Sin importar el país o
el tamaño de una ciudad, el día y la noche siempre se sucederán
automáticamente. Cada uno le da paso a su némesis y cada uno de nosotros,
decide que parte del día disfrutar.
Aquellos que se
decantan por la hora más brillante, están acostumbrados al sonido ensordecedor
de los automóviles o al asfixiante calor del sol. También disfrutan momentos
felices en familia y tienen tiempo para malgastarlo en asuntos sin importancia.
La rutina pasa a formar
parte de nuestras vidas de forma tan silenciosa e imperceptible, que al llegar
la noche, nos atrevemos a decir que el tiempo ha pasado demasiado rápido.
Tal vez no pudo darles
un beso de buenos días o buenas noches a sus hijos o simplemente, no alcanzo a
comprar esos zapatos que tanto le gustaban al 50% de descuento, antes de que
cerrara la tienda.
Son situaciones que no
deseamos repetir, pero que sin embargo ya forman parte de nosotros y de
nuestras circunstancias.
Por otro lado, los que
viven en la oscuridad son testigos de imágenes un poco más atrayentes y misteriosas.
Se quedan despiertos hasta el amanecer y se deleitan con la naturaleza humana
desatada en una nueva faceta. Cada momento es diferente y no cae en lo
insípido.
Yo solo deseaba conocer
ese mundo, aunque me considero lo bastante cobarde como para experimentarlo por
mi cuenta. Tal vez por eso al verla sola en aquella esquina –reclamando su
territorio-, pensé que se podría convertir en lo que yo andaba buscando. Podría
transformarse en la puerta, la llave y la cerradura que yo necesitaba obtener.
La primera vez que la
vi, fue por simple casualidad. De esas a
las que no estoy muy acostumbrada.
Salí de mi hogar a
medianoche, dispuesta a despejar mi mente y desahogar la frustración que el día
a día me provocaba. Eliminar la
sensación de que mi vida estaba siendo cruelmente desaprovechada y que sentarme
frente a mi laptop, no era la dulce vida con la que había soñado.
No soy amante de los
cigarros, pero pensé:
¡Qué demonios!
Entre a la primera
gasolinera que se cruzó en mi camino y conseguí la caja de cigarrillos más
llamativa que encontré. Prendí uno de ellos con el encendedor que llevo siempre
en el bolsillo trasero de mis jean y con
la habilidad de los novatos, me lo lleve a los labios.
No me decidí en
absorber la nicotina, por lo que decidí dejar que se consumiera por si solo y
simplemente disfrutar del sabor a mentol, que llegaba a mi nariz.
-Podría acostumbrarme
–bromeé en voz alta.
Metí las manos en los
bolsillos de la sudadera gris que llevaba puesta y emprendí el camino de
regreso. Al frente de la prenda, estaba
plasmado el equipo de pelota favorito de mi hermano. No era mi deporte
predilecto, pero he aprendido a disfrutarlo…, ocasionalmente.
Lo que sucedió a
continuación no lo habría previsto en todos mis años; pero de seguro lo habría
deseado. Es una revelación que se presenta una vez en la vida y que vale la
pena aprovecharla, cuando la novedad es resiente.
Me quedé junto a la
vitrina de una tienda que curiosamente seguía abierta y sus luces de neón, me daban
la bienvenida. Solo deseaba curiosear un poco desde fuera, hasta que note que
los artículos eran aptos solo para mayores. No eran el tipo de juguetes que podrías
regalarle a un niño, sin que te metan preso por perversión infantil.
En ese momento, la
vergüenza y la decepción hicieron acto de presencia y ambos me impulsaron a
despegarme del cristal. La idea de entrar era tentadora, pero temí que mi
ignorancia fuera evidente.
Ya estaba dispuesta a
salir de aquel lugar que no auguraba buenas experiencias, hasta que me topo con
un “inconveniente”.
No sabría cómo
describir el espécimen que se paró justo en frente mío, sin caer en lo grosero
u ofensivo. Ahora que veo la situación desde otra perspectiva, tal vez debí
poner algo más de atención; pero en aquel momento me embargó el miedo y
desconcierto.
Una joven de unos
veinticinco años o más, me observaba de arriba abajo con la misma curiosidad
con la que yo la examinaba. Llevaba una recatada y a la vez provocativa blusa
roja sin mangas, además de burlar al frio con unos shorts que apenas tapaban su
prenda más íntima.
Se trataba de una
morena de piel chocolate, con su cabello corto y rizado perfectamente cuidado,
permitiéndome ver dos inmensas argollas colgando de sus lóbulos. La chica
expedía sensualidad, confianza y teniendo en cuenta que las mujeres no me son
del todo indiferentes, me atrevo a decir que me invitaba a pecar con ella.
Desafortunadamente, su
molestia superaba la presencia que su “vocación” exigía.
-Oye nena –me tomo la
libertad de cambiar su jerga, por palabras fáciles de comprender-, estas en mi
lugar.
-¿Disculpa? –Quedé
pasmada, por su repentina agresividad.
-¡Que te vayas a currar
en otro lado! –Prácticamente grito- ¡Esta es mi esquina!
¿Alguna vez han visto a
una leona, defender a sus cachorros? Esta mujer en realidad me hizo sentir como
una intrusa; pero en mi ignorancia me atreví a responder.
-Creo que te equivocas
–me defendí, nerviosa y abochornada-. Yo no soy…
Esa palabra que días
después prometí “jamás” volver a decir,
salió de mis labios y no sé si de forma ofensiva o si el tono paso
desapercibido; pero al menos no recibí la bofetada que creo, me merecía.
-Pues tiene sentido,
porque con esos trapos no atraerías a ni a un mendigo –hizo un gesto de
desagrado-. Mira nena, si no estás currando te puedes quedar. Pero como te coja
con uno de los míos, te vas a llevar un nuevo corte de pelo.
Aun si sus palabras o
los atractivos gestos que hacía con sus manos –repletas de cadenas y
brazaletes- estaba destinados a intimidarme, solo consiguieron sacarme una
sonrisa complacida. No era una situación tan mala como podría uno imaginar y a
pesar de sus amenazas, decidí jugar un poco con ella.
Ninguna de las dos nos
conocíamos. ¿Qué más daba?
-¿Y si yo también fuera
una cliente? –Le sonreí de lado- ¿Qué harías?
-¡¿Eres una clienta?! –Exclamó
incrédula y no pude evitar sonreír- No me importa montármelo contigo amor, pero
no pareces de esas.
-No lo soy –expliqué-.
Solo andaba de paso. Ya me iba.
Mi sentido común tomo
el control nuevamente, impidiéndome mostrarle mi naturaleza.
-¡Pues entonces recula
o me los espantas!
Como si sus palabras
fueran la miel de las abejas, el primer auto que paso junto a nosotras se
detuvo y con dos bocinazos, mi nueva compañera se despidió rápidamente.
-Vete de aquí muñeca,
si no quieres que te recluten por error.
Cinco segundos después,
el auto se alejaba de mi con la chica a bordo y estúpidamente, no pude sino
pensar en lo bien que se escuchaba la palabra “nena” en sus labios.
Si bien era un poco
ignorante del tema, la inocencia ya no formaba parte de mí; pese a lo mucho que
luché y recé por conservarla. Sabía perfectamente el tipo de servicios que
prestaba esa morena y el tipo de clientes que se llevaba a la “oficina”; pero
no me ocasionó repulsión ni asco. Más bien, encendió la llama de la curiosidad
que ya creía perdida.
Por primera vez, pensé
en las circunstancias de una persona para decidir ese estilo de vida y si
realmente era algo que esas chicas o chicos, podían escoger.
¿Qué pasaba realmente,
para que la noche se manchara con escenas como aquellas?
¿Por qué yo no tuve que
hacer eso, pese a que mi familia nunca fue rica?
¿Qué tenían que
soportar esos jóvenes cada noche y si realmente valía la pena?
Cuando le eché un vistazo
a mí alrededor, me di cuenta de que estaba rodeada de esos individuos y me
atreví a especular sobre cada uno de ellos. Desde las circunstancias más
típicas, hasta las más inverosímiles.
Pero solo eran eso.
Especulaciones.
-Quiero saber más
–pensé en ese momento.
¿Pero cómo entras en
ese mundo, sin mancharte las manos? Ya antes mencioné mi cobardía y
actualmente, solo escribo lo que otras almas me confiaron.
La humillación. El
placer. El dinero. Extorción. Miedo. Blasfemia. Hipocresía.
Pero nunca amor.
Ninguno de ellos tiene
amor y tampoco lo quieren. Yo tampoco lo tengo, pero si lo deseo.
Más tarde esa noche,
ella regresó a su esquina y me encontró esperando. No se sorprendió, sino que
sonrió como si le hubieran regalado un dulce. Se acercó a mí y sin que las
palabras arruinaran el momento, me convertí en una de las “suyas”.
Esa noche, ella también
fue mía. Esa noche, no volví a compartirla con nadie más.
Esa noche, no volví a revivirla.
Porque soy madre,
esposa y devota defensora de la moral.
Devota para el mundo…,
como todas las demás.
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