La Dama Perdida
1
Era principios de
verano y el paradisíaco clima, tentaba a los habitantes de París a
disfrutar del paisaje, los juegos y la libertad. El sol ardiente
abarcaba todo el escenario y no había plaza, comercio o parque, que
no se encontrara abarrotado por franceses y turistas -de todas partes
del mundo- riendo divertidos y excitados.
Cada uno, tenía un
estilo propio y único en su forma de vestir o caminar; pero sin
importar cuan estrafalario fuera su atuendo, la alegría con la que
eran recibidos daba gusto de ver. Los extranjeros se afanaban por
tomarle fotos a las escenas más jocosas y ocurrentes que se les
presentaban y en un día como aquel, la diversión no conocía
límites.
Especialmente a los
niños, les bastaba con la promesa de interminables juegos y de
paseos por la plaza junto a sus padres, para sentirse seguros de no
estar desaprovechando sus vacaciones. Sentir la fuerza en sus piernas
y el explotar su energía, los dejaba eufóricos y -apenas-
satisfechos.
Pero lejos de todo
ese regocijo, en la zona más remota del centro, la algarabía y los
colores se iban apagando paulatinamente. Las calles comenzaban a
verse abandonadas y las viviendas se volvían más sobrias y menos
alegres. Todas ellas mantenían un aire refinado y bohemio, mientras
guardaban celosamente una edificación aún más impresionante.
Ese era el único
lugar de la capital en el que no se les permitía a los niños
disfrutar del comienzo de las vacaciones y en donde los adultos
creían -ingenuamente-, que los mantenían a buen resguardo. Con las
mejores intenciones, obligaban a los jóvenes a continuar con sus
estudios y solo por unas horas al día, se les permitía jugar
libremente dentro de los límites del edificio.
No se trataba de un
colegio privado y tampoco se trataba de un reformatorio. Estos
chicos, vivían el día a día dentro de un orfanato y apostados
junto a la cerca del edificio, escuchaban como las fiestas y las
personas se iban alejando lentamente.
Ellos no tenían un
apellido, no conocían el verdadero significado de la palabra “hogar”
y todo cuanto sabían, era que debían obedecer a sus mayores sin
importar cuan absurdas fueran sus exigencias. Al menos eso es lo que
las monjas responsables del hospicio, pretendían.
Pero ellos eran
niños al fin y al cabo y lo que no encontraban fuera de su celda, lo
creaban dentro.
Para los chicos del
“Orphan Mesías”, escuchar a la profesora de manualidades era
casi tan divertido como contar los granos de arena de una playa. Todo
cuanto esta hacia o decía, era totalmente irrelevante para ellos y
sin embargo, todos se esforzaban por prestarle la máxima atención.
No es que fuera especialmente estricta, pero era una de las pocas
monjas que se esforzaba por hacerlos reír y disfrutar de las
tediosas clases.
La joven novicia, se
movía con gracia por entre los puestos, criticando o halagando las
originales obras de sus estudiantes. A ella le gustaba tocar la
arcilla y también -si le parecía necesario- retocar aquellos
detalles que resultaban ser más difíciles, para los jóvenes. Pero
para que esto sucediera, debía reconocer que el autor de la obra
realmente se había esforzado y como recompensa, le colocaba un
broche de colores muy brillantes, en la camisa o la blusa.
Para los niños era
como ganar el premio del año, pues cada una de esas estrellas
representaba la porción del postre, que recibirían en la cena. Era
un método bastante interesante, que tenía como finalidad que los
niños se vieran motivados a aprender y a dar lo mejor de sus
capacidades. Precisamente por eso, el postre se había convertido en
la prioridad de los cocineros y como consecuencia, los estudiantes
más destacados y disciplinados estaban excesivamente obesos.
Pero en el momento
en que clases como gimnasia o manualidades entraron en vigor, los más
revoltosos y distraídos de ellos alcanzaron a coger un puñado de
ese tesoro; mientras que los otros se veían forzados a ponerse en
forma, eventualmente.
De entre todos
ellos, Natalie era una de las pocas niñas que a su edad, sabía cómo
explotar su resistencia y su astucia.
Vanagloriándose de
ser capaz de vencer a cualquier chico en una competencia deportiva,
recibía contantes retos por parte de sus compañeros y en todos
ellos, ganaba con facilidad. Obviamente recibía una estrella por
cada una de sus hazañas y su mesa no daba abasto, para todo el
postre que era capaz de conseguir en un solo día.
Desafortunadamente,
cuando tenía que poner su mente a trabajar en beneficio del arte, se
bloqueaba radicalmente.
-Natalie, lo estás
haciendo mal -escuchó un susurro a su lado y al voltearse, descubrió
a Joset observando su escultura con algo de pena-. Se supone que
debes moldear la arcilla como si acariciaras un gato. No como si
trataras de matarlo.
Joset, era lo más
parecido que tenía a una hermana. Las dos habían llegado al
orfanato casi al mismo tiempo y desde entonces, se habían vuelto
inseparables.
-No estoy tratando
de matarlo, pero no se parece en nada a lo que quiero -hizo un
puchero.
-¿Qué estas
tratando de hacer? –Se inclinó sobre ella, para verlo mejor.
-¡La Mona Lisa!
–Señaló, como si fuera obvio.
Joset abrió sus
ojos verdes con incredulidad y seguidamente, sonrió con disimulo.
-Taly, “La Mona
Lisa” es una pintura. No una escultura -explicó condescendiente.
-¡Ya sé que es una
pintura! -Exclamó bajito- Pero pensé que se vería bonita, si la
moldeaba en arcilla.
La niña de pelo
negro, intentó visualizar el ambicionado resultado y concedió su
veredicto:
-Tienes razón. Se
vería muy bonita -se fijó en la masa de barro sobre la mesa e hizo
un gesto de desagrado-. Pero no has avanzado mucho.
Natalie -al
escucharla- dejó caer su cabeza hacia atrás en gesto de resignación
y liberó un sonoro bufido.
-El arte se me da
fatal –confesó.
-Mejor prueba con
otra cosa o la hermana Zoraida te reprobará -la apremió.
Cuando levantaron
sus cabezas para ver a la susodicha, se apenaron al darse cuenta de
que las evaluaciones ya habían comenzado.
-Ya es tarde –gimió
la mayor.
-No te deprimas por
eso, Taly.
-¡Pero hoy hicieron
pastel de manzana y no he conseguido ni una sola estrella, en todo el
día! -Fingió unas lagrimillas.
-No es como si te
fueras a quedar sin pastel -obvió divertida-. Simplemente, te tocará
la misma ración que al resto.
-Eso no me anima,
Joset –se quejó.
La menor de las
niñas, bajo la cabeza.
-Lamento no haberte
conseguido ninguna estrella hoy –se disculpó.
Ante esto, Natalie
sonrió divertida y acto seguido, acarició el cabello de la morena.
-¿Por qué te
disculpas? ¡No es responsabilidad tuya, cumplir mis caprichos!
-¡Pero tú siempre
las compartes conmigo!
-¡Lo hago porque
quiero! –Ladeó su cabeza, con picardía- Además, si no las
compartiera contigo, ya estaría igual que las pelotas de playa.
Su comparación,
consiguió el objetivo de hacer reír a Joset.
Natalie se fijó en
la obra de su amiga y no pudo menos, que admirar su talento. Había
recreado sobre una base de yeso las olas del mar y ahora las
adornaba, con pequeñas conchas de colores.
-¡Vaya! –Exclamó.
-¿Te gusta?
-Esto se te da muy
bien.
-Si me dan una
estrella por ella, te daré mi porción –prometió.
-¡¿En serio?!
-A mí no me gusta
el pastel, tanto como a ti –admitió.
Natalie sonrió
abiertamente y exclamo triunfal:
-¡Entonces la
aceptare encantada! –Agarró un puñado de conchas y puso sus
brillantes ojos sobre la escultura- ¡Ven! ¡Déjame ayudarte con
eso!
Entre bromas y
disimuladas guerras de arcilla, las niñas se dedicaron a embellecer
la escultura, sin percatarse de que estaban siendo observadas.
Mientras se
desplazaba por entre los puestos, la hermana Zoraida se había dado
cuenta de la treta de las niñas y aun así, no pudo evitar sonreír
encantada. La guerra por las estrellas ya se había tornado en una
especie de negocio entre los menores; pero esas dos lo hacían
únicamente entre ellas.
Lo compartían
prácticamente todo y lo que a una le faltaba, la otra lo compensaba
con creces. De esa forma, superaban el hecho de ser huérfanas y no
tener ni una remota idea, de quienes eran en realidad.
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