó a balancearse de adelante hacia atrás y habría caído, de no ser porque alguien consiguió detenerla a tiempo.
Unos fuertes brazos se cerraron sobre su cintura y su cuerpo se volvió tan ligero como el aire, mientras era depositada en un incómodo sofá de madera. Aun así, no coordinaba bien sus ideas y dejo que sus ojos vagaran por el diseño de las losas bajo sus pies, en tanto repasaba mentalmente las palabras del señor Letarv. Acababa de darle la mejor noticia de su vida y apenas podía interpretar correctamente cada una de esas frases. Era como si le estuvieran hablando en otro idioma.
De repente sintió como le colocaban -gentilmente- algo esponjoso bajo la nariz y comprobó que se trataba de un algodón, bañado en alcohol. Con alivio, experimentó el despertar de cada uno de sus sentidos, hasta que fue capaz de levantar la vista impetuosamente, para buscarla a ella.  Deseaba estrecharla entre sus brazos y llorar de felicidad, por haberla encontrado después de tanto tiempo. Pero cuando la descubrió, se dio cuenta de que la pequeña se le había adelantado.
Sentada un poco más lejos, con las manos cubriéndole el rostro y dejándose llevar por los espasmos de su cuerpo, lloraba desconsolada.
A su lado, Michael y la Madre Superiora intentaban animarla y pasaban sus manos por su espalda, para que dejara salir todo lo que guardaba dentro. Lloraba a lágrima viva y la fuerza de sus sollozos, la incitó a acompañarla en el sentimiento. ¡Estaba feliz!
Se levantó con torpeza y ayudada por Gabriel -no sabía en donde se encontraba Albert-, llegó hasta la pequeña. Los ancianos le dieron espacio para colocarse a su lado y apenas la rozó con los dedos, la niña se lanzó a abrazarla. Finalmente podía decir que tenía a Evelin -su adorada sobrina- a buen resguardo y que jamás la dejaría ir.
Los testigos de la escena no se atrevieron a interrumpir y manteniendo las distancias, se dedicaron a reconfortar a Albert. El hombre solo tuvo la suficiente fortaleza para sujetar a su esposa antes de que esta se diera contra el piso; pero después de eso, se había desplomado en una silla aparte.
Él mismo, no podía asimilar la noticia.
Henry le palmeo la espalda, para que reaccionara de una buena vez.
-¿No vas a abrazar a Evelin, “tío Al”? -Lo retó- ¿Después de tantos años, así es como la vas a recibir?
El aludido siguió su “recomendación” y llenó sus pulmones de aire.
-No sé cómo darte las gracias por esto, Henry –se incorporó con cansancio.
-Tu sácame de este condenado país y estaremos en paz -bromeó.
El mayor sonrió y asintió con la cabeza.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca de ellas, tomó a Natalie en sus brazos y la elevó por los aires, mientras daba vueltas en círculos. La pequeña lloraba y reía a la vez, mientras se aferraba con fuerza a su cuello.
-¡Al fin te encuentro, princesa! -La colocó en el suelo y se agachó a su altura- No tienes ni idea, de cuánto te hemos extrañado.
-Yo también estoy feliz de estar con ustedes…, mamá, papá.
Y con esas palabras, la burbuja de felicidad explotó.
Los Britch, despertaron inmediatamente de su estado de embriagues y observaron la ingenua felicidad de su sobrina, con preocupación. Mientras tanto, la Madre Superiora se cubría la boca con ambas manos -alarmada- y el juez Michael, dejaba caer la cabeza con resignación.
Por otro lado, Henry y Gabriel demostraron su asombro con algo más de discreción, simplemente enarcando ambas cejas y mirándose de soslayo.
 Estaban -todos- metidos en un buen lio, debido a su escepticismo. La situación se les había torcido de forma inesperada y no sabían cómo abordar el tema, con elegancia.
Annie y Albert se mostraron gravemente afectados y notaron el peso, que caía sobre sus hombros.
Ahora que eran su única familia y tutores legales, era responsabilidad suya tratar con la mente voluble y sensible de una niña de doce años. Temblaron de pies a cabeza al imaginar su reacción; pero al mal trago, mejor darle prisa.
-Natalie, cielo -empezó Albert-. Me temo que ha habido un malentendido.
Esa frase le dio muy mala espina a la menor, quien ya había notado la incomodidad de los mayores.
-¿Qué sucede? –La comisura de sus labios, tembló levemente.
-Veras -la mujer miró a la anciana, pidiéndole ayuda-, nosotros somos tu familia y te adoramos, pero…
La Madre Isabel se temió lo peor y por ello, decidió intervenir.
-Natalie -llamó con firmeza-, ellos no son tus padres. Son tus tíos- le dijo a bocajarro.
Se les rompió el corazón al ver su incredulidad y como en pocos segundos, su rostro pasaba de la confusión a un dolor inimaginable.
-Están bromeando. ¿Verdad? -Casi suplicó- ¿Es una broma?
-No lo es -aseguró Annie.
La rubia tragó dolorosamente y sus ojos se inundaron de lágrimas.
-¿En dónde…, están mis padres? -Consiguió preguntar- ¿Por qué no vienen ellos a buscarme?
Sus ojos rogaban por una respuesta y ellos sabían que tarde o temprano, deberían contárselo. ¿Qué mejor momento que ahora?
Anabel se dio valor, para responderle.
-Ellos –hizo una pausa- murieron cuando tu tenías seis años.
Trató de decirlo lo más suave y delicadamente posible, pero las lágrimas de la niña le dieron a entender, que no se esmeró lo suficiente. Trató de tomarla en brazos, pero ella la rechazó con brusquedad.
-¡¿Por qué no me lo dijeron?! ¡¿Por qué me hiciste creer que tú eras mi mamá?! ¡Mentirosa!
Sus gritos lograron que los presentes se estremecieran de pies a cabeza y se encogieran con culpabilidad, por no aclararle ese punto desde el principio. Después de todo, se habían equivocado con Natalie.
Ella se había ilusionado con la idea de tener una familia propia y estaba en todo su derecho, de reclamarles por esa perdida. Sin darles la oportunidad de redimirse, Natalie salió corriendo del salón, ignorando los gritos de la abadesa y el llanto acongojado de su tía.
Se sintió culpable, por tratar de esa forma a alguien a quien había aprendido a querer y la cual le profesaba el mismo cariño. Anabel no se merecía las cosas que le dijo y su pecho se le apretó, al recordar su expresión dolida y desesperada. Quería volver para abrazarla y decirle que igual la seguía queriendo; pero no se atrevía a dar media vuelta.
Ella no quería una tía, sino una madre; pero la única que tenía…, estaba muerta. Hasta ese momento, no reparó en lo que significaban esas palabras.
Nunca disfrutaría de sus abrazos o de verla sonreír con ternura y devoción. La arrulladora voz con la que se atrevió a soñar, ya no le dedicaría palabras tiernas y no la escucharía decir que la amaba y que la extrañaba. Todo cuanto imaginó en una madre se quedaría en sus fantasías, porque a ella no le tocó tener una y esa certeza, le dio a entender que se había quedado sola. Ya no tenía nada, a lo que aspirar.
Mientras corría, se dio cuenta de que Joset y la hermana Carolina la estaban esperando en uno de los pasillos. Las dos se alarmaron gravemente, al ver su rostro congestionado por el dolor y las lágrimas cruzándole las mejillas.
-¡Taly! -Exclamaron asustadas.
Intentaron detenerla y agarrarla por los brazos con un mínimo de cariño, pero Natalie no deseaba explicarles lo acontecido en esa sala. Furiosa y frustrada, se deshizo de ellas con la misma brutalidad que utilizó con Anabel y corrió lejos de allí. No quería a nadie, a su alrededor.
“¿Mamá, por qué me dejaste sola?”

Pasaron un par de horas, antes de que Natalie le permitiera a alguien acercarse a ella. No pretendía hacer un drama del asunto, pero simplemente no quería aceptar las condiciones que se le presentaban. Nada era como se lo había imaginado, así que cualquier decisión que tomara a partir de ese momento, estaría respaldada únicamente por sus contradictorios sentimientos.
Quien fuera capaz de poner un poco de orden en su mente, decidiría que sería de su vida en lo adelante y esa persona dependía a su vez, del nivel de confianza que se hubiese ganado.
Fue una sorpresa -incluso para ella- que al ver a Anabel Britch acercarse, no sintiera la necesidad de alejarse, molesta o desconfiada. Con alivio, pudo comprobar que la mujer se encontraba mucho más serena y que nuevamente, la observaba con aquella dulzura que la había atraído en un principio. Sin atisbos de dolor o enfado.
Sus ojos aún se veían rojos, pero un brillo de esperanza se posó en ellos al percibir la muda aceptación de la niña. Se sentó a su lado -en el césped- y allí, percibió el silencio que las rodeaba.
Ninguna de las dos, hizo amago de querer acercarse más o echar a correr. Debido a que los ánimos se habían calmado, era el momento y lugar propicio para retomar su conversación.
-Siento mucho, lo que le dije.
Annie la observó por unos segundos y luego le sonrió.
-No tienes que disculparte por eso -habló suavemente-. Creo que soy yo, quien debe disculparse contigo.
La joven guardó silencio.
-Debimos explicarte desde un principio, lo que pretendíamos demostrar con esa prueba de sangre.
Natalie negó levemente con la cabeza.
-Yo le dije a todos mis amigos, que mi madre vendría a buscarme -admitió avergonzada-. Me precipite. ¿Verdad?
-Sí. Supongo que si lo hiciste -sonrió un poco-. Pero me halaga que me veas con esos ojos.
La menor escrutó las  facciones de Anabel disimuladamente y se deleitó, con los reflejos que desprendía su cabello. Era tan dorado y sedoso, como el suyo propio.
-¿Cómo se llamaba? –Vaciló al preguntar.
Annie supo a quien se refería y no tardó en responder.
-¡Emma! Su nombre, era Emma.
-Emma -repitió cada letra, con misticismo.
-Sé que no puedes recordarla ahora, pero algún día lo harás y entonces sabrás lo mucho que te quería.
A Natalie se le hizo un nudo en la garganta, al comprender que aun si era capaz de recordarla, no podría volver a verla.
-¿Cómo era ella?
Anabel agradeció su interés.
-¡Era maravillosa! -Respondió excitada- Era entusiasta, divertida y por encima de todo, muy dedicada a su familia. A veces te miro y no puedo evitar ver características suyas, en ti.
-¿En mí?
-¡Ya te lo había dicho, Natalie! ¿No lo recuerdas? -Preguntó divertida- Que te pareces tanto a Emma, que prácticamente te reconocí al instante. Tu pelo rubio, los ojos verdes –señalaba las partes mencionadas- y sobre todo, ese carácter explosivo que la caracterizaba -terminó con una gloriosa carcajada.
-Desearía poder verla, al menos una vez –confesó, con una nueva luz en los ojos-. Así podría… conocerla.
-¡Entonces hazlo!
Anabel rebuscó en su pequeño bolso de piel y cuando por fin encontró lo que buscaba, se lo extendió a la menor.
-¿Qué es?
-Es un regalo -le explicó-. Pensé que te gustaría conservarla.
La menor tomó la fina lámina entre sus dedos y casi la dejó caer, al ver a una hermosa mujer posando en ella. La descripción de su tía, no le hacía justicia a la alegría reflejada en aquel rostro pálido y cansado. La mujer se encontraba en una cama de hospital, rodeada de monitores y en sus brazos sostenía a una bebe sonrosada y al parecer, bastante llorona.
Pero indiferente a este hecho, su madre sonreía eufórica y parecía querer saltar de aquella camilla para presentársela al mundo. A su lado, un hombre alto, moreno e igualmente extasiado, le sonreía a la pequeña y trataba de jugar con sus deditos para hacerla reír.
Natalie sonrió al ver esa imagen y la atesoró como el mejor regalo, que se le puede dar a un niño. Allí encontró la respuesta a su pregunta. En verdad fue amada y tenía la prueba entre sus manos.
-Él es mi padre. ¿Verdad?- Vio a la mayor asentir- Parecen muy felices.
-Su nombre, era William Stanley –explicó-. Era un hombre maravilloso, alegre y amante de su familia. El día que naciste, no te podía quitar los ojos de encima –sonrió bajito-. ¡Incluso se puso celoso, cuando Luis intentó sostenerte!
-¿Quién es Luis? –Preguntó jocosa.
-Luis es mi hijo y es unos años mayor que tú -se refirió a él, afectuosa-. Tal vez puedas llegar a conocerlo, algún día.
-¿Por qué no iba a conocerlo? -Se puso alerta- ¿No vas a llevarme contigo?
-La pregunta es: ¿tú quieres venir con nosotros?
Natalie no supo que responder.
-Me he dado cuenta de lo mucho que aprecias a las personas de este sitio y hace unos momentos, conocí a tu hermana.
-¿Conociste a Joset?
Annie asintió con la cabeza.
-¡Una niña encantadora! -Admitió- Estaba muy preocupada por ti y se acercó para reclamarme, el hecho de que te hiciera llorar
La menor bajó la cabeza, apenada.
-También tienes a las monjas del hospicio y sé que las quieres, casi tanto como ellas a ti. Es por eso que pretendo que seas tú, quien tome la decisión. No quiero forzarte a hacer algo, que no deseas.
Natalie levantó la cabeza, angustiada.
-Yo…, no lo sé -admitió abrumada.
-Sé que es difícil de decidir. Pero sería egoísta de mi parte, si yo lo hago por ti -no pasó por alto, la pena en sus ojos-. Por nosotros no debes preocuparte, Natalie. Albert y yo, buscaremos la forma de estar cerca de ti.
-¿Harían eso por mí?
-¡Claro que sí! ¿Crees que te voy a dejar ir, ahora que finalmente te encontré? -Se carcajeo con ganas- ¡De eso nada! Además -añadió traviesa-, las tiendas de Paris son un paraíso terrenal.
-¿Y si decido ir con ustedes, también podríamos quedarnos en Francia? -Se atrevió a preguntar.
-Me temo que no -fue cautelosa-. Los negocios de tu tío lo tienen anclado en Inglaterra y mudarnos aquí, es un sacrificio que solo haríamos por ti. De lo contrario, deberemos regresar a casa cuanto antes.
Natalie se encontraba entre la espada y la pared. Definitivamente quería ir con ellos, pero la sola mención de Joset la detenía. Eran dos lados opuestos  de la cuerda que tenía atada a la cintura y cada uno, tiraba con todas sus fuerzas. Estaba en el centro de una discordia y no sabía que decisión tomar, para evitar el sufrimiento de ambas partes.
-¿Podre visitar a Joset?
-Si eso es lo que quieres, podrás venir a verla siempre que quieras -concedió-.  También puedes llamarla cuando lo desees y ella a ti. No te pondremos ninguna traba, en ese aspecto.
Natalie aun no le daba una respuesta concreta.
-No es necesario que tomes la decisión, ahora mismo. Podemos esperar un par de días, hasta que estés segura.
-¡No! -Exclamó, para sorpresa de la mayor- ¡No quiero esperar más tiempo!
Sin darse cuenta de ello, el cielo se había nublado y el aire frio alivió la tensión entre ellas. Los pocos niños que quedaban en el patio, corrieron para refugiarse antes de que empezara a llover y gracias a eso, Natalie y Anabel ganaron unos minutos de paz.
-¿Por qué no quieres esperar? -Estaba descolocada, por su pronta decisión.
Natalie tampoco entendía la razón, pero lo que si sabía era que tenía miedo de no volver a ver a sus tíos. Eran la única familia que le quedaba y perderlos a ellos, significaba seguir encerrada en aquella prisión llena de cercas y de reglas. Estaba segura de que su afinidad con Joset no se vería afectada, pero ella necesitaba reconstruir los lazos que había perdido.
-¡Ustedes son mi familia! -Obvió-. No ignoro lo que tengo en este lugar, pero tampoco quiero perderte otra vez.
Anabel estuvo a punto de brincar de alegría y solo se dominó, por no asustar a la pequeña.
-¿Estas segura de esto? -Ella asintió- ¡Oh, Evelin! Es la segunda mejor noticia del día.
-¿Evelin?
La menor se descolocó, al escuchar ese nombre; no significaba nada para ella.
-Es otra decisión que deberás tomar -explicó-. Años atrás, ese era tu nombre; pero puedes optar por conservar el que tienes ahora.
-Me gustaría seguir siendo Natalie, si no le molesta.
-Lo único que me molesta, es que me sigas tratando con respeto -fingió enfado-. Soy tu tía y no soy tan vieja como para que me trates de usted.
La menor se estremeció, ante el trato familiar que le estaban ofreciendo.
-Está bien…, tía Anabel.
La nombrada sintió como su cuerpo se llenaba de una alegría inmensurable, solo por escucharla llamarla así. Habían pasado tantos años, que incluso había olvidado como sonaba esa palabra.
-Solo “tía”, está bien –sus ojos se humedecieron- ¡Ven! ¡Tenemos que contarle esto a Albert!
Fueron corriendo a su encuentro y el hombre solo tuvo que ver la sonrisa de su esposa, para saber que todo había salido bien. Recibió a Natalie con los brazos abiertos e igual que horas antes, esta se dejó hacer feliz.
No le temía a lo desconocido y los cambios que se avecinaban, le parecían muy prometedores y llenos de júbilo. Tenía dos tíos que la adoraban y lejos de allí, un primo al que ansiaba conocer.

¿Qué más podía pedir?

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