Sunday, June 11, 2017

La Dama Perdida ~ Cap 3

Natalie no era de esas personas que adoraban la paz y el sosiego, sino que amaba meterse en dificultades y hacer bromas tontas con los demás chicos. No poseía una personalidad problemática, pero sí que era inquieta y estar encerrada en un orfanato -rodeada de barreras-, la ponía un tanto nerviosa.
Jugaba a fugarse. A ponerles trabas a los invitados que llegaban en busca de un niño al cual adoptar y en numerosos casos, activaba la alarma de incendios solo para poder subirse en el camión de bomberos. Era capaz de poner el hospicio de cabeza y aun así, salir impune.
Ella necesitaba salir de allí cuanto antes y sin embargo, era la única que se negaba rotundamente a ser adoptada. Durante sus primeros años en el centro, se vio envuelta en juicios muy desagradables por su custodia y eso le dejó la amarga sensación, de que allí a donde fuera iba a ser rechazada.
Frases como “no podemos cuidar de ella” o “esa no es nuestra responsabilidad”, la dejaron marcada de por vida y la ayudaron a entender que el orfanato, era su único hogar. Allí tenía cientos de amigos, una madre que la adoraba y una hermana que la idolatraba. Era feliz y aunque no le gustara el encierro, sabía que siempre tendría un sitio al cual volver.
Sin embargo, había un único momento del día en el que se sentía en paz con el mundo.
Al mediodía, cuando el resto de los niños almorzaban en el  comedor, ella y Joset corrían al patio para encontrarse con su madre adoptiva. La hermana Carolina las adoraba y consentía con todos los dulces y juguetes que fuera capaz de conseguir. Sacaba a Natalie de sus líos y facilitaba a Joset los libros de la biblioteca. Todo eso, a cambio de un abrazo o una sonrisa.
Era extremadamente celosa con sus “hijas” y aun cuando se metía en problemas por tan estrecha relación, no dejaba de mimarlas o tratarlas de forma especial.
Justo en ese instante, sus dos angelitos descansaban sus cabezas sobre su regazo y dejaban que el viento jugara con sus cabellos; los cuales se mezclaban en una adorable combinación de dorado y azabache. Simplemente, perfecto.
La felicidad iluminó su rostro, hasta que el recuerdo de esa mañana se la borró de la cara. Su cuerpo se tensó visiblemente y una de las niñas, lo notó de inmediato.
-¿Qué sucede, hermana Carol? –Preguntó Joset.
-No pasa nada linda. Vuelve a dormir –le regaló una sonrisa.
-¿Segura?
-Te lo prometo.
La niña –conforme- volvió a recostarse y rio bajito, al escuchar los ronquidos de su hermana.
-Otra vez está roncando –se incorporó una vez más, para poder observarla.
-¿Te está molestando en las noches? –Se interesó.
La morena negó con la cabeza.
-Solo ronca durante el día –aseguró-. Es muy rara –volvió a burlarse.
-No digas eso, Joset –le pidió la monja.
-Es verdad, Joset –se escuchó una voz molesta-. No deberías hablar mal de alguien, que aún puede escucharte.
Natalie se levantó rápidamente y lazándose sobre su hermana, comenzó a hacerle cosquillas; ignorando las desesperadas suplicas de la menor. Esta reía sin parar y en vano, trataba de alejarse de esas manos traviesas que conocían todos sus puntos débiles.
Carolina por su parte, reía ante la batalla de la que estaba siendo testigo.
-¿Te rindes?
Como pudo, Joset le dio una respuesta.
-Si. Me rindo -reía dolorosamente-. ¡Lo siento! ¡Lo siento!
Natalie se alejó de ella y al verla toda despeinada, también empezó a reír.
-Por cierto. ¡Tú sí que roncas por las noches, Joset!
Instantáneamente, esta dejo de reír.
-¡No es cierto! –Gritó sonrojada.
-¡Claro que sí! ¿Por qué sino dormiría con una caja de algodones cerca?
Joset se bloqueó automáticamente, al imaginarse a sí misma roncando.
-No puede ser -gimió, llevándose ambas manos a la boca-. ¿Yo ronco por las noches?
-Soy testigo –declaró solemnemente.
Las presentes reían –disimuladamente- por las reacciones de la niña, pero cuando vieron que esta comenzaba a deprimirse, decidieron dejar la broma de lado.
-Es muy sensible al tema -murmuró la menor.
-Ya basta, Taly. Dile la verdad –le susurró la monja.
-Joset, era broma –confesó-. Solo te estaba tomando el pelo.
La trigueña dejo de lamentarse, para meditar las últimas palabras de su hermana. Esas deberían ser buenas noticias, pero no se sentía feliz en lo absoluto.
Natalie se estremeció al verla voltearse y entonces se dio cuenta de que había metido la pata. Nadie debía meterse con el orgullo de Joset, porque esta lo defendía a capa y espada. Reculó muy lentamente, cuando vio a la morena con ambas manos extendidas y sus intenciones más que evidentes.
-¿Cómo has podido hacerme eso?
-Vamos Josie, no te pongas así –le rogó.
-Pagaras por eso, Natalie –amenazó-. ¡Ven aquí!
-¡Auxilio!
Una carrera dio comienzo y detrás de Natalie, corría una morena sin la dulzura que la caracterizaba. Carolina no se preocupó sin embargo, debido a que esas discusiones eran inofensivas y el ejercicio no les vendría nada mal.
Mejor se tomó su tiempo para meditar el tema que la apuraba y nuevamente, su sonrisa la abandonó. Su corazón se oprimió dolorosamente, al realizar que llegaría el día en que ya no podría ser parte de escenas como aquella. Era la primera vez que se sentía –verdaderamente- amenazada, en lo que a sus hijas respectaba.
Siempre existió la opción de que si estas se negaban a abandonar el hospicio, entonces nadie las podría obligar a irse. Pero ahora la situación se le iba de las manos. No podría hacer mucho si la verdadera familia de Natalie, insistía en reclamar su custodia.
Por un momento creyó que si les presentaba sus razones, entonces ellos accederían a dejar a la pequeña a su cuidado; pero el representante de la embajada le había dejado muy claro, que los ingleses –realmente- querían la custodia de la menor. Incluso se habían tomado la molestia de enviar un abogado como avanzadilla y por la rapidez con que se llevaron a cabo los trámites, ciertamente debían de quererla.
¡Eso era ridículo! ¡¿Quién podría querer más a Natalie, que ella?!
Desde que sostuvo a la pequeña por primera vez, la había amado con si ella misma la hubiera engendrado y ahora se la iba a arrebatar una familia de extraños, que tantos años después venían a dar la cara. Se proyectaban como víctimas de las circunstancias y actuaban de forma egoísta, al no pensar en el daño que estaban ocasionado.
¡¿Con que derecho?!
No muy lejos de donde se encontraba ella sentada, Joset había conseguido capturar a su hermana mayor y le estaba proporcionando un muy bien empleado castigo. Entre risas y empujones, las niñas se hacían cosquillas y rodaban por el césped, ajenas a los turbios pensamientos de su madre.
Esta ya había tomado una decisión y estaba más que dispuesta, a emplearse a fondo en el tema. Sin importar los medios que fueran necesarios, se aseguraría de mantener a sus hijas unidas y -por encima de todo- a su lado. No faltaba mucho para que Natalie recibiera la noticia y cuando eso ocurriera, todos conspirarían para convencerla de aceptar a los intrusos.
Estaba segura de que ella no accedería fácilmente; pero de lo contrario, aun le quedaba una carta bajo la manga y era infalible. La única persona en el mundo capaz de hacerla cambiar de opinión, era esa morenita con ojos de cordero. Natalie no tendría el valor para dejarla sola y bastaba con que Joset la presionara un poco, para que la rubia accediera a quedarse.
-¡Joset…, ya basta! ¡Me rindo! –Se escuchaba a lo lejos.
-¡Vuelve aquí, Taly! ¡No te dejare escapar!

El salón era tal y como se lo había imaginado en un principio.
Dos filas de bancas color café colocadas a ambos lados de una alfombra roja, la bandera de Inglaterra apropiadamente situada en una de las esquinas del salón y aquel hombre gordo y perfectamente afeitado, sobre el estrado.
No había dejado de observarla en todo el rato que duro el debate y aprovechando que se trataba de una audiencia íntima, le había pedido permiso a su representante temporal –la Madre Isabel-, para regalarle dulces a la niña de doce años, sentada frente a él.
Natalie no había dicho ni una sola palabra desde que entrara en la sala, debido a que todos hablaban de un tema concerniente a ella, pero sin pedir su opinión. Aun así, se notaba su incomodidad y eso había conmovido al juez.
-¿Qué dice la niña al respecto? -Preguntó el representante de la embajada inglesa.
-No le habíamos mencionado nada del asunto, hasta ahora -aseguró la monja, en francés-. La última vez que le hablamos del tema, se escapó del orfanato junto a otra de las niñas y no deseábamos arriesgarnos innecesariamente.
-¡No se trata de algo innecesario! -Argumento fervientemente, un señor muy formal y estirado-Es un hecho que mi cliente desea tener la custodia de la niña y está dispuesto a llegar hasta el límite, de ser necesario. ¡No veo por qué se niega usted, a entender que esto es lo mejor para ella!
-¡Francia ha sido su hogar desde siempre! ¿Por qué insisten en alejarla de lo único que conoce?-Preguntó ofendida.
-Madre con todo respeto, usted y yo sabemos que eso no es cierto –acusó-. ¡No importa como la mire! Esta niña nació y se crio en Inglaterra. ¡Me basta con ver su porte y escuchar su acento, para estar seguro! ¡Es inglesa! -Repitió vehemente.
La jovencita intentó –inútilmente- de adoptar la postura desenfadada de los franceses, pero inmediatamente, noto la incomodidad en su espalda. Su cuerpo no le permitía mostrarse vulnerable y con resignación, recuperó su porte orgulloso y -hasta cierto punto- autoritario. El juez Michael rio ante su fallido intento, de desmentir una realidad evidente.
Nunca se habían tenido dudas, acerca de la nacionalidad de la niña.
El orfanato que la acogió, había apelado durante dos años y medio para que el gobierno de Inglaterra, aceptara la responsabilidad del asunto. Pero todo había sido en vano.
No tenían pruebas legales –hasta ahora- de su nacionalidad y ninguno de los dos países en cuestión, deseaba comenzar una disputa por la custodia de una niña, que muy bien podría adaptarse a vivir entre los franceses.
Afortunadamente, la pequeña se había encariñado con las monjas que tan bien cuidaron de ella y ahora las veía como su única familia. Tan serio era el caso, que ni siquiera soportaba la idea de ser adoptada por una familia de extraños y el sentimiento era mutuo. Sus madres adoptivas -como ella las llamaba-, estaban aterradas con la idea de que su “princesita” les fuera arrebatada y ahora peleaban por una causa muy diferente.
Pero nuevamente, tenían todas las de perder.
La última pareja que se había interesado en Natalie, pertenecía a una familia de empresarios ingleses, los cuales aseguraban que la niña era suya por derecho. No tenían pruebas contundentes, pero eso era algo que se podía solucionar con una simple prueba de ADN. A parte de eso, parecían guiarse por su instinto y declaraban abiertamente que Natalie debía llevar su apellido.
El juez estaba al tanto de que si el examen salía positivo, la niña no tendría ni voz ni voto en la decisión. Si bien era cierto que se sentía mucho más cómoda en el orfanato, no se podía negar la realidad de que estaría mucho mejor con su verdadera familia y esta tenía todo el derecho, de reclamar su custodia.
-Natalie -la llamo el juez en inglés-. Ya escuchaste a los mayores. ¿No es así?
La chica asintió con la cabeza.
-¿Tienes algo que decir?
Ella no dudó.
-¡Yo no quiero irme con ellos! -Aseguró en perfecto inglés-. La hermana Carol me dijo que eran ingleses y yo no quiero que me lleven.
Su tierna voz conmovió de los presentes y el juez tuvo que recordarse, que debía ser objetivo.
-¿Quién es la hermana Carol? –Preguntó el abogado, interesado.
-Es Carolina –rectificó la monja-. Los niños del orfanato le tienen mucho cariño.
Ignorándolos, el juez retomó su conversación con Natalie.
-¿No te gustan los ingleses?
 Natalie lo pensó bien, antes de responder.
-No me disgustan. ¿Pero por qué no me puedo quedar con el resto de los niños?
-Natalie, escucha –pidió el juez, con mucho tacto-. Estas personas vienen desde muy lejos para conocerte ¿Sabes por qué?
-Porque quieren adoptarme –respondió con seguridad.
-¿Sabes por qué quieren adoptarte, específicamente a ti? -La señaló, para enfatizar sus palabras.
Ella negó con la cabeza, pues nadie le había informado más de lo que había escuchado en esa sala.
-Porque ellos podrían ser tu verdadera familia -explicó.
-¿Una familia de verdad? –Ladeó la cabeza.
-Tu verdadera familia, Natalie –repitió-. Solo tuya.
La pequeña quedó muy sorprendida ante esta revelación y se llevó ambas manos al pecho, para sentir como su corazón golpeaba, emocionado.
-¡Aun no están seguros de nada! ¡No le dé falsas esperanzas a la niña! -Exigió la religiosa.
-Una prueba de laboratorio, decidirá si son falsas o no -intervino el abogado.
-¡Usted no tiene derecho…!
-¡Silencio en la sala!
Rugió el juez, mientras golpeaba con el mazo.
-El embajador me hizo responsable de este caso y yo personalmente, velaré por los intereses de Natalie –aseguró con firmeza-. Además, estoy de acuerdo en que no debemos tomar ninguna decisión hasta que no estemos cien por ciento seguros, de que son quienes dicen ser.
-¡Aunque lo fueran, Natalie quiere quedarse con nosotras! -Trató de usar todas las cartas a su favor.
La pequeña botó en su sitio, al escuchar semejante alarido provenir de una persona tan serena, como lo era la Madre Superiora.
-Yo no la veo tan segura de eso –se burló Henry-. Parece ser que se está replanteando la idea.
Cuando pusieron sus ojos sobre Natalie, esta no fue capaz de ocultar la indecisión de sus ojos. Solo pensar que podría conocer a su verdadera familia, llenaba su corazón de temor y a la vez la hacía sentir ansiosa.
No recordaba quien era y ni siquiera estaba segura de que “Natalie”, fuera su verdadero nombre. Por esa razón, sabia apreciar la oportunidad que tenía al alcance de su mano. La misma por la que había rezado tantas veces, en la soledad de su habitación.
-¿Natalie? -Escuchó que la llamaban.
Levantó la cabeza para ver a la monja y entonces se dio cuenta, de que le causaba dolor no saber quién era su verdadera madre. Amaba a las monjas que cuidaban del orfanato más que a nada en el mundo; pero no por eso le iba a dar la espalda a su pasado. Ese pasado que abandonó sus recuerdos años atrás y que ahora, intentaba volver a ella.
Esa convicción, le bastó para tomar su decisión.
-Quiero conocerlos.
Se dirigió a la mayor como si le pidiera permiso, pero esta sabía que si no la complacía, Natalie intentaría escapar una vez más y en el proceso, arrastraría a Joset con ella.
Visto de esa forma, no le quedaba más remedio que acceder a las exigencias de los Britch.
Se dirigió al abogado.
-Cuando lo crean conveniente, concertaremos un encuentro dentro de los límites del hospicio -aclaró.
Henry asintió, conforme.
-En dos días llevare a mi clienta, para que se conozcan personalmente -desvió su atención al juez-. Espero que usted este presente como testigo y de ser posible, nos gustaría hacerle la prueba de ADN de inmediato.
-¿Por qué la prisa? ¿No es preferible esperar, a que se conozcan mejor?
-En mi experiencia, no –aseguró incómodo-. Si se llegaran a tomar afecto y luego la prueba sale negativa, podríamos causarles mucho daño…, a las dos.
-Entiendo.
El hombre se acercó a Natalie y cuando la observó más de cerca, quedó complacido con lo que veía. Era fuerte, decidida y con un porte digno de la realeza británica. No se sentía intimidada por él y el desafío en sus ojos, le inspiró respeto.

No le quedaba duda de que estaba parado frente a Evelin, la damita perdida. 

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