La Ley del Cubano
Tras varias
semanas de impactantes noticias sobre la restauración de las relaciones entre
Cuba y Estados Unidos, la atención se ha desviado -en su mayoría- a los ya
famosos balseros. Pasando por alto las medidas que ambos países han tomado para
alcanzar este objetivo, muchos prefieren centrarse en la negatividad con que el
pueblo cubano se ha tomado esta noticia y todavía muchos creen que la paz es
una fantasía inalcanzable.
Las opiniones son
variadas en este aspecto, pero en lo que todos están de acuerdo, es en el hecho
de que la pequeña isla no está preparada para un cambio tan brusco como este y
es preferible dejar pasar el tiempo antes de que la situación se agrave. Es
contradictorio pensar que eso es lo que muchos cubanos desean, tras haber
esperado más de cincuenta años por este giro de los acontecimientos.
Todo empezó justo
después del “Triunfo de la Revolución”, cuando en 1959 -tras rumorearse que se harían cambios
en la constitución del país- innumerable cubanos se apresuraron a abandonar o
vender sus negocios familiares, con el fin de emigrar a los Estados Unidos de
América. Tras ellos dejaron ingenios de azúcar, plantaciones de tabaco,
farmacias e incluso minas de cobre y todos ellos, eran negocios que ofrecían
grandes beneficios a sus propietarios.
Aun así, hoy en
día muchos de ellos tienen la dicha de decir que recuperaron sus bienes, tras
largos años de duro y bien remunerado trabajo.
En su momento, el
pueblo cubano los acusó de anti-revolucionarios
o traidores a la patria; pero no paso mucho tiempo para que el nuevo gobierno
pusiera en vigor los nuevos estatutos, obstaculizara los viajes al exterior y
les arrebatara sus propiedades a los pocos negociantes que poseían tierras
fértiles. Inmediatamente, esto desemboco en un éxodo que ya ha durado más de
cincuenta años; siendo el más grande de ellos el que aconteció en el 1994.
Haciendo buen uso
de contratos conyugales –muchos de ellos con fines lucrativos-, expediciones en
el mar sin planes de regreso e incluso la prostitución, cientos de individuos
han conseguido liberarse de la utopía de Fidel Castro; muchas veces a costa de
su propia vida.
En la actualidad,
lanzarse al mar en una rustica balsa -hecha en casa-, se ha convertido en la práctica más popular,
rápida y peligrosa que los cubanos han podido adoptar, debido a que no fueron
pocos los que desaparecieron y no fueron considerados mártires por el Partido
Socialista de Cuba. Esto lo pueden atestiguar aquellos que no consiguieron
llegar al otro lado del Caribe y cuyas familias no son capaces de adivinar en
que acabo la travesía.
Aun así, todos
tenían esperanzas e ilusiones que los impulsaban a arriesgarse, sin importar
cuales fueran los obstáculos o las tormentas que tuvieran que atravesar. Pero
la ley de “Los Pies secos y Pies Mojados” impuesta por los Estados Unidos en el
año 1995 -en respuesta al éxodo de 1994- , llego para apretar aún más la correa
y –probablemente-, para empeorar la situación.
Según esta ley,
todo cubano que fuera interceptado en costas americanas no sería bienvenido,
sino que automáticamente se vería repatriado y seria responsabilidad del
gobierno de Cuba, imponer un castigo al individuo en cuestión. Por otro lado,
si este consigue pisar suelo americano, Estados Unidos tomara la
responsabilidad del asunto y proveerá al emigrante de raíces, para forjarse un
nuevo futuro.
Esta nueva ley no
tomo por sorpresa al mundo hispano, pero debido a esta ya no era una apuesta
segura la de embarcarse en esta misión. Ninguno de los que lo intentaba, tenía
la certeza de llegar a la línea de meta o siquiera de alcanzar las costas del
continente con vida. Sobre todo, si la población de Estados Unidos informaba a
las autoridades de cualquier intento por parte de los “balseros”.
Esta situación,
paso a convertirse en una nueva barrera para los emigrantes.
Pese a todo, incluso los hispanos son capaces de
comprender que Estados Unidos no puede controlar el nivel de vida de cada
individuo y mucho menos proporcionarle trabajo u hogar a cada extranjero que
llega a sus tierras, de forma ilegal. Las grandes potencias también tienen un límite
de capacidad y eso quedó evidenciado cuando a finales del 2014, el presidente
estadounidense Barack Obama, declaro que se levantaría un acuerdo de paz entre
Estados Unidos y Cuba, para recuperar las relaciones entre ambos países.
Sobra decir que
entre los cubanos, se instaló la incredulidad justo antes de sucumbir al
pánico. Las preguntas e inseguridades, actualmente no tienen límites y quienes
conocen su país lo bastante bien, concuerdan en que esto solo puede evolucionar
para peor.
Una tregua entre
ambos países, supuestamente desembocaría en una mejora de la condición
económica, social y política del país; pero no todos los ciudadanos de la
pequeña isla comparten esta opinión. Tras medio siglo lleno de restricciones,
la falsa promesa de libre expresión y sin la posibilidad de decidir el futuro
de su propia nación, no es de extrañar que muchos de ellos tengan sus reservas.
Sobre todo, si el Partido Comunista de Cuba, no da muestras de cambiar sus
políticas anti-progresistas.
Consecuentemente,
la mayoría de los isleños llegaron a la conclusión de que la “Ley de Ajuste
Cubano” no tardaría en formar parte de los libros de historia y que para las
futuras generaciones, las “tradicionales” travesías en balsa serian consideradas
una mala broma y un sin sentido. Automáticamente, esto desencadeno que decenas
de cubanos se lanzaran al mar, antes de que las nuevas leyes entraran en vigor.
Diariamente, son
decenas los que se arriesgan a intentarlo –nuevamente- con mayor empeño y
Estados Unidos –al tanto de la situación-, no duda en enviarlos de regreso a su
país. La vigilancia se ha reforzado a niveles absurdos en las costas del sur de la Florida y aun cuando Barack Obama, asegura que las
leyes de inmigración para los cubanos se mantendrán vigentes, su reciente
proceder no da lugar a la esperanza.
En conclusión,
según la opinión general los cubanos perderán sus ventajas y sus derechos,
debido a que no será necesario mantener la “Ley de Ajuste Cubano” y aun si
estos intentan ingresar en el país, serían considerados inmigrantes ilegales;
desembocando en una deportación inmediata. De alguna forma, estas dos naciones
se han puesto de acuerdo para poner a prueba –una vez más-, la resistencia y la
voluntad del pueblo cubano. Sin ser tomadas en cuenta sus opiniones al respecto,
solo les queda ver desde la sala de sus hogares como las negociaciones de
efectúan; independientemente de las necesidades de su pueblo.
Esta es una razón
de más para creer que el gobierno estadounidense admite –disimuladamente- que
Estados Unidos no puede asimilar una mayor cantidad de inmigrantes –además de
proveerlos de ayuda económica- y que la
única forma de solventar el problema, es alcanzar la paz que nos ha sido negada
por los últimos cincuenta años.
La contradicción
esta, en que mientras Estados Unidos está acostumbrado a moverse con rapidez y
eliminar cualquier obstáculo que lo desvíe de su objetivo, Cuba ha estado
congelada por demasiado tiempo y requerirá mucho más que eso, antes de ser
capaz de alcanzar el ritmo que Barack Obama le ha impuesto. De esto podemos
deducir, que las leyes que imponga el presidente norteamericano a partir de
este momento, no afectaran el estilo de vida de los cubanos para mejor; sino
que estarán atados a los caprichos de un auto-impuesto presidente.
La nueva situación
de los cubanos se ha trasformado en una lucha contra el tiempo, aun cuando
ignoran muchos de los nuevos estatutos. Cada uno de ellos tiene miedo de que
los barrotes que rodean a Cuba se fortalezcan; ahora que ambos países apoyan
las necesidades de su vecino.
¿Seguirá siendo
Estados Unidos la tierra prometida o el pueblo cubano ha perdido a su aliado
más fiel?
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