Natalie
no era de esas personas que adoraban la paz y el sosiego, sino que amaba
meterse en dificultades y hacer bromas tontas con los demás chicos. No poseía
una personalidad problemática, pero sí que era inquieta y estar encerrada en un
orfanato -rodeada de barreras-, la ponía un tanto nerviosa.
Jugaba
a fugarse. A ponerles trabas a los invitados que llegaban en busca de un niño
al cual adoptar y en numerosos casos, activaba la alarma de incendios solo para
poder subirse en el camión de bomberos. Era capaz de poner el hospicio de
cabeza y aun así, salir impune.
Ella
necesitaba salir de allí cuanto antes y sin embargo, era la única que se negaba
rotundamente a ser adoptada. Durante sus primeros años en el centro, se vio
envuelta en juicios muy desagradables por su custodia y eso le dejó la amarga sensación,
de que allí a donde fuera iba a ser rechazada.
Frases
como “no podemos cuidar de ella” o “esa no es nuestra responsabilidad”, la
dejaron marcada de por vida y la ayudaron a entender que el orfanato, era su único
hogar. Allí tenía cientos de amigos, una madre que la adoraba y una hermana que
la idolatraba. Era feliz y aunque no le gustara el encierro, sabía que siempre
tendría un sitio al cual volver.
Sin
embargo, había un único momento del día en el que se sentía en paz con el
mundo.
Al
mediodía, cuando el resto de los niños almorzaban en el comedor, ella y Joset corrían al patio para
encontrarse con su madre adoptiva. La hermana Carolina las adoraba y consentía con
todos los dulces y juguetes que fuera capaz de conseguir. Sacaba a Natalie de
sus líos y facilitaba a Joset los libros de la biblioteca. Todo eso, a cambio
de un abrazo o una sonrisa.
Era
extremadamente celosa con sus “hijas” y aun cuando se metía en problemas por
tan estrecha relación, no dejaba de mimarlas o tratarlas de forma especial.
Justo
en ese instante, sus dos angelitos descansaban sus cabezas sobre su regazo y
dejaban que el viento jugara con sus cabellos; los cuales se mezclaban en una adorable
combinación de dorado y azabache. Simplemente, perfecto.
La
felicidad iluminó su rostro, hasta que el recuerdo de esa mañana se la borró de
la cara. Su cuerpo se tensó visiblemente y una de las niñas, lo notó de inmediato.
-¿Qué
sucede, hermana Carol? –Preguntó Joset.
-No
pasa nada linda. Vuelve a dormir –le regaló una sonrisa.
-¿Segura?
-Te
lo prometo.
La
niña –conforme- volvió a recostarse y rio bajito, al escuchar los ronquidos de
su hermana.
-Otra
vez está roncando –se incorporó una vez más, para poder observarla.
-¿Te
está molestando en las noches? –Se interesó.
La
morena negó con la cabeza.
-Solo
ronca durante el día –aseguró-. Es muy rara –volvió a burlarse.
-No
digas eso, Joset –le pidió la monja.
-Es
verdad, Joset –se escuchó una voz molesta-. No deberías hablar mal de alguien,
que aún puede escucharte.
Natalie
se levantó rápidamente y lazándose sobre su hermana, comenzó a hacerle
cosquillas; ignorando las desesperadas suplicas de la menor. Esta reía sin
parar y en vano, trataba de alejarse de esas manos traviesas que conocían todos
sus puntos débiles.
Carolina
por su parte, reía ante la batalla de la que estaba siendo testigo.
-¿Te
rindes?
Como
pudo, Joset le dio una respuesta.
-Si.
Me rindo -reía dolorosamente-. ¡Lo siento! ¡Lo siento!
Natalie
se alejó de ella y al verla toda despeinada, también empezó a reír.
-Por
cierto. ¡Tú sí que roncas por las noches, Joset!
Instantáneamente,
esta dejo de reír.
-¡No
es cierto! –Gritó sonrojada.
-¡Claro
que sí! ¿Por qué sino dormiría con una caja de algodones cerca?
Joset
se bloqueó automáticamente, al imaginarse a sí misma roncando.
-No
puede ser -gimió, llevándose ambas manos a la boca-. ¿Yo ronco por las noches?
-Soy
testigo –declaró solemnemente.
Las
presentes reían –disimuladamente- por las reacciones de la niña, pero cuando
vieron que esta comenzaba a deprimirse, decidieron dejar la broma de lado.
-Es
muy sensible al tema -murmuró la menor.
-Ya
basta, Taly. Dile la verdad –le susurró la monja.
-Joset,
era broma –confesó-. Solo te estaba tomando el pelo.
La trigueña
dejo de lamentarse, para meditar las últimas palabras de su hermana. Esas deberían
ser buenas noticias, pero no se sentía feliz en lo absoluto.
Natalie
se estremeció al verla voltearse y entonces se dio cuenta de que había metido
la pata. Nadie debía meterse con el orgullo de Joset, porque esta lo defendía a
capa y espada. Reculó muy lentamente, cuando vio a la morena con ambas manos
extendidas y sus intenciones más que evidentes.
-¿Cómo
has podido hacerme eso?
-Vamos
Josie, no te pongas así –le rogó.
-Pagaras
por eso, Natalie –amenazó-. ¡Ven aquí!
-¡Auxilio!
Una
carrera dio comienzo y detrás de Natalie, corría una morena sin la dulzura que
la caracterizaba. Carolina no se preocupó sin embargo, debido a que esas
discusiones eran inofensivas y el ejercicio no les vendría nada mal.
Mejor
se tomó su tiempo para meditar el tema que la apuraba y nuevamente, su sonrisa
la abandonó. Su corazón se oprimió dolorosamente, al realizar que llegaría el
día en que ya no podría ser parte de escenas como aquella. Era la primera vez
que se sentía –verdaderamente- amenazada, en lo que a sus hijas respectaba.
Siempre
existió la opción de que si estas se negaban a abandonar el hospicio, entonces nadie
las podría obligar a irse. Pero ahora la situación se le iba de las manos. No
podría hacer mucho si la verdadera familia de Natalie, insistía en reclamar su
custodia.
Por
un momento creyó que si les presentaba sus razones, entonces ellos accederían a
dejar a la pequeña a su cuidado; pero el representante de la embajada le había
dejado muy claro, que los ingleses –realmente- querían la custodia de la menor.
Incluso se habían tomado la molestia de enviar un abogado como avanzadilla y
por la rapidez con que se llevaron a cabo los trámites, ciertamente debían de quererla.
¡Eso
era ridículo! ¡¿Quién podría querer más a Natalie, que ella?!
Desde
que sostuvo a la pequeña por primera vez, la había amado con si ella misma la
hubiera engendrado y ahora se la iba a arrebatar una familia de extraños, que
tantos años después venían a dar la cara. Se proyectaban como víctimas de las
circunstancias y actuaban de forma egoísta, al no pensar en el daño que estaban
ocasionado.
¡¿Con
que derecho?!
No
muy lejos de donde se encontraba ella sentada, Joset había conseguido capturar
a su hermana mayor y le estaba proporcionando un muy bien empleado castigo.
Entre risas y empujones, las niñas se hacían cosquillas y rodaban por el
césped, ajenas a los turbios pensamientos de su madre.
Esta
ya había tomado una decisión y estaba más que dispuesta, a emplearse a fondo en
el tema. Sin importar los medios que fueran necesarios, se aseguraría de
mantener a sus hijas unidas y -por encima de todo- a su lado. No faltaba mucho
para que Natalie recibiera la noticia y cuando eso ocurriera, todos conspirarían
para convencerla de aceptar a los intrusos.
Estaba
segura de que ella no accedería fácilmente; pero de lo contrario, aun le
quedaba una carta bajo la manga y era infalible. La única persona en el mundo capaz
de hacerla cambiar de opinión, era esa morenita con ojos de cordero. Natalie no
tendría el valor para dejarla sola y bastaba con que Joset la presionara un
poco, para que la rubia accediera a quedarse.
-¡Joset…,
ya basta! ¡Me rindo! –Se escuchaba a lo lejos.
-¡Vuelve
aquí, Taly! ¡No te dejare escapar!
El
salón era tal y como se lo había imaginado en un principio.
Dos
filas de bancas color café colocadas a ambos lados de una alfombra roja, la
bandera de Inglaterra apropiadamente situada en una de las esquinas del salón y
aquel hombre gordo y perfectamente afeitado, sobre el estrado.
No
había dejado de observarla en todo el rato que duro el debate y aprovechando
que se trataba de una audiencia íntima, le había pedido permiso a su representante
temporal –la Madre Isabel-, para regalarle dulces a la niña de doce años, sentada
frente a él.
Natalie
no había dicho ni una sola palabra desde que entrara en la sala, debido a que
todos hablaban de un tema concerniente a ella, pero sin pedir su opinión. Aun así,
se notaba su incomodidad y eso había conmovido al juez.
-¿Qué
dice la niña al respecto? -Preguntó el representante de la embajada inglesa.
-No
le habíamos mencionado nada del asunto, hasta ahora -aseguró la monja, en
francés-. La última vez que le hablamos del tema, se escapó del orfanato junto
a otra de las niñas y no deseábamos arriesgarnos innecesariamente.
-¡No
se trata de algo innecesario! -Argumento fervientemente, un señor muy formal y
estirado-Es un hecho que mi cliente desea tener la custodia de la niña y está
dispuesto a llegar hasta el límite, de ser necesario. ¡No veo por qué se niega
usted, a entender que esto es lo mejor para ella!
-¡Francia
ha sido su hogar desde siempre! ¿Por qué insisten en alejarla de lo único que
conoce?-Preguntó ofendida.
-Madre
con todo respeto, usted y yo sabemos que eso no es cierto –acusó-. ¡No importa
como la mire! Esta niña nació y se crio en Inglaterra. ¡Me basta con ver su
porte y escuchar su acento, para estar seguro! ¡Es inglesa! -Repitió vehemente.
La
jovencita intentó –inútilmente- de adoptar la postura desenfadada de los
franceses, pero inmediatamente, noto la incomodidad en su espalda. Su cuerpo no
le permitía mostrarse vulnerable y con resignación, recuperó su porte orgulloso
y -hasta cierto punto- autoritario. El juez Michael rio ante su fallido
intento, de desmentir una realidad evidente.
Nunca
se habían tenido dudas, acerca de la nacionalidad de la niña.
El
orfanato que la acogió, había apelado durante dos años y medio para que el
gobierno de Inglaterra, aceptara la responsabilidad del asunto. Pero todo había
sido en vano.
No
tenían pruebas legales –hasta ahora- de su nacionalidad y ninguno de los dos
países en cuestión, deseaba comenzar una disputa por la custodia de una niña,
que muy bien podría adaptarse a vivir entre los franceses.
Afortunadamente,
la pequeña se había encariñado con las monjas que tan bien cuidaron de ella y
ahora las veía como su única familia. Tan serio era el caso, que ni siquiera
soportaba la idea de ser adoptada por una familia de extraños y el sentimiento
era mutuo. Sus madres adoptivas -como ella las llamaba-, estaban aterradas con
la idea de que su “princesita” les fuera arrebatada y ahora peleaban por una
causa muy diferente.
Pero
nuevamente, tenían todas las de perder.
La última
pareja que se había interesado en Natalie, pertenecía a una familia de empresarios
ingleses, los cuales aseguraban que la niña era suya por derecho. No tenían
pruebas contundentes, pero eso era algo que se podía solucionar con una simple
prueba de ADN. A parte de eso, parecían guiarse por su instinto y declaraban
abiertamente que Natalie debía llevar su apellido.
El
juez estaba al tanto de que si el examen salía positivo, la niña no tendría ni
voz ni voto en la decisión. Si bien era cierto que se sentía mucho más cómoda
en el orfanato, no se podía negar la realidad de que estaría mucho mejor con su
verdadera familia y esta tenía todo el derecho, de reclamar su custodia.
-Natalie
-la llamo el juez en inglés-. Ya escuchaste a los mayores. ¿No es así?
La
chica asintió con la cabeza.
-¿Tienes
algo que decir?
Ella
no dudó.
-¡Yo
no quiero irme con ellos! -Aseguró en perfecto inglés-. La hermana Carol me
dijo que eran ingleses y yo no quiero que me lleven.
Su
tierna voz conmovió de los presentes y el juez tuvo que recordarse, que debía
ser objetivo.
-¿Quién
es la hermana Carol? –Preguntó el abogado, interesado.
-Es
Carolina –rectificó la monja-. Los niños del orfanato le tienen mucho cariño.
Ignorándolos,
el juez retomó su conversación con Natalie.
-¿No
te gustan los ingleses?
Natalie lo pensó bien, antes de responder.
-No
me disgustan. ¿Pero por qué no me puedo quedar con el resto de los niños?
-Natalie,
escucha –pidió el juez, con mucho tacto-. Estas personas vienen desde muy lejos
para conocerte ¿Sabes por qué?
-Porque
quieren adoptarme –respondió con seguridad.
-¿Sabes
por qué quieren adoptarte, específicamente a ti? -La señaló, para enfatizar sus
palabras.
Ella
negó con la cabeza, pues nadie le había informado más de lo que había escuchado
en esa sala.
-Porque
ellos podrían ser tu verdadera familia -explicó.
-¿Una
familia de verdad? –Ladeó la cabeza.
-Tu
verdadera familia, Natalie –repitió-. Solo tuya.
La
pequeña quedó muy sorprendida ante esta revelación y se llevó ambas manos al
pecho, para sentir como su corazón golpeaba, emocionado.
-¡Aun
no están seguros de nada! ¡No le dé falsas esperanzas a la niña! -Exigió la
religiosa.
-Una
prueba de laboratorio, decidirá si son falsas o no -intervino el abogado.
-¡Usted
no tiene derecho…!
-¡Silencio
en la sala!
Rugió
el juez, mientras golpeaba con el mazo.
-El
embajador me hizo responsable de este caso y yo personalmente, velaré por los
intereses de Natalie –aseguró con firmeza-. Además, estoy de acuerdo en que no
debemos tomar ninguna decisión hasta que no estemos cien por ciento seguros, de
que son quienes dicen ser.
-¡Aunque
lo fueran, Natalie quiere quedarse con nosotras! -Trató de usar todas las
cartas a su favor.
La
pequeña botó en su sitio, al escuchar semejante alarido provenir de una persona
tan serena, como lo era la Madre Superiora.
-Yo
no la veo tan segura de eso –se burló Henry-. Parece ser que se está
replanteando la idea.
Cuando
pusieron sus ojos sobre Natalie, esta no fue capaz de ocultar la indecisión de
sus ojos. Solo pensar que podría conocer a su verdadera familia, llenaba su
corazón de temor y a la vez la hacía sentir ansiosa.
No
recordaba quien era y ni siquiera estaba segura de que “Natalie”, fuera su
verdadero nombre. Por esa razón, sabia apreciar la oportunidad que tenía al
alcance de su mano. La misma por la que había rezado tantas veces, en la
soledad de su habitación.
-¿Natalie?
-Escuchó que la llamaban.
Levantó
la cabeza para ver a la monja y entonces se dio cuenta, de que le causaba dolor
no saber quién era su verdadera madre. Amaba a las monjas que cuidaban del
orfanato más que a nada en el mundo; pero no por eso le iba a dar la espalda a
su pasado. Ese pasado que abandonó sus recuerdos años atrás y que ahora,
intentaba volver a ella.
Esa
convicción, le bastó para tomar su decisión.
-Quiero
conocerlos.
Se
dirigió a la mayor como si le pidiera permiso, pero esta sabía que si no la
complacía, Natalie intentaría escapar una vez más y en el proceso, arrastraría
a Joset con ella.
Visto
de esa forma, no le quedaba más remedio que acceder a las exigencias de los
Britch.
Se
dirigió al abogado.
-Cuando
lo crean conveniente, concertaremos un encuentro dentro de los límites del
hospicio -aclaró.
Henry
asintió, conforme.
-En
dos días llevare a mi clienta, para que se conozcan personalmente -desvió su
atención al juez-. Espero que usted este presente como testigo y de ser
posible, nos gustaría hacerle la prueba de ADN de inmediato.
-¿Por
qué la prisa? ¿No es preferible esperar, a que se conozcan mejor?
-En
mi experiencia, no –aseguró incómodo-. Si se llegaran a tomar afecto y luego la
prueba sale negativa, podríamos causarles mucho daño…, a las dos.
-Entiendo.
El
hombre se acercó a Natalie y cuando la observó más de cerca, quedó complacido
con lo que veía. Era fuerte, decidida y con un porte digno de la realeza
británica. No se sentía intimidada por él y el desafío en sus ojos, le inspiró
respeto.
No
le quedaba duda de que estaba parado frente a Evelin, la damita perdida.
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